Educación: el futuro en juego

Diego Petersen Farah

Si hay algo predecible en este país es que cada modificación de los libros de texto gratuito habrá polémica. Yo soy hijo de los libros de texto del sexenio de Echeverría, cuando no solo quitaron a la imagen de la madre Patria pintada por Jorge González Camarena de la portada, sino que incluyeron contenido de educación sexual en el libro de Ciencias Naturales, cambiaron la historia y el civismo por algo que llamaron Ciencias Sociales donde se hablaba, además de historia, de la revoluciones comunistas y de la propuesta de nuestro presidente de una tercera vía. En Matemáticas la enseñanza comenzaba con teoría de conjuntos. Fue un verdadero escándalo. Hubo protestas de las asociaciones de padres de familia y grupos católicos que auguraron que se formaría a una generación de mexicanos depravados, comunistas y bastante idiotas. Salvo esto último, nada más pasó.

Cada nueva edición de los libros de texto está plagada de errores, más o menos graves, y ninguno se ha librado de ellos ni de las polémicas; desde las manos de los seis dedos en el sexenio de Peña Nieto (en error muy Peña, hay que decirlo) hasta el desconocimientos por falta de pruebas historiográficas de los Niños Héroes en la época de Salinas de Gortari, pasando por considerar a la aparición de la Virgen de Guadalupe cómo un hecho histórico en el sexenio de Calderón. En medio, la disputa por la educación sexual como el elemento siempre controvertido y bandera de cruzadas de los grupos conservadores.

Sin duda los nuevos libros de texto tienen errores de ortografía, erratas, gráficas mal hechas e interpretaciones históricas que abonan el heroísmo derrotado (llamarle la Noche de la Victoria a lo que antes se conocía como La Noche Triste de Cortés es, al igual que la batalla de Puebla, cacarear el gol cuando perdimos 7-1). El problema no está ahí, ni en el nuevo modelo educativo basado en Paolo Freyre que propone ahora la SEP. El problema de fondo son las formas. Plantearon una ley de educación participativa y luego cerraron la participación. Hablan de una modelo abierto y al final esconden la información sobre los procesos de decisión. Proponen al maestro como el centro de la educación y se olvidan de escucharos y capacitarlos. Hablan de horizontalidad e imponen visiones unilaterales que desprecian las marchas “fifís”.

En el modelo de educación se pone en juego el futuro del país: ¿cómo lo imaginamos? ¿cómo lo entendemos? ¿qué otros modelos podemos revisar? ¿qué esperamos de la escuela? Es eso lo que debemos de discutir. No se puede plantear un método horizontal, basado en el diálogo y la participación -que es por definición un ejercicio de paciencia- y luego andar con prisas. Acelerar la implementación de la llamada Nueva Escuela Mexicana puede convertirse en el error político más grave del sexenio obradorista, pues genera innecesariamente una batalla donde lo único que puede ganar el gobierno en turno es desgaste.

Ni posiciones fascistoides como la del presidente del PAN, Mark Cortés, que propone mutilar los libros, ni inmolaciones de “guerrillero de la educación” que saca el pecho por los libros, como la de Marx Arriaga, nos van a sacar del problema en el que sí estamos metidos, porque lo que está en juego no es quién defiende más su trinchera sino el futuro de la educación en México.

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