Deseo y realidad
Javier Sicilia
Como cada fin de año, una frase acompañó la segunda mitad de diciembre: el deseo de paz. Los abrazos, los brindis, los festejos, las cenas alrededor de los Nacimientos y los árboles de Navidad fueron, como cada cierre de año, sus símbolos.
Desear la paz es hermoso: un movimiento afectivo –dice el diccionario de la RAE– hacia algo que se apetece” y es bueno; un anhelo y, por lo tanto una carencia. El verbo anhelar lo expresa en su etimología: “Respirar con dificultad”. Sólo se desea lo que no se tiene, lo que nos permitiría respirar libremente. Entre el deseo y su cumplimiento hay, en este sentido, un abismo que sólo se llena cuando se vuelve acto. Desear la paz, por lo tanto, no basta.
Creer que se cumplirá por el hecho de arropar el deseo con gestos y símbolo de alegría y felicidad, es estúpido. Para que se realice se necesita voluntad, cosa de la que México abdicó hace mucho. Si algo realmente vivimos es la violencia; el afán de generarla y consentir su crecimiento exponencial: 60 mil 963 asesinatos con Fox; 122 mil 319, con Calderón; 150 mil 451, con Peña Nieto y 169 mil 526 en los cinco años de gobierno de López Obrador. En total, más de medio millón en los últimos 23 años.
Sólo en 2023 Causa en Común contabilizó 355 masacres, cinco mil hechos atroces (tortura, mutilación, descuartizamientos y destrucción de cadáveres), 225 fosas clandestinas, 208 asesinatos de niños y adolescentes, 108 de funcionarios relacionados con la seguridad, 42 intentos de linchamientos y 76 hechos de violencia contra migrantes.
Entre el 1 y el 24 de diciembre (en el momento en que escribo no se tienen todavía el registro total del mes), mientras el país festejaba y se deseaba la paz, hubo mil 637 asesinatos, de los cuales 958 ocurrieron el 23, un día antes de la celebración de Noche Buena. El 31 de enero se reportaron 56.
En el caso de las desapariciones, y no obstante el acto criminal de López Obrador de haber querido reducir su cifra a 12 mil 337, su número es de 113 mil 289 al cierre de año. Más de 40 mil sucedieron durante su gobierno. Por no hablar de las decenas de miles de extorsiones, robos y asaltos. Habría que agregar a todo ello 98% de impunidad, una buena parte de los territorios del país y del Estado capturados y sometidos por el crimen organizado, una descomposición moral galopante y el aletargamiento social.
Nada, por lo tanto, augura que la deseada paz con la que cerramos 2023 se hará realidad este año. Los datos esbozados afirman su condición de carencia. Lo confirman los seis meses que nos separan de las urnas y que, como la realidad que nos envilece, están también llenas de términos que auspician la violencia: contienda electoral, lucha democrática, cuartos de guerra, estrategias políticas. El propio López Obrador, en sus 1667 egocéntricas y soporíferas “mañaneras”, no ha dejado de alimentar el odio del que gran parte del país se ha vuelto solidario.
En esas condiciones la democracia está tan ausente como la paz. Es, al igual que ella, un deseo, una carencia ocupada por la materialidad de la violencia. Contrario a lo que Clausewitz pensaba, la guerra en México no es “una continuación de la política por otros medios”, sino su justo contrario: la política como continuación de la violencia.
En su espléndido libro República de Weimar. La muerte de una democracia vista desde el arte (Taurus, 2023), Jacobo Dayán muestra los paralelismos que hubo entre los deseos democráticos de aquella República que duró 13 años (1918-1933) y los que han acompañado a México desde la llamada “transición democrática” del año 2000. Ambas democracias nacieron débiles. Incapaces de desmantelar el antiguo régimen, sus anhelos democráticos los ocupó el aire enrarecido de la inestabilidad y la violencia: bandas criminales, feminicidios, asesinatos, producción y consumo de drogas, inestabilidad, degradación moral, tiroteos callejeros, masacres, pactos de impunidad entre las clases políticas, depredación de los presupuestos públicos y uso perverso de los medios de comunicación.
Como en Weimar, el ejército no sólo ha carecido de controles, en fechas recientes se le ha dado el dominio “casi total de la seguridad pública” y “de cientos de ámbitos civiles”. La polarización es también semejante. En la Alemania de Weimar fue entre la izquierda comunista y la derecha ultranacionalista. En el México de la transición, entre el populismo nacionalista y el neoliberalismo global.
Pese a ello, y a las alertas y propuestas de algunas organizaciones civiles, ni el partido en el poder ni la oposición ni las virtuales candidatas ni la ciudadanía polarizada alcanzan a comprender el desastre en el que nuestros deseos de fin de año están inmersos. Jamás habrá paz ni democracia mientras sólo las deseemos y las reduzcamos al ámbito de un proceso electoral putrefacto.
Lo que hoy vivimos es el imperio del crimen. Unas palabras del protagonista de El testamento del doctor Mabuse de Fritz Lang, estrenada en 1933, fecha en que concluía la República de Weimar y Hitler llegaba el poder, describen lo que nos aguarda en 2024: la solidificación de lo que ya vivimos: “Un Estado de completa inseguridad y anarquía, fundado sobre ideas corruptas (…) donde la (gente estará) subyugada por el terror del crimen y el caos [será] la ley suprema”.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.