La sabrosa diplomacia
Susana Cato
Los mexicanos no necesitamos armas. Podemos defendernos – más que con las leyes, rebuscadas siempre— con sabios lemas, poemas, refranes y comparsas. Y eso es desde tiempos antiguos.
Uno de los mandamientos que nos ha librado de guerras e invasiones, es por supuesto el enunciado juarista: “Entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Que las abuelas pronunciaban a su manera: “para un pleito se necesitan dos. Tú no seas el otro”.
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El gran historiador del siglo pasado, Daniel Cossío Villegas, fue testigo cercano de momentos en que la quijotesca diplomacia mexicana tuvo que “embestir los molinos de viento del imperialismo yanqui”. En su libro Estados Unidos contra Porfirio Díaz, el epígrafe inicial es una cita de W.P. Webb en The Texas Rangers: “Es un axioma de la historia de Texas que un texano puede vencer cualquier pelea con un mexicano, pero que está perdido si parlamenta con él”.
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Hoy, un asambleísta de Estados Unidos nos provoca. El republicano Dan Crenshaw exige que las Fuerzas Armadas de su país puedan entrar y actuar en nuestro territorio contra narcotraficantes “o llevar a cabo otras actividades relacionadas que causen desestabilización regional en el hemisferio occidental”. Propone rebautizar a los traficantes como “terroristas”,–por allí oí que en Estados Unidos a los carteles se les llama “corporaciones”–.
Y tras el rechazo de López Obrador, escribió un tuit: “Pare de defender a sus amiguitos narcos.”
El Presidente fue tajante:
“Es una ofensa al pueblo de México, una falta de respeto a nuestra independencia, a nuestra soberanía. Es una actitud prepotente, alevosa, majadera, intervencionista”, y siguió con una larga, larguísima respuesta en su conferencia mañanera.
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Mucho nos ha ayudado, en lo personal y en lo político ese otro mandato mexicano que dice “Canta y no llores”.
Cantando “La nave va en los mares botando cual pelota, adiós, mamá Carlota, adiós mi tierno amor” despedimos el buque que desde Veracruz mandaba de vuelta a Europa a la mujer del invasor Maximiliano. Cantando “La cucaracha” aplastamos a Victoriano Huerta. Y cantando “La canción sin miedo”, de Vivir Quintana, nos volvimos valientes.
Quizá este siglo XXI podría convertirse en una era más pacifista (y sin duda más feliz) si sus gobernantes hicieran más uso de la sabrosa diplomacia.
Acompañado por un contingente de mariachis protectores, cubriendo flancos con sus armas musicales y su uniforme bien planchado, nuestro presidente podría dirimir con sus iguales americanos (no con éste personaje provocador).
Echarse con el presidente americano un duelo cantado al mejor estilo de Jorge Negrete y Pedro Infante en la clásica película Dos tipos de cuidado. Afinar la voz y comenzar bien entonado con esta poderosa pieza de la canción Frijolero, del grupo Molotov:
“Aunque nos hagan la fama de que somos vendedores, de la droga que sembramos, ustedes son consumidores”.
Al desafinado Dan Crenshaw no vale la pena responderle ni un poco más.
Pues como dicen (decimos) las abuelas:
“Para qué gastar la pólvora… en infiernitos.”