La 79 Asamblea General de la ONU ¿escepticismo o esperanza?
Olga Pellicer
Esta semana se iniciaron en Nueva York los trabajos de la 79 Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU); 193 estados miembro de esa organización se reunirán para participar en diversos eventos entre los que sobresale la Cumbre del Futuro y el Debate General, A ello cabe añadir los encuentros temáticos, bilaterales, regionales y subregionales que se celebran ahí, convirtiendo a la Asamblea General en un ocasión excepcional para conocer el rumbo que siguen los problemas más serios de las relaciones internacionales en esta tercera década del siglo XXI.
A nadie escapa la incertidumbre y el peligro que corren la paz y la seguridad internacionales. De una parte, los enfrentamientos bélicos en el Medio Oriente y entre Rusia y Ucrania han llevado a situaciones de una gran violencia, cuyo escalamiento bien podría conducir a la Tercera Guerra Mundial.
Las posibilidades de utilización de armamento nuclear están presentes, por parte de Rusia, Israel y posiblemente Irán. Tales peligros se entrecruzan con la disputa entre China–Estados Unidos por la hegemonía mundial, asociada con cambios geopolíticos que alteran profundamente el orden internacional que, con enormes altibajos, ha prevalecido hasta nuestros días. La sobrevivencia misma de la ONU es prueba de ello.
Más allá de las confrontaciones en marcha, dos grandes peligros de orden distinto amenazan seriamente el futuro de la humanidad: el cambio climático es el más grave. De una parte, por sus efectos visibles en fenómenos como son, entre otros, temperaturas muy altas, lluvias torrenciales, huracanes e inundaciones que están afectando la vida de millones de personas. De otra parte, por los avances tan lentos en la toma de conciencia de la necesidad de modificar costumbres tradicionales que afectan negativamente el cumplimiento de los compromisos para reducir el calentamiento de la Tierra que fueron bien definidos desde los acuerdos de Paris de 2015.
El posible regreso al poder de Donald Trump ensombrece, aún más, el panorama de un mundo que avanza hacia su destrucción sin que las circunstancias culturales, económicas y políticas permitan poner el freno. El hecho es que, aún en círculos familiarizados con el pensamiento científico, prevalecen dudas respecto al origen y los efectos devastadores del cambio climático.
El segundo tema que se está definiendo como una nueva amenaza a la paz y seguridad internacionales son las nuevas tecnologías, entre las que destaca la Inteligencia Artificial (IA). El efecto de la IA en el mercado laboral, en las actividades digitales, en la operación de nuevos armamentos y formas de agresión hacen urgente la regulación de tales tecnologías. Sin duda se está buscando esa reglamentación en China, Europa y Estados Unidos, pero, sin duda, también lo que se ha logrado es insuficiente y es dudoso que tenga éxito.
¿Qué puede esperar un mundo tan atribulado de la Asamblea General de un organismo creado hace cerca de 80 años? La primera reacción conduce al escepticismo. Evidentemente es necesario reformarla, aunque las características de su Carta Constitutiva colocan múltiples obstáculos para que sea posible. Sin embargo, tampoco es imposible. Sin modificar la Carta se pueden cambiar formas de trabajo, elaborar nuevas normas, incorporar a nuevos sectores de la sociedad civil, académicos y empresariales.
Se pueden buscar consensos para lograr tales cambios inspirados por la convicción de que renovar la ONU para abordar nuevos problemas concierne y conviene a todos, independientemente de tener posiciones económicas y políticas distintas. Ese es el espíritu que anima a la Cumbre del Futuro y a los esfuerzos para avanzar contra viento y marea en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Cierto que las nuevas tecnologías conllevan peligros, pero cierto también que hacen posible la traducción simultánea a través de un simple teléfono celular que permite una comunicación fluida entre países de oriente y occidente que no sospechábamos era posible hasta hace poco tiempo.
Cabe considerar que la posibilidad de comunicarse es un factor que favorece a la paz.
Dentro de esa mirada a vuelo de pájaro sobre la 79 Asamblea General debemos detenernos para referirnos a la participación de México.
Un comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores nos informa que el presidente Andrés Manuel López Obrador estará representado por la canciller Alicia Bárcena.
Gran conocedora de los procedimientos de la ONU, Bárcena participara con el estilo y la dignidad apropiados. No es fácil, sin embargo, hablar a nombre de un gobierno que, con la excepción de la participación de Juan Ramón de la Fuente en el Consejo de Seguridad, no ha tenido presencia activa en los foros multilaterales universales o regionales.
Tal ausencia rompió con la conocida actividad y protagonismo de México en el mundo multilateral caracterizado por cuatro elementos. La trascendencia de los temas que auspiciaba (desarme nuclear, desarrollo del derecho internacional y cambio climático son sólo algunos ejemplos); el profesionalismo de los cuadros del Servicio Exterior Mexicano encargados de cuestiones multilaterales; la habilidad para alcanzar consensos en temas que podían ser polémicos y, por último, la presencia del presidente de la República cuando era el nivel que se necesitaba.
El sexenio que está por terminar mantuvo la decisión presidencial de colocar en segundo término la política exterior. Sus efectos fueron evidentes. México perdió espacios, presencia e influencia en la política multilateral.
Sin embargo, el futuro abre nuevos caminos. Designada como la próxima secretaria de Medio Ambiente, Alicia Bárcena tiene la oportunidad de alentar el papel de la nueva presidenta en foros multilaterales promoviendo temas de cambio climático en los que, dada su formación profesional, tiene la posibilidad de desempeñar un papel de claro liderazgo. Así, la asistencia de la presidenta Claudia Sheinbaum a la 80 Asamblea General de la ONU puede ser un hito muy prometedor en la política exterior de México.
Con información de Proceso