Balas perdidas, vidas truncadas
Réquiem por Jared Guadalupe, con mucho respeto al dolor de su familia
Ricardo Espinosa de los Monteros Zazueta
Oí por la radio una entrevista que el joven e informado periodista Juan Pablo Pérez Díaz le hizo al investigador Tomás Guevara a propósito de la trágica muerte del niño Jared Guadalupe de tan solo 5 años de edad, a causa de una bala perdida; balas perdidas que también dejaron lesionados de gravedad a otro niño de 7 años y a cuatro adultos más en nuestra ciudad capital.
A pesar del justificado enojo de Juan Pablo y las incisivas preguntas que le formuló al “investigador” Guevara, que blasona un Doctorado en Ciencias Sociales, este no pudo, no supo dilucidar las causas profundas de esa brutal representación de violencia que año con año aqueja a Culiacán. Todo lo contrario, justificó -sin ofrecer evidencia alguna- que esa salvaje acción, se da en amplios sectores de la población y que incluso, él pensaba, que la detonación de armas de fuego, no respetaba títulos universitarios.
Además en su vacilante alocución, afirmó que según su juicio (?), quienes disparaban al aire no tenían intenciones de lesionar a nadie, restándole con ello, la modalidad de dolo a una conducta típicamente criminal; porque no cabe ninguna duda que quien acciona un arma en esas condiciones, sabe perfectamente que la ley de las probabilidades se puede cumplir, como efectivamente se volvió cumplir fatalmente este pasado fin de año, en adición a decenas de heridos en el pasado inmediato como ha quedado de manifiesto en los anales periodísticos y de la Fiscalía, en los últimos lustros.
Todo parece indicar que en Culiacán es más probable que te mate una bala pérdida que un rayo. Admito que no tengo el dato exacto, le he preguntado a Google y no me despliega respuesta alguna sobre el tema.
Yo pienso que el acto de disparar al aire tiene que ver con lo que Freud llamaba pulsión de muerte, y que como el mismo padre del psicoanálisis sostenía que matar (física o simbólicamente) obedece a una conducta preservaciónista del ser humano. Eros (las ganas de vivir) y Tanatos (la muerte que acecha), son las dos caras de la misma moneda. Esto con independencia de que el acto de accionar un arma de fuego sublima los complejos de muchos imbéciles ávidos de atención y de temor.
Ya entrado en gastos (y gestos), el Doctor Guevara, proclama que el sustrato sociológico
(la expresión es mía), que anima este tipo de conductas obedece a la no conclusión del proceso civilizatorio de los sinaloenses y de los culichis en particular. Algo así ha propuesto, pero con mayor amplitud, en su ensayo Sinaloa: Una sociedad demediada, el intelectual Ronaldo González.
Me queda claro que todo proceso civilizatorio, es de tracto sucesivo, dinámico y no concluyente, porque las civilizaciones se mueven, para atrás y para adelante, progresan y se atrasan. Un ejemplo notable: la República de Weimar en la Alemania de los años veinte del siglo pasado produjo un impresionante avance civilizatorio en todos los órdenes de la vida pública alemana, sobre todo en democracia y expresiones artísticas, sin embargo, el retroceso salvaje y brutal civilizatorio, se produjo en 1933 con la asunción al poder del partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (Nazi), de la mano de Hitler.
Desde luego que habría que considerar los acontecimientos económicos catastróficos de 1929 que derrumbaron los cimientos de la economía no solo alemana sino mundial, sin embargo, para este punto, lo importante es acreditar que los procesos civilizatorios no son un puerto de arribo, sino un continuo. Y dejar para postrer reflexión una pregunta: que efecto ha causado en nuestros niveles de violencia privada (narca y no narca) y en la institucional, cierta economía capitalista depredadora de valores humanos conocida como neoliberalismo?
Por último, concluiría que la causa eficiente de nuestros niveles de impunidad históricos, en todo tipo de delitos y que en homicidios gravita en el 94 por ciento, es el desprecio histórico de nuestro Estado de derecho, tanto de la sociedad civil, como de los agentes públicos. Es imposible poner una patrulla en cada casa de Culiacán, pero también es imposible, evitar balaceras años tras años solo con anuncios y arengas publicitarias desde el poder.
La paz se construye día a día y los procesos civilizatorios entrañan una participación comunitaria e institucional. Brillan por su ausencia mecanismos de justicia cotidiana que hagan pensar a los sinaloenses que no es blandiendo una pistola como se logra esa justicia diaria, sino con el respeto a la vida, a la seguridad patrimonial y moral de los ciudadanos. Esta clarísima la cartografía donde se llevaron a cabo el grueso de las detonaciones, delimitadas las colonias. ¿Que han hecho los gobiernos de todos los niveles por llevar a cabo una “intervención” política/cultural en esos polígonos de la ciudad? He aquí el quid del asunto. Lo demás es rollo.