Un país de pobres
Gilberto Guevara Niebla
El mito de los pobres virtuosos, reivindicado por AMLO, probablemente, inspiró a los autores de los nuevos libros de texto de la SEP. Con la educación se proponen construir un país de pobres: los pobres son muchos, son buenos, son dóciles, manipulables, pasivos, no amenazan la estabilidad política y constituyen –piensan ellos–, el electorado cautivo de Morena.
Su idea, no es disminuir el número de pobres, sino aumentarlo. La nueva educación ya no reproducirá la cultura capitalista (Bourdieu); ahora va a reproducir la cultura se la pobreza. Antes la educación se proponía transmitir la cultura moderna o universal, ahora se propone transmitir la cultura popular o local.
Eso explica la prioridad que se otorga a la cultura de la comunidad. Critican al conocimiento escolar y lo colocan en una posición subordinada frente a los saberes de la comunidad. Los niños, que provienen de esa comunidad, no van a aprender nada nuevo, solo van a procesar los valores y significados que antes aprendían (mucho mejor) en sus hogares y barrios.
Su idea educativa no es elevar a al pueblo sino hacerlo descender. No quieren preparar a niños y adolescentes para hacerlos más competentes, para que se incorporen con éxito al trabajo y a la economía productiva. No, pues hacer eso, dicen, equivaldría a fomentar el aspiracionismo y orientar la educación a la formación de élites.
Los expertos autores del proyecto SEP rechazan al individualismo: frente a la conciencia individual elevan la “conciencia colectiva”. Lo cual implica una ceguera absoluta frente a la realidad –objetiva, contundente– de que el alumno es quien aprende. El centro de la educación, dicen, no es el niño o adolescente sino la comunidad en tanto colectividad, lo cual es solo un disparate.
No hablamos aquí del trabajo comunitario convencional que debe realizar toda escuela sino de una formulación “pedagógica” que propone que le educación de “los alumnos” en general se realice a través de un diálogo entre la escuela y la comunidad y por medio de “prácticas situadas” o “aprendizaje contextualizado”.
La nueva educación de la SEP rechaza el mérito y se proclama anti-meritocrática. Se indica a los maestros que el atribuir méritos a cada alumno equivale a justificar una educación clasista y, por tanto, se le recomienda abstenerse de utilizar frases como “Fulanito, te felicito por tu trabajo, eres un niño muy talentoso”.
Lo real, sin embargo, es que toda economía y toda sociedad tiene una división del trabajo (Durkheim) que demanda, por un lado, personal más capacitado y, por otro, personal menos calificado. A menos, claro, de que queramos cerrar los ojos ante la estructura económica que queramos o no, es determinante.
Sabemos que este proyecto no nació de un diagnóstico empírico de nuestra realidad educativa, tampoco emanó de la consulta sistemática de los textos pedagógicos más avanzados. Nació, sabemos, de los desatinos y extravagancias ideológicas que han escrito los autores que se agrupan en la corriente llamada “pedagogía crítica”.
Su punto de partida fue descalificar a la realidad actual: lo dijo el infalible Marx Arriaga; “La educación actual, moderna, es neoliberal y es la fuente de todos los problemas de México”. Esa delirante posición les condujo a edificar, desde cero, un proyecto de “nueva educación” que hoy tratan de imponer por la fuerza sobre niños y adolescentes.
Estos irresponsables autores de los planes de estudio y de libros de texto, olvidaron empero el principio de realidad. Toda creación que no parta de la experiencia es fantasía. Eso explica las dificultades insuperables que han enfrentado al pretender traducir sus especulaciones doctrinarias en una práctica educativa viable.