El CONAHCYT a 54 años

Instituto Mora

Hace 54 años, el 29 de diciembre de 1970, nacía el Conacyt, diseñado para coordinar e impulsar el desarrollo científico y tecnológico de México. Su creación respondía a la necesidad de integrar estos campos en la agenda nacional, en un país que enfrentaba enormes retos en términos de industrialización, alimentación y salud. Hoy esa fecha resuena con especial fuerza, ya que el Conahcyt —como se le conoce ahora tras su transformación reciente— está a punto de dar un giro con su incorporación como Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (Secihti), podría redefinir significar un cambio en la política científica en México.

El paso del Conahcyt a secretaría ha sido presentada como un avance necesario para fortalecer la ciencia y la tecnología en el país. Sin embargo, más allá de los discursos oficiales, este cambio plantea varias preguntas. Por ejemplo, ¿de qué manera esta nueva estructura administrativa garantizará un verdadero impacto en la investigación y la innovación? En países como Alemania y Corea del Sur, los ministerios especializados han sido clave para articular políticas nacionales, pero también han dependido de un financiamiento y de la colaboración estratégica con la industria y la academia, factores que en México todavía enfrentan limitaciones importantes.

En este contexto, no puede ignorarse el historial de desafíos que han acompañado al Conacyt —y ahora al Conahcyt—, desde presupuestos insuficientes hasta una falta de coordinación entre sectores. Elevar su rango institucional no será, por sí solo, una solución mágica. Por el contrario, la transición a secretaría exige responder preguntas de fondo: ¿Cómo se definirán las prioridades científicas en un país tan diverso y desigual? ¿Qué mecanismos se establecerán para que los recursos lleguen a las áreas y comunidades que más los necesitan? Y, sobre todo, ¿qué rol jugarán las humanidades, que en esta nueva etapa buscan un espacio en un modelo tradicionalmente enfocado en la tecnología?

La inclusión de las humanidades en este esquema es, sin duda, una decisión que distingue a México de otros países con estructuras similares. Sin embargo, esta integración también conlleva retos. Las humanidades no solo amplían la perspectiva sobre problemas contemporáneos, sino que exigen políticas interdisciplinarias capaces de articular respuestas que incluyan dimensiones sociales, éticas y culturales. Hasta ahora, los detalles sobre cómo se materializará esta integración siguen siendo ambiguos.

Rosaura Ruiz, próxima titular de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación. Foto tomada de MVS, créditos a Cuartoscuro.

Es importante observar también cómo este cambio administrativo puede influir en las relaciones del país con la comunidad científica internacional. Con la creación de la Secihti, México parece apostar por consolidar su posición en la región, pero todavía queda mucho por construir para alcanzar el nivel de protagonismo científico que tienen otros países. El reto no solo es financiero, sino también estratégico: conectar la producción de conocimiento con las necesidades locales, sin perder de vista los debates globales que marcan la investigación contemporánea.

En lugar de celebraciones anticipadas, el momento advierte a mirar con rigor las decisiones que se tomarán en esta transición. Aunque la nueva secretaría abre posibilidades, su éxito dependerá en buena medida de su capacidad para evitar caer en la centralización o en la reproducción de problemas estructurales que han lastrado al sistema científico durante décadas.

Más allá del simbolismo de la fecha, el cambio en el Conahcyt podría ser un parteaguas en la manera en que México aborda su política científica. Pero también puede quedarse en un cambio de nomenclatura si no se acompaña de una visión clara y una ejecución eficaz. En un mundo donde la innovación avanza a pasos agigantados, el país no puede permitirse titubeos ni respuestas tardías.

El 29 de diciembre es, entonces, un recordatorio de que la historia del Conahcyt ha sido de aspiraciones y desafíos, y que el futuro de la Secihti está lejos de estar asegurado. Lo que está en juego no es solo la ciencia y la tecnología, sino el compromiso por responder a las preguntas más urgentes de nuestro tiempo.

Con información de La Silla Rota

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