El abuso del poder público: la historia se repite
Elisur Arteaga Nava
De nueva cuenta, porque viene al caso, invoco la frase y el ejemplo del emperador romano Tiberio. Éste, a decir de Suetonio, era un degenerado, asesino y perverso. De él, quien lo antecedió y encumbró al trono, el Divino Augusto, comentó: “Pobre pueblo romano, que será víctima de unos colmillos tan lentos.” (Suetonio, Vidas de los doce Césares, Tiberio, 11, 2, Gredos, p. 318).
Tiberio cometió muchos crímenes; también incurrió en algunos pecados. Él, a pesar de todas sus bajezas, de ser un gobernante casi absoluto y cruel, distinguió entre ataques al Estado y ofensas a su persona y familia. Respecto del legado Pisón, que se había saltado los límites de su deber, faltado a la subordinación a su general y que lo había ofendido, se limitó a decir: “… lo odiaré y lo alejaré de mi casa, pero no vengaré con la fuerza del príncipe mis enemistades privadas…”. (Tácito, Anales, libro III, 12, 2).
Lo referido pone en evidencia que aun en la bajeza hay límites. Que en un gobernante sus rencores no deben trascender a lo público; ni se debe usar el poder con fines egoístas o privados. En quien anida un mínimo de nobleza, en su actuar reconoce límites en los excesos.
AMLO no lo sabe. Usa las “mañaneras”, los foros que se le presentan y su poder para atacar a quienes considera sus enemigos. Él no tiene adversarios. Todo aquel que aspira a alcanzar al poder sin contar con su anuencia es su enemigo y, por ello, es alguien a quien hay que destruir a como dé lugar, por las buenas o por las malas. En su intento no le faltan cómplices y sí le sobran ganas.
En el caso de la señora doña Xóchitl Gálvez, los facinerosos han llegado a los linderos de la desvergüenza y cinismo. AMLO ha utilizado la información oficial con la que cuenta, para detener su ascenso a la Presidencia. Ha abusado del poder e incurrido en toda clase de ilícitos y realizado acciones indebidas. Su camarilla, los morenistas, con sus ataques y su silencio cómplice, lo han secundado y apoyado. Los miembros de su administración, actuando ilícitamente, le han proporcionado información que por ley debe ser reservada.
Como lo dije en otra colaboración, la señora Gálvez no es ninguna tullida ni necesita de “bules viejos para nadar”. Ella sola se ha defendido; lo ha hecho con mucha altura y con “los pelos de la burra en la mano”. De sus ataques no se salvaron los miembros más cercanos a la familia presidencial: hijos y hermano. No le han faltado razones ni elementos de prueba. AMLO, que es rápido de reflejos, no salió en su defensa. La señora Gálvez nos recordó “la casa gris” y los sobres amarillos. Nada ha dicho de Delfina.
AMLO llegó a donde está, entre otras razones, por saber atacar. Eso es lo que va con su naturaleza. Sabe el momento en que debe hacerlo, la manera de intentarlo y con quién hacerlo. Conoce las debilidades y puntos débiles de sus adversarios. Eso había sido hasta ahora. Supuso que tratándose de una dama podía seguir la misma táctica y utilizar los mismos medios: los oficiales, para intentar destruir su candidatura a la Presidencia de la República, sus empresas y los personales, al poner en duda su origen otomí.
AMLO, que es pronto para el ataque, en el caso de la señora Gálvez no sólo se precipitó, por el pavor que le provoca; fue más allá: se arrojó al abismo de la ilegalidad y la desmesura. Está en caída libre.
En su actuar ilegal nada lo detiene, ni aun el recuerdo que muchos le hicieron de su famosa frase: “Ya cállate chachalaca”. El uso de esa frase, en su momento, le restó crédito y lo exhibió como un intolerante.
Nada calla a AMLO; tiene necesidad de hablar y hacerlo sin reconocer reposo. Algo lo compele a no cerrar la boca. No sabe oír y, mucho menos, escuchar.
En torno a AMLO, concretamente como parte de su gabinete, hay gente valiosa. Algunos tienen carrera y discurso propios: Marcelo y Ricardo. Otros son obra de él, hablan y actúan como él: Claudia y Adán Augusto. Estos dos, inconscientemente, por “hablar como chachalacas”, también está contribuyendo a la creación de su antídoto: doña Xóchitl Gálvez.
En el caso de la señora Gálvez, AMLO usa y abusa del poder. Su actuar es indebido y, por ello, censurable. En política hay niveles. Él se halla en lo más bajo: en lo deleznable. Muy tarde para él, pero en algún momento se va a dar cuenta de que no sólo la empresa de la señora Gálvez está muy lejos de haber entrado en las componendas en las que andan alguno de sus parientes cercanos, a los moches de su Delfina, a los fraudes archimillonarios de sus amigos de Segalmex o a la negligencia y derroche, que raya en delitos, del Aeropuerto Felipe Ángeles y de la Refinería de Dos Bocas.
Utilizar el poder público con fines políticos fue propio de los gobiernos emanados del PRI. Muchos supimos de su peso y sufrimos sus consecuencias. No podía esperarse otra cosa. Fueron los que acabaron con los auténticos revolucionarios y los que usufructuaron su sacrificio.
Supusimos que con la 4T iba a ser diferente. No digo que nos equivocamos. No. Hubo algo más grave: nos engañaron. El uso del poder público, que llega a abuso, no es diferente. Las cosas siguen igual.
Don Francisco J. Santamaría, en su Diccionario de mejicanismos, refiriéndose a las chachalacas, dice que “… su carne es muy sabrosa: cuando está volando no cesa de gritar desaforadamente, y de ahí le viene el nombre.”
A como pintan los negocios públicos, al parecer, en junio del año que entra una dama va a desplumar una chachalaca: la mayor; entonces comprobaremos si su carne es apetecible. Algo es cierto: al fin la chachalaca mayor dejará de gritar.