El rugido del ratón
Jorge Eduardo Aragón Campos
Siguiendo fielmente el ritual de cada inicio de año, múltiples voces de nuestra hipócrita y buena para nada sociedad culichi se rasgan no las vestiduras, sino los calzones de colores usados para que el 2023 les resulté tan venturoso como al narco de la esquina, en una faramalla para simular una indignación y un coraje que desde siempre han estado lejos, muy lejos, de sentir.
Desde siempre, la sociedad culichi se ha distinguido por anteponer sus intereses económicos a cualquier valor que implique el respeto y la práctica de virtudes propias de cualquier lugar mínimamente civilizado, comenzando por el ejercicio de la responsabilidad social.
Durante todo el tiempo, los culichis viven con la boca retacada de justificaciones que esgrimen para defender la máxima de que quien no transa no avanza, a la vez que no pierden oportunidad de presumir sus logros para progresar a costa de chingarse al que se apendeje frente a ellos: las leyes son para que las cumplan otros, menos yo.
Hemos construido una sociedad adicta a la complicidad como modus operandi para pasarla bien, que frente al abuso, o frente al incumplimiento, o frente a la violación flagrante de las normas y de las obligaciones, está siempre dispuesta a aceptar como válida la más estrambótica de las maromas con tal de no reclamarle y exigirle a quien bien sabemos es el único responsable.
Hemos llegado a un punto, donde nuestra frivolidad ha adoptado la moda de competir por ser primero en la preocupación cívica del día de hoy, como bien puede comprobarse en los llantos y gémidos de cocodrilo por la muerte (a consecuencia de una bala perdida) de un inocente niño ¡Un niño! ¡Pero qué es esto! ¡Hasta dónde estamos llegando!
Ni quien se acuerde del pobre tipo que la noche del 24 fue asesinado no por una bala perdida, sino con toda intención en una agresión directa, al reclamarle a su asesino respetara la cola que había para comprar tortillas ¡Ah bueno! ¡A ese quién le mandaba andarle haciendo al picudo! ¿O me equivoco?
Contrastante en cambio, la bravura que muchos exhiben mentándoles la madre y amenazando con el fuego eterno a quien osa tirar cohetes que lastiman los castos oídos de sus mascotas, por si alguna duda quedaba de que nos importa más la comodidad de nuestros perros que la vida de los demás. Ahí sí somos muy machitos ¿Verdad?
En una de sus obras, Rulfo pone en boca del personaje la expresión “hemos venido para hablar con el gobierno en el único idioma que entiende, que es el de las balas”; pues les informo que no nada más el gobierno, también a nosotros nos pasa igual, con la diferencia (respecto al personaje) de que somos culo por los cuatro costados… y además gandallitas.