Un tsunami migratorio en curso

Tonatiuh Guillén López

A pesar de las barreras y enormes desafíos que implica la movilidad irregular de personas desde y a través de México, en el mes de diciembre de 2022 el flujo de migrantes y refugiados alcanzó el punto más elevado de todos los tiempos. Como referencia, en diciembre de 2017 la policía fronteriza de Estados Unidos registró 40 mil “encuentros” con extranjeros en su frontera sur. El dato se consideraba entonces una cifra enorme y el gobierno de Trump presionaba al gobierno mexicano para que contuviera el flujo migrante. Un año después, en diciembre de 2018, la cifra ascendió a 60 mil; y en diciembre de 2020 el número superó los 74 mil eventos.

Ni la pandemia ni el muro que construía Trump en la frontera ni los programas “Quédate en México” o el conocido como “Título 42” –que expulsó a cientos de miles de personas a las ciudades fronterizas mexicanas– funcionaron como freno. Tampoco resultaron eficaces la incorporación de la Guardia Nacional mexicana en tareas de control migratorio, ni su despliegue en las fronteras norte y sur de nuestro país, ni la militarización del Instituto Nacional de Migración. Los flujos persistieron en ascenso imparable.

En diciembre de 2022, hace apenas unas semanas, cerró la tendencia migrante con la cifra más alta de “encuentros” de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos: más de 251 mil. Nada que ver con los números de hace cuatro o cinco años, que vistos ahora resultan menores. El radical endurecimiento de la política migratoria de Estados Unidos, con el gobierno de Trump y sus continuidades en la administración de Biden, no evitaron la enorme cantidad de personas en movilidad por la región. Tampoco el endurecimiento de la política migratoria mexicana tuvo eficacia en su propósito. Ambas políticas solamente hicieron más gravosa en todos sentidos –violación de derechos, costos económicos y riesgos incluso mortales– una movilidad humana que evidentemente no depende de políticas o instrumentos de control migratorio por difíciles que sean.

La necesidad de migrar o de buscar refugio en otro país es mucho más poderosa. Mucho más, literalmente. Para miles y miles de personas la migración se ha convertido en una alternativa obligada, impuesta por circunstancias de vida que regularmente combinan factores: económicos, inseguridad, violencias, expulsiones políticas y deterioros ambientales, entre otros, habitualmente enmarcados por gobiernos fallidos (o casi), clases políticas corruptas y por élites acaparadoras.

La evidente sincronía de potentes flujos migratorios procedentes de distintos países, particularmente desde mediados del año 2020, sugiere que la crisis del covid-19 y su encadenamiento con otras crisis –económicas, políticas y sociales– se fusionaron como un gran tsunami expulsor de personas… y el oleaje no ha cesado.

México, que había tenido más de una década con muy baja movilidad, volvió a emigrar hacia Estados Unidos; además, añadiendo a un amplio conjunto de solicitantes de refugio. Solamente entre enero y diciembre de 2022 el número de “encuentros” que tuvo la Patrulla Fronteriza con compatriotas ascendió a 800 mil. Constituimos 31% del total anual. Por su parte, Guatemala, Honduras y El Salvador, que fueron epicentro de la movilidad entre los años 2017 y 2019, al final incrementaron su flujo de manera moderada en 2022. Sumados, los tres países centroamericanos integran 19.1% de los arribos irregulares a la frontera sur de Estados Unidos.

Los incrementos más espectaculares de 2022 correspondieron a personas procedentes de Cuba (11.9% del total), Nicaragua (8.4%) y Venezuela (6.7%). En estricto sentido no se trata de movilidades nuevas: la novedad es la enorme escala que recientemente alcanzaron. Adicionalmente, destaca el acelerado crecimiento de la población migrante de Colombia, que alcanzó 6.4% del total del año 2022, cuando hace poco tiempo constituía un flujo mínimo. Igual sucedió con migrantes originarios de Perú, que de números marginales crecieron sus dimensiones en casi 800% durante el año. El mismo fenómeno tuvo la movilidad procedente de Ecuador, que creció 2,300% en comparación con su escala de diciembre de 2021.

Todo indica que las crisis sociales –dicho en sentido amplio– de los tres países andinos, junto a Venezuela, guardan alguna relación y actúan en paralelo expulsando población. Por supuesto, cada cual con su específica combinatoria de factores, pero es un hecho que las condiciones de vida en la región están cambiando aceleradamente y no para bien. Surgen de ahí poderosos flujos que se suman al tsunami de la coyuntura, con el rol de fuentes centrales.

Por estas condiciones, no deberá sorprendernos que Colombia, Perú y Ecuador sean integrados al nuevo programa del gobierno de Biden –aplicado ahora a Venezuela, Cuba, Nicaragua y Haití– consistente en abrir el ingreso a un determinado número de personas por razones humanitarias, pero a la vez cerrando la puerta para movilidades que arriben de manera irregular a su frontera, a las de México e incluso a las de Panamá. Este programa es paradójico, pues combina un espacio humanitario de protección y otro más grande de exclusión, con amplias posibilidades de violación de derechos humanos. Cabe anotar que su éxito depende del gobierno de México y de su condescendencia para recibir a las personas que Estados Unidos expulse a nuestras ciudades fronterizas (sin asumir responsabilidades ningún gobierno, como debiera corresponder).

Nos encontramos hoy ante un poderoso tsunami de movilidades humanas, enorme en sus dimensiones y confrontado con políticas migratorias que tienen por esencia su freno y exclusión. Pueden ser materialmente muy evidentes, como el muro de Trump o la Guardia Nacional mexicana. O bien pueden ser “blandas”, pero posiblemente más eficaces como instrumento de contención, como apunta el programa de Biden que privilegia procesos remotos (internet) y criterios sociales selectivos. A pesar de unas y otras, el tsunami persistirá y México es su escenario y actor principal, al ser origen del mayor flujo migrante, por tener una política migratoria alineada con el poderoso vecino del norte y además como agresivo espacio de tránsito.  

*Profesor del PUED UNAM, excomisionado del INM

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