Violencia de ultraderecha: lecciones desde Reino Unido
Antonio Salgado Borge*
Las recientes protestas violentas en varias ciudades de Reino Unido han generado sorpresa alrededor del mundo. No es para menos. Estos disturbios incluyen agresiones impactantes, parecen haber surgido de la nada y son los peores que se han visto en ese país en dos décadas.
La intención de este artículo es analizar la naturaleza de estos eventos, con el fin de mostrar que, una vez considerados sus elementos principales, es claro que estamos ante un problema que rebasa las fronteras de este grupo de islas. Y que, en consecuencia, haríamos bien en considerar sus lecciones.
Empecemos haciendo explícitas las causas próximas de los disturbios. El evento que los desencadenó fue el artero asesinato de tres niñas menores de nueve años en Southport, al norte de Liverpool, en un local donde bailaban canciones de Taylor Swift. El individuo acusado del crimen irrumpió en la clase con un cuchillo y apuñaló en total a 11 niñas y dos adultos. Actualmente se encuentra detenido y su caso está siendo procesado.
Aunque Southport es una ciudad pequeña, considerada como apacible y amigable, al día siguiente se llevó a cabo una protesta dirigida contra los musulmanes. Quienes protestaban eventualmente se dirigieron a una mezquita, a la cual le arrojaron piedras y bengalas. Cuando la policía intervino, esta fue agredida con violencia.
El evento de Southport fue seguido por una erupción de protestas similares en otras ciudades británicas. La diferencia principal fue su tamaño y el grado de violencia. En un caso los manifestantes se dirigieron a un hotel donde se albergaban inmigrantes en espera del resultado de sus solicitudes de asilo.
Contra-protestantes intentaron detenerlos, pero fueron rodeados, amenazados y tuvieron que ser desalojados por la policía. Eventualmente, los policías fueron superados y los manifestantes prendieron fuego al edificio con cientos de personas adentro. Si esto no terminó en una espantosa tragedia fue gracias a la capacidad de recuperación de la policía británica.
El anterior recuento ayuda a hacer explícito el tamaño, la violencia y la bandera racista de las turbas que ocasionaron los disturbios. Pero no son suficientes para explicarlos y, por ende, para entender sus implicaciones. Si se trata de explicarlos, me parece que necesitamos considerar la conjunción de tres elementos.
El primero es el rol jugado por las teorías de conspiración. Nótese que en la narrativa anterior hay un elemento implícito: que el hombre acusado del crimen es, en efecto, (1) musulmán y (2) inmigrante. Y resulta que ambas cosas son falsas.
Inicialmente la policía no dio a conocer el nombre de este individuo implicado. Esta circunstancia generó un vacío que fue aprovechado en los canales digitales de la ultraderecha para predicar a la persona detenida las cualidades “musulmán” e “inmigrante”, llegando incluso a inventarle un nombre y una historia que le ponía como recién llegado en uno de los botes que se han convertido en símbolo del flujo de indocumentados de África y Medio Oriente a Reino Unido.
En realidad, la información no fue difundida porque se trata de una persona menor de 18 años y, por ley, están impedidos a hacerlo. Pero ante los impactos de esta desinformación descritos arriba, un juez autorizó dar a conocer el nombre real del detenido, que resultó no ser inmigrante, sino ciudadano británico nacido en ese país, y no ser musulmán, sino cristiano.
Como suele suceder con las teorías conspirativas de la ultraderecha, cuando una es exhibida como falsa, quienes la plantean simplemente pretenden que nunca lo hicieron, o redoblan la apuesta con una nueva conspiración que explica la falsedad de la primera. En este caso, algunas personas plantearon que lo importante nunca fue este criminal en específico, sino el “problema” general que los inmigrantes y musulmanes representan, mientras que otras sugirieron que el gobierno británico no reveló el nombre originalmente porque estaban inventando una coartada.
El segundo elemento tiene que ver con las redes sociales. La conspiración descrita arriba fue, junto con muchas otras, difundida por activistas de ultraderecha principalmente en X, donde también hicieron llamados explícitos a la violencia.
