Autoritarismos globales y Derechos Humanos (Primera de dos partes)
Alejandra Ancheita
Uno de los temas de la agenda política global que merecen más atención y debate es el de la creciente reaparición de gobiernos “autoritarios”.
La reflexión de este tema cobra aún más relevancia porque estamos cumpliendo 25 años de la Declaración de la ONU de las Defensoras de Derechos Humanos, con resultados muy insuficientes y una amplia agenda aún pendiente.
Pensar la relación entre autoritarismos en el mundo y defensoras de derechos humanos nunca ha sido más urgente. Y mi argumento se basa en lo siguiente:
Definir qué es autoritarismo ha sido siempre complejo, pero volver a Hannah Arendt y su definición del totalitarismo es un camino útil para hacerlo. La pensadora alemana vio tres dimensiones del totalitarismo que hoy siguen teniendo sentido en el análisis.
Primero, el totalitarismo como forma de gobierno basado en el uso del terror.
Segundo, la erradicación progresiva de la libertad, a través de reformas legales formales, para cerrar los espacios de la sociedad civil y colectivos organizados; es decir, el uso de la ley o el Derecho para cumplir los objetivos políticos de un gobierno autoritario.
Y tercero, las diferentes vías e instrumentos de política pública con el uso del aparato militar, lo que implica la militarización de las actividades gubernamentales y de sentido civil.
En el contexto actual, sumar la idea de globalización se hace indispensable a la reflexión sobre los gobiernos autoritarios. Desde la esfera económica, la globalización ha permitido a los países a “desregular” decisiones, basado en la idea de “abrir fronteras” a los productos y servicios, aunque no así al tránsito de las personas.
La apertura comercial ha resultado en graves desigualdades en todo el mundo, no sólo al interior de cada país, sino sobre todo entre países del Norte y Sur Global.
Por ello creo que las dimensiones que Arendt propuso, hace más de 70 años, siguen siendo aplicables al mundo actual. Lo que de ella podemos rescatar es cómo esta interseccionalidad entre totalitarismo y globalización puede ser entendida como un “nuevo” totalitarismo.
Esta forma de gobernar “neo-totalitaria” no es visible a través de líderes puntuales, como lo fue Stalin, o los partidos de masas de hace décadas. Lo podemos observar a través de países y corporaciones globales que hacen del miedo o terror la forma de empujar sus intereses (sobre todo) económicos.
Aquí veo algo diferente a lo propuesto por Arendt: las corporaciones globales actuales son una parte integral de este sistema, y no son sólo espectadores. Gobiernos y empresas están más entrelazados que nunca.
Este nuevo totalitarismo trabaja en sus propias narrativas para llegar a amplias audiencias. Destaco aquí algunos de esos encuadres comunicativos: aborda la desigualdad sistémica como resultado de un “fracaso” de los países a la hora de abrir totalmente sus fronteras al comercio, y no sobre el neocolonialismo de los países del Norte Global.
También reconoce la crisis climática, pero su solución es la llamada “energía verde”, cuyas plantas masivas se construyen en territorios del Sur Global, y no aborda el sobreconsumo que se genera, principalmente, en las ciudades ubicadas en el Norte Global.
Este discurso reconoce también que las soluciones requieren un enfoque multilateral, pero silencia sistemáticamente las voces de los más afectados: comunidades indígenas y tribales, mujeres y trabajadores, entre otros. No todas las voces “pesan” igual en las decisiones.
Es de reconocerse que estos nuevos totalitarismos están presentes en todo el mundo, pero quiero ser precisa: es en los países del Sur Global donde las relaciones entre autoritarismo y globalización se dejan sentir más profundamente. Las instituciones de los países del Sur Global son las que están llevando a cabo el “negocio sucio” de la globalización.
Lo anterior se observa en el despojo de tierras, territorios y recursos naturales para las comunidades; la promulgación de leyes que quitan derechos laborales a la gran mayoría de las personas; el sostenimiento de un sistema sexista y la implementación de políticas fiscales que llevan a que los más ricos lo sean cada vez más; entre cientos de más ejemplos documentados.
Lo que hoy es una realidad es que si las y los defensores de los derechos humanos se atreven a denunciar o a alzar la voz frente a todas estas problemáticas, son objeto de ataques y amenazas. Y está bien documentado: América Latina es actualmente la región más violenta del mundo para los defensores de los derechos humanos medioambientales.
En este mismo sentido vale la pena recuperar algunas ideas del Informe sobre la situación del Espacio Cívico Global 2022 y 2023 del Observatorio de la Sociedad Civil (Civicus). Este reporte ofrece una visión general sobre el grave estado y deterioro del espacio cívico en el mundo.
Algunos de los principales hallazgos de este informe indican que el espacio cívico global sigue siendo restrictivo, y que la pandemia de covid-19 ha exacerbado aún más esta tendencia.
De las cifras que se rescatan del informe y que evidencian las acciones de este nuevo totalitarismo global son que: 88% de las personas viven en países donde se restringe la libertad de expresión, la asociación pacífica y la reunión pacífica; 87% de los países del mundo tienen alguna forma de restricción legal o práctica sobre la sociedad civil; a nivel mundial, 30% de la población vive en países con un espacio cívico “reprimido” o “cerrado”. En 2022 hubo 99 leyes nuevas o modificadas en todo el mundo que restringen el derecho a la libertad de asociación y de reunión pacífica.
Estamos, pues, no sólo ante procesos globalizadores deshumanizados, sino frente a formas de gobiernos verticales y autoritarias que cada día amenazan no sólo la convivencia social de todos sino, sobre todo, las vidas de las y los defensores de derechos humanos. El neo-totalitarismo se antoja pues como la receta a seguir que veremos en los gobiernos autoritarios que se intentan consolidar en diferentes partes del mundo y de los cuales hablaremos en la siguiente entrega.