La captura de carbono, una falsa solución climática
Isabel Studer
La lucha contra el cambio climático ha llegado a un punto crítico, como se refleja en el consenso alcanzado en la COP28 en Dubái para moverse gradualmente lejos de los combustibles fósiles, una primera en la historia de las conferencias climáticas. No obstante, existe un debate intenso sobre el papel que deben jugar las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CAC) y otras estrategias de geoingeniería en este proceso. Si bien algunas voces ven en estas tecnologías un medio para combatir la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera, otros argumentan que estas son soluciones que distraen de los esfuerzos necesarios para una transición energética real.
La idea de la captura de carbono es seductora; promete una solución tecnológica para eliminar el exceso del dióxido de carbono en la atmósfera, un legado de más de un siglo de industrialización. Sin embargo, estas soluciones enfrentan numerosos riesgos y limitaciones. La propia naturaleza ya está sometida a un estrés considerable, con bosques, humedales y océanos luchando por mantener su capacidad de absorber carbono ante el aumento sin precedentes de las emisiones.
El argumento a favor de la CAC y la geoingeniería, como la inyección de partículas reflectantes para disminuir la temperatura global, ignora el hecho de que estas no son soluciones sostenibles a largo plazo. Estas tecnologías requieren una intervención continua y, en el caso de la geoingeniería solar, podría resultar en una dependencia indefinida de estas partículas para mantener las temperaturas globales a raya. La analogía con las erupciones volcánicas, que naturalmente emiten partículas que enfrían el planeta temporalmente, es engañosa. Por ejemplo, la erupción del Pinatubo, en Filipinas, que arrojó en 1991 a la atmósfera más de 15 millones de toneladas de dióxido de azufre redujo la temperatura en unos 0.5° C durante años, ya que las partículas de azufre formaron aerosoles al unirse al vapor del agua, reflejando la radiación solar. Sin embargo, mientras que los eventos volcánicos son esporádicos y naturales, la geoingeniería implicaría una alteración constante y artificial del sistema climático terrestre, ya que se tendrían que inyectar estas partículas constantemente en la estratósfera, lo que pudiera tener otras implicaciones, por ejemplo, en los patrones de lluvia.
Además, la efectividad de la CAC es cuestionable. La energía necesaria para capturar, comprimir y transportar el CO2 es considerable y, según estudios como el de la Universidad de Stanford, podría reducir las emisiones de CO2 en solo un 10 por ciento. Esto no solo es insuficiente, sino que tal enfoque podría perpetuar la continuación de las prácticas contaminantes bajo la ilusión de que el carbono emitido puede eliminarse.
La comercialización del CO2 capturado presenta otro conjunto de problemas. La venta de CO2 para usos como la carbonatación de bebidas o para la extracción de petróleo continuando el ciclo de emisiones, sin abordar la causa subyacente del cambio climático. Además, el alto costo de estas tecnologías plantea preguntas sobre su viabilidad económica y su accesibilidad para países y comunidades con menos recursos.
Los riesgos de la geoingeniería son aún más alarmantes. La intervención directa en los sistemas naturales del planeta puede tener consecuencias impredecibles y potencialmente catastróficas. La posibilidad de alteraciones climáticas inadvertidas, pérdida de biodiversidad y cambios en los patrones de precipitación no puede ser descartada. A largo plazo, estas intervenciones podrían desestabilizar aún más el clima, creando problemas que no tenemos la capacidad de prever o solucionar.
En contraste con la CAC y la geoingeniería, la reducción de emisiones en la fuente a través de la transición hacia energías renovables y limpias ofrece una vía de acción que es tanto efectiva como beneficiosa para el medio ambiente y la sociedad. A diferencia de las soluciones técnicas que solo abordan los síntomas del cambio climático, el cambio a energías limpias ataca la causa raíz: la quema de combustibles fósiles.
Además, los recursos invertidos en la investigación y desarrollo de CAC y geoingeniería podrían ser más eficazmente utilizados en la expansión de las energías renovables, la eficiencia energética y la restauración de ecosistemas naturales. Estas estrategias no solo reducen las emisiones de carbono, sino que también mejoran la resiliencia de las comunidades ante los impactos del cambio climático, promueven la biodiversidad y tienen beneficios económicos a largo plazo.
Finalmente, es esencial reconocer que la transición energética no es solo un desafío técnico, sino también uno social y político. Requiere la voluntad política para implementar políticas que promuevan energías limpias y eviten la proliferación de los combustibles fósiles, así como la participación activa de todos los sectores de la sociedad. La CAC y la geoingeniería no pueden y no deben ser vistas como un sustituto de esta transformación integral.