Quizá el caso más notorio fue el de Elon Musk, el propietario de esta red social, quien en plena crisis compartió contenidos de famosos ultraderechistas británicos, habló de una guerra civil en ciernes y criticó al actual primer ministro, Keir Starmer, por supuestamente auspiciar un sistema de “dos niveles” de policía (una de las teorías conspirativas de la ultraderecha que afirma que la policía trata con guantes a las personas no blancas y con mano de hierro a las personas blancas).
Este fenómeno muestra, con una claridad fuera de serie, la forma en que X se ha convertido, desde que fue adquirida por Elon Musk, en una vía libre para que grupos de ultraderecha se organicen, difundan sus ideas y llamen a la violencia. Para ser claro, el asunto ya no es si Musk le da preferencia o maximiza a los activistas de extrema derecha –desde hace tiempo es claro que ese es el caso–, sino cómo deben reaccionar ante ello los gobiernos.
En concreto, el papel de X en los disturbios británicos hace notorio el siguiente dilema: por una parte, el gobierno no tiene las herramientas para bloquear este tipo de circuitos; por la otra, es un asunto controvertido si un gobierno debe tener este tipo de mecanismos a su alcance.
El tercer y último elemento para considerar es que la desinformación y conspiraciones que circularon en redes y canales de ultraderecha no surgen en el vacío. En realidad, se alimenta de prejuicios y resentimientos existentes, y los termina maximizando.
Aunque las protestas fueron originalmente lidereadas por grupos racistas de larga historia en Gran Bretaña, también llamó la atención que la mayoría de las personas fueran hombres –muchos alcoholizados– y los cientos de alegres adolescentes que, entre risas y gritos racistas, se sumaron al festín de violencia.
Este no es un asunto menor. Las ideas racistas y sexistas de la ultraderecha han tenido una penetración preocupante entre hombres jóvenes, pues postulan que es injusto que ciertos privilegios que históricamente les habían pertenecido tengan que ser compartidos con mujeres y personas de color.
La combinación de teorías conspirativas, redes sociales sin regulación adecuada, en conjunto con un grupo de personas con resentimientos reales, fue la mezcla explosiva que derivó en las protestas violentas de las últimas semanas. Dado que estos elementos no son exclusivos de ese país, es previsible que este fenómeno se replique en otros lados.
En este sentido, es importante notar que, al menos por el momento, parece que Reino Unido ha logrado evitar que esta bola de nieve siga rodando. Y que esto ha sido posible porque la reacción del gobierno y de parte importante de la sociedad han sido ejemplares.
Keir Starmer, el primer ministro británico, actuó con velocidad y firmeza, asegurando que todas y cada una de las personas que ejercieron o promovieron violencia serían procesadas: “Garantizo que se arrepentirán de haber participado en el desorden, directamente o agitándolo en línea y luego corriendo”, afirmó.
No estamos ante palabras vacías, como las que solemos escuchar frecuentemente en México. Tampoco hablamos de represión o violaciones de derechos humanos. Si hay alguien con experiencia exitosa y legal en esta materia es Starmer (él estuvo a cargo de contener la última ola de disturbios hace un par de décadas). Además, la policía británica cuenta con servicios de inteligencia de primer nivel y profesionales.
Pero quizá más impresionante ha sido la reacción de la sociedad británica. Casi todos los actos de protesta violenta fueron acompañados de contra-protestas pacíficas masivas que pusieron en ridículo y perspectiva el escaso número de participantes en los disturbios.
Como resultado de estos dos fenómenos, lo que pudo haber sido un verano de violencia parece haber sido contenido en unos pocos días y exitosamente. Para Reino Unido, lo que sigue es trabajar en las causas de fondo y estructuras que permitieron su emergencia.
Lo mismo aplica, con mayor razón, para el resto del mundo. El camino es cuesta arriba; no todos los países cuentan con un gobierno eficiente y con una sociedad lista para cerrar la puerta a la ultraderecha. Lo cierto es que, una vez que se entiende su naturaleza, es claro que nadie está exento de una erupción como la que sufrió este verano Reino Unido.
*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham, en Reino Unido.
Con información de Proceso