Las lecciones de sustentabilidad que nos deja Otis

Mónica Tapia

Otis nos comprueba que, con el cambio climático y el consecuente aumento de la temperatura en los océanos, los huracanes serán más intensos y se intensificarán más rápido. Esto último es paradigmático porque no pudimos anticipar su rapidez ni prepararnos para su devastación. Fue, contra todo pronóstico, una tormenta tropical que se volvió huracán categoría 5 en menos de 12 horas.

Y, sin embargo, estos empeoramientos de las tormentas tropicales tampoco son una verdadera sorpresa, ya que habían sido predichos desde hace muchos años por los científicos como parte de las consecuencias del cambio climático. El problema es que en México pareciera que el cambio climático sigue siendo un fenómeno lejano y muchas veces no lo conectamos con los impactos locales que ya se registran en el país.

Otis nos deja una muestra muy clara. Sin embargo, no es la única. Desafortunadamente serán muchas más las ocasiones que lamentemos estas interrelaciones distorsionadas entre clima, atmósfera, emisiones de combustibles fósiles y sus correspondientes impactos en los distintos territorios de este país, traducidos en tormentas, sequías, incendios, hambrunas y migraciones, entre muchos otros.

Otis también es el primer huracán de categoría 5 que golpea a una población de casi un millón de habitantes de una forma tan directa, dos factores que amplifican la tragedia. Pero este escenario se agrava aun más debido a la desigualdad. Acapulco es una de las ciudades de México con mayores niveles de desigualdad, donde incluso la cobertura mediática tras el desastre se centra en lugares turísticos para población de ingresos altos. A menudo no nos enseña las zonas pobres, vulnerables, que seguramente son las que más impactos tendrán.

Hoy vemos que hay un costo altísimo a pagar por estas desigualdades y esta desatención, sobre todo sin un gobierno fuerte y sin un estado con capacidades institucionales para reaccionar ante la tragedia y la devastación.

Estamos viendo en estos días cómo se resquebrajan no solo las vidas, la falta de agua y de alimento, sino también las relaciones sociales y políticas, con el aumento de la rapiña, el crimen y los abusos mediados por la ley del más fuerte. Restablecer estas relaciones será muy complejo si no hay un gobierno capaz de actuar, tomar decisiones y regular la vida social y democrática.

Otis también nos dice mucho sobre cómo planear y replanear las ciudades. El modelo de edificaciones directamente sobre la playa, con hoteles, condominios y centros comerciales es hermoso cuando se piensa a nivel arquitectónico y se tiene a unos pasos del mar. Pero el costo, incluyendo el de los seguros, es altísimo por el creciente riesgo que implica.

Esto nos enseña a reconsiderar el diseño de las ciudades costeras más antiguas, que tienen un malecón, un área pública como la playa, una calle e incluso un espacio abierto. Este modelo se está retomando en lugares como Nueva Jersey, Estados Unidos, donde el huracán Sandy obligó a varias localidades a repensarse tras la devastación de 2012.

Entre otros principios de reconstrucción que adoptaron entonces fue dejar desiertos los espacios aledaños a la costa para ceder todo ese espacio a la naturaleza. A partir de ello Nueva Jersey ha estado recuperando dunas y vegetación originaria que le sirve como barrera frente a los embates del mar, para evitar mayores daños a las edificaciones. Y estas no se construyen sobre la playa, sino más tierra adentro.

Entonces estos desastres y devastaciones nos llaman a pensar en las capacidades institucionales de los gobiernos locales, la crisis climática, la resiliencia de las ciudades, la replaneación, los códigos urbanos, los reglamentos de construcción y ordenamiento territorial. Y particularmente en la desigualdad, porque las poblaciones más pobres siempre están más vulnerables a fenómenos climáticos extremos como Otis.

En estos días vemos cómo se atienden desde distintos frentes las necesidades inmediatas de la población afectada, incluyendo alimentación, vivienda y seguridad. Pero esta tragedia nos conmina también a mirar más allá de las necesidades urgentes. Por ejemplo en términos de vivienda, cómo se reorganizan los asentamientos irregulares, cómo crear un plan climático que responda a esas poblaciones vulnerables y cómo repensamos la planeación de ciudades. También en las muchas migraciones que habrá de todas las personas desplazadas por desastres climáticos como este huracán.

Más importante aun es reconocer que si seguimos pensando en combustibles fósiles, tendremos necesariamente que enfrentar muchos más desastres con costos económicos y sociales mucho mayores.

Tal vez la lección más importante de Otis sea que ya es momento de plantearnos un plan de acción climática serio y de considerarlo seriamente en las elecciones de 2024, porque es nuestra última oportunidad como mexicanos para repensar nuestra relación con el planeta físico antes de que el calentamiento global alcance 1.5 grados y las peores consecuencias sean inevitables.

¿Queremos seguir construyendo refinerías y devastar más selva, construir sobre playas y arroyos o volver a pensar los modelos económicos, urbanos y ambientales para hacer lo que es necesario para nuestro bienestar y el de las futuras generaciones?

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