Levantar la mirada

Alejandra Ancheita

A las estudiantes de la UAM en paro

Hace unas semanas tuve la fortuna de ver el documental de Diego Osorno sobre el viaje trasatlántico de las y les zapatistas hacia Europa en 2021. Esta obra es La Montaña y retrata la travesía del Escuadrón 421, compuesto por cuatro mujeres (Lupita, Jime, Caro y Yuli), dos hombres (Felipe y Bernal) y una persona no binaria (Majo). Todas y todes zapatistas, con la encomienda de recorrer los cinco continentes para dar a conocer la propuesta zapatista y para mirar y mirarse desde otro lugar.

Diego Osorno, periodista, documentalista y escritor, junto con la talentosísima cineasta María Seco, se embarcaron física y emocionalmente –junto con la tripulación del barco– hacia una reflexión sobre la historia de la explotación humana, el despojo de la tierra y las luchas en México –particularmente en Chiapas– por la igualdad, la dignidad y un mundo diferente para ellas y elles.

El viaje se realiza en un contexto complejo: decidieron hacerlo en una embarcación con mucha historia de navegación y, por lo tanto, con algunos inconvenientes que se lograron subsanar con la experiencia acumulada.

Para las y les zapatistas de la delegación era su primera vez navegando. Como dato curioso, el documentalista invitado para el evento no sabía nadar. Si todo esto no fuera ya un manojo de posibles complicaciones, también decidieron viajar en plena pandemia.

Debido al covid, la mayoría de los países habían tomado una serie de acciones que limitaban la entrada y salida por sus fronteras, dando a los gobiernos el pretexto perfecto para cercar a las poblaciones en sus propias casas, con una exigencia desproporcionada a seguir produciendo y con pocas alternativas para atender la emergencia sanitaria. Es en ese contexto donde las y les zapatistas rompen de nuevo con la lógica capitalista y, ante el encierro impuesto, deciden hacerse a la mar.

Si bien la historia zapatista es justo eso, una ruptura constante de las imposiciones, hay algunos eventos que bien pueden considerarse hitos históricos de la vida moderna, pues son claves para entender no sólo el movimiento en sí y su desarrollo, sino lo mucho que también dicen del país, su cultura política, las respuestas –omisiones– gubernamentales, la evolución global de los temas de justicia y derechos de los pueblos indígenas.

La Primera Declaración de la Selva Lacandona, de diciembre de 1993, es la aparición pública del EZLN, donde haciendo referencia al artículo 39 de la Constitución, plantea el derrocamiento del entonces presidente, Carlos Salinas de Gortari, bajo la acusación de que en las elecciones de 1988 “había usurpado el puesto de primer mandatario tras un fraude electoral de enormes proporciones”.

Acompañando a esta Primera Declaración, aparece también en diciembre de 1993 la Ley Revolucionaria de las Mujeres, donde el movimiento “incorpora a las mujeres en la lucha revolucionaria sin importar su raza, credo, color o filiación política”. La ley es un decálogo que reivindica la igualdad sustantiva de los derechos en las mujeres en todos los aspectos del movimiento pero, sobre todo, de su vida en general.

Por ello, el 1 de enero de 1994 es emblemático, pues mientras el presidente Salinas promovía un discurso de la entrada de México “en el desarrollo global”, los zapatistas se levantan en armas y develan el verdadero México, el de la exclusión, la marginación y pobreza económica.

En 1996, tras meses de negociaciones tirantes entre el EZLN y el gobierno, se elaboran los “Acuerdos de San Andrés sobre Derechos y Cultura Indígena”, donde se acuerda modificar la Constitución para otorgar derechos, incluyendo autonomía a los pueblos indígenas y atender las demandas en materia de justicia e igualdad para los pobres del país.

En 2001 se llevó a cabo la Marcha del color de la tierra, conocida también como Marcha de la dignidad indígena o Caravana zapatista, un recorrido de una delegación del EZLN por 17 entidades federativas, realizada del 24 de febrero al 2 de abril de ese año, siendo la del 11 de marzo una fecha muy significante, pues el Zócalo de la capital recibió a la delegación zapatista, reivindicando la llegada de “la hora de los pueblos indígenas”.

En diciembre de 2012 los zapatistas se hacen de nuevo presentes en la vida pública con la Marcha Silenciosa, donde miles de ellas salieron, en completo silencio, desde varios puntos del estado de Chiapas, llamando –en esa ocasión– a escucharles.

El 1 de enero de 2024 se cumplirán 30 años del Movimiento Zapatista y no puedo pensar en un mejor formato para renovar sus votos, respecto de la construcción de mundos diferentes, que con un viaje como el que se muestra en el documental de Diego.

Las, los y les protagonistas de esta historia son también representantes de diferentes generaciones de la lucha zapatista. Hay quienes nacieron antes del levantamiento, quienes nacen en medio de la declaración de las autonomías y quienes nacieron como ellas mismas se reconocen: “mujeres libres”.

Entre muchas otras escenas que te sumergen en el viaje, una es impactante: escuchar a una joven mujer zapatista hablar de la historia de sus abuelos y de sus padres y entender que, con la lucha de ellas y ellos, las nietas y los nietos que son la generación que ella representa, pudieron nacer en un territorio liberado.

Qué significado tan profundo saberse y sentirse una mujer libre en un país como México, donde la mayor evidencia de la desigualdad que vivimos las mujeres son los 11 feminicidios diarios, así como la absoluta ineptitud de las autoridades para responder a esta pandemia.

La Montaña y sus tripulantes nos recuerdan que la lucha es por la vida, por recuperar la mirada “de lo inmediato a lo local, a lo regional, a lo nacional, a lo mundial; elegir qué mirar y cómo mirar, cambiar el punto de partida, elegir el destino de nuestra mirada”.

Es decir, nos llaman de nuevo a romper el cerco de la desilusión y pensar que otra vida y ¡otro mundo es posible! 

*Directora ejecutiva de Prodesc

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