Explicar el horror

Jorge Alberto Gudiño Hernández

Íbamos en el coche, rumbo a la escuela, cuando comenzó el testimonio de Indira Navarro, representante del colectivo “Guerreros buscadores de
Jalisco” sobre lo que habían encontrado en el rancho Izaguirre, sobre lo que alguien le había contado al respecto. Hace años, yo tenía el automatismo de cambiar la estación si en las noticias reportaban un caso oscuro, siniestro o violento. Mis hijos eran más chicos, buscaba protegerlos. Ahora, quizá encandilado por lo que escuchaba, ni siquiera reparé en esa suerte de censura que utilizamos algunos padres. Escuché la entrevista completa, sin ser consciente de que, en el asiento trasero, mis hijos también la escuchaban.

Por una casualidad de las que hay, mi hijo mayor estudió bastante de las guerras mundiales en este ciclo escolar. La parte histórica se acompañó
de otra muy literaria, leyendo novelas testimoniales de quienes vivieron, de una u otra forma, los horrores de la guerra. El menor también está enterado de varias cosas y fue compañero de andanzas en explicaciones y museos. Así que algo sabían de algunas cosas. Apenas algo. De ahí que fuera muy pertinente la pregunta proveniente del asiento trasero: “¿por qué alguien hace eso?”. Con eso se refería a ejecuciones, torturas, cremaciones, violencia por doquier. La pregunta podía sonar inocente, pero contenía grandes trazas de inquietud.

Más que responder con contundencia (pues yo mismo no tengo una idea clara de por qué sucede), más que evadir la pregunta y poner música en la radio, vi que era necesario platicarlo. Sigo pensando que es importante proteger a los chicos de ciertas informaciones. También, de que la única forma de procurar cambios es entendiendo los problemas y, para hacerlo, el primer paso suele ser el diálogo.

Llegamos pronto a dos ideas. La primera casi etiológica. La maldad existe. Su manifestación depende de la efectividad de ciertas contenciones culturales. La educación y la empatía, los fundamentos morales, y deontológicos y ciertos asuntos civilizatorios suelen contener a esos criminales, los que están imbuidos de maldad. La ficción suele ser una herramienta muy útil a la hora de mostrar el dolor ajeno para evitarlo. Sin embargo, el mal puede persistir. Ha habido, hay y habrá personas con una clara tendencia a provocar el sufrimiento del otro.

Por eso es importante la segunda idea. Los criminales, cuando perpetran su delito, lo hacen en la convicción de que no serán atrapados. ¿Quién, en su sano juicio y haciendo un balance sencillo, cambiaría unos miles de pesos por varios años de su vida? Los delitos se cometen con cierta esperanza de impunidad, cuando no de suerte. De ahí que las tasas delictivas sean mayores en algunos lugares que en otros. Incluso los tipos de delitos varían. Hay destinos vacacionales donde es común que les roben a los turistas sin violencia, a sabiendas de que pocos quieren perder días en la burocracia de la justicia.

Pero hablamos de crímenes graves, de esos que atentan contra la idea de la humanidad, no por nada varios medios han comparado lo sucedido en Teuchitlán con los campos de concentración nazis (algo que se tendría que discutir más). ¿Por qué alguien puede hacer algo así?

Por las dos razones, ¿no? Como todos los vicios, la maldad se alimenta de sí misma, cada vez quiere más, necesita más y el enajenamiento criminal, cuando no es detenido a tiempo, puede llegar hasta estos horrores. Y el Estado, desde hace décadas, lo ha permitido. No hay más que decir. Sobre todo, porque no es un hecho aislado. Mis hijos acaban inconformes (es justo aclarar que ciertos conceptos no son suyos). Las explicaciones pueden tener cierta lógica: alguien muy malo que es impune. El problema es que ese alguien son muchos y la impunidad es culpa de gobiernos y de Estado de Derecho, esas raras abstracciones. Aun si no fuera así, si hubiera un responsable claro al que señalar, sería difícil aceptar los grados de maldad a los que se ha llegado. Y es que eso pasa con el horror: no permite explicaciones satisfactorias porque, a fin de cuentas, nos arrebata a todos pedazos de humanidad. Por eso es importante hablarlo, para resistir, para que esos muertos ajenos se vuelvan propios, sólo así podremos exigir los castigos ejemplares a los responsables.

Después, seguirá pendiente la necesidad de entender. De explicar y entender. Una y otra vez.

Con información de SinEmbargo

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