¿Qué se gana con el linchamiento?
Álvaro Aragón Ayala
El artículo 23 Bis de la Ley Orgánica de la Fiscalía General de Justicia establece que “la información, datos o documentos derivados de la investigación(es) realizada(s) por la UIPE (Unidad de Inteligencia Patrimonial y Económica), tendrán carácter de confidencial o reservado(a), según corresponda, en términos de la legislación en la materia”. Por razones obvias, este artículo no aplica “inexplicablemente” en el proceso de persecusión y linchamiento público del ex Rector y fundador del PAS, Héctor Melesio Cuén Ojeda.
El Rector de la UAS, Jesús Madueña Molina, rechazó la aplicación, por considerar que violaba la autonomía universitaria, de la Ley de Educación Superior del Estado. Consejeros y autoridades universitarias acudieron a los Juzgados de Distrito para, por la vía legal, tratar de derogar el articulado que viola la autonomía. Sobre el Rector se desencadenó una feroz persecusión judicial y un linchamiento público. Fue demandado ante la Fiscalía General del Estado por “abuso de autoridad” con la triquiñuela de no dejar auditar a la UAS, cuando en este momento la ASE le práctica tres investigaciones contables a la Casa Rosalina.
Los tiempos que corren, entre delirios conspirativos, burbujas de retroalimentación ideológica, empoderamientos políticos, venganzas, injurias, actos de prepotencia, abuso de autoridad, sumision, rebeldía, etc., sellan lamentablemente la suerte de unos y estigmatizan la de otros. Para poder prosperar hoy, y que no se le tilde de saqueador o de rico “inexplicable” hay que limar asperezas, cuidarse de no ofender, permanecer mudo y alinearse con y por la izquierda que cobra con la derecha y repetir de memoria las monsergas. O, dicho de otro modo, obedecer y portarse bien, como en la escuelita para no ser reprobado.
La nueva ola es colocar en escena a petición de los apoderados especies de juicios sumarios algo kitsch, vindicativos y ultrajantes, en el que estarán presentes la clase política maltrecha, pero “purificada”, activistas políticos azules, tricolores y morenos -de menor y mayor rango – y donde cada uno se sentirá autorizado a destilar su odio, su ignorancia y su vulgaridad a propósito de las persecusiones y de los linchamientos públicos bajo la premisa de “quítate tú, que hay te voy yo”, con una alharaca de juicios de valor destemplados que pone el descubierto la explosión de los temperamentos y la carencia de valores éticos y morales.
Usted que sueña con participar en política, mejorar en su patrimonio particular y familiar, puede caer en la vorágine de uno de esos juicios, en un proceso de persecusión y de linchamiento público, social y político, muy comunes ya por el solar sinaloense, de tal suerte de que se le invente un entuerto, que haya quienes lo tomen como verdad, que existan quienes lo repitan sin cesar para llegar a ser sentado ipso facto en un Tribunal de la Inquisición, que, sin previo juicio, lo juzgará y lo sentenciará. Atrapado en ese embudo, no faltará quien le grite al diablo con las instituciones y al diablo con el debido proceso y la presunción de inocencia.
No será difícil ver en la coreografía, en ese corral de comedias, inventos, difamaciones y calumnias, la exudación sin ambages de los atávicos resortes de la psicología moral y una escenificación de la lógica de las muchedumbres enjuiciadoras que produce a granel la era digital. No más deleznable es la construcción de la denuncia falaz que lleva a la conclusión de que la esfera pública se convirtió en un campo de batalla ya no solo discursivo, sino también -y principalmente- de imágenes. Emergen entonces los espacios con los nudos de las relaciones mercantiles que priman la mala imagen para restarle valor al diálogo y a la negociación política.
En Sinaloa la tendencia transformadora se ha convertido un pervertido ejercicio de la libertad de expresión y la supuesta “pluralidad” en una catarsis que se adereza con un lenguaje que privilegia la agresión rompiendo los estándares de la convivencia civilizada que conduce a la anarquía que a nadie beneficia. El linchamiento y los insultos no cambian nada, no corrigen, de hecho, son un contrasentido, porque mediante éstos se objeta lo mismo que se increpa. La agenda diaria alimenta el odio y la confrontación.
Así, a estas alturas es imposible identificar con certeza cuándo los ataques, más que las críticas, son genuinos, espontáneos o lanzados deliberadamente por grupos o personas con una segunda intención. Los espacios informativos y de análisis son ya tribunales donde se sentencia y castiga de manera inmediata, donde el valor probatorio de las denuncias no se investiga ni contrasta, donde se pone al rumor en el mismo nivel de la evidencia. El fuerte valor probatorio que se le concede a las “filtraciones” insulta la inteligencia de los sinaloenses.
Los medios se desvirtúan y se mutan en armas para la querella política, que finalmente termina por reducirse entre los grupos del poder; quienes obtienen las utilidades de las reyertas, la construcción de imaginarios, de falsos escenarios y denuncias, son los agitadores y los arbitrarios, no los plurales ni los demócratas. Injuriar es un medio para algunos, pero no un fin para todos, es una muestra de descomposición, en la que lo que se pierde son los valores y el respeto y se siembra y cultiva la anarquía y la ingobernabilidad.