Monreal, el llamado
Ernesto Villanueva
La erosión del quehacer de la política en el país se advierte en varios rubros que son signos que deberían preocupar a todos, razón por la cual el llamado de Ricardo Monreal a atender las mínimas reglas de la civilidad, la observancia de las conductas básicas establecidas en la Constitución y las leyes y a conducirse por los cauces del sentido común y del interés público son, sin duda, cada día más atendibles porque son más recurrentes. Veamos.
Primero. El libre intercambio de expresiones y juicios de valor en la política no está reñido con el uso del idioma; al contrario, debería ser materia para ampliar los conceptos y términos utilizados para ensanchar el tipo de lenguaje que debería emularse por la sociedad y especialmente por la niñez.
Lo que se observa, por el contrario, es la devaluación del uso correcto del idioma, con el que se solaza, aun sin que exista una intencionalidad en esa dirección, de las carencias educativas de una buena parte de la población para internalizar y normalizar una subcultura del lenguaje anclado en el insulto, en la injuria, en la reproducción de formas inadecuadas de expresarse y en apelar al ataque como forma de comunicarse, en un proceso que va adquiriendo carta de naturalización en perjuicio de todos.
En este sentido, Ricardo Monreal, paradójicamente, ha sido objeto de ataque por hablar y escribir correctamente el español, por sustentar sus afirmaciones con datos duros, por aportar razones (que pueden, por supuesto, ser confrontadas con otras) y, en suma, por pensar por sí mismo con apego a sus propias convicciones con coincidencias en el fondo de la 4T, pero con diferencias en las formas y en aspectos puntuales, como se ha observado. Se ha negado a renunciar a ser él mismo. Evidentemente si se hubiera mimetizado y renunciado a la racionalidad habría tenido mayores réditos políticos en su propio partido. Paga el costo de pensar con cabeza propia lo que lo dignifica de cara a la sociedad, pero le resta en Morena, donde la obsecuencia cada día gana más terreno. Ahí están Layda Sansores y su equipo como muestra de orgullo partidista, que exhibe sin pudor sus carencias cognitivas, su desprecio a la Constitución y a las leyes y ofrece como un conspicuo valor agregado la renuncia a toda muestra de civilidad política como sello de agua de su comportamiento.
Segundo. En la lógica del absurdo, la entrega de resultados de Ricardo Monreal, que deberían ser tratados como el fondo de una evaluación sobre su clara adhesión al proyecto de la 4T, son minimizados y reducidos por ejercer su derecho a fijar postura en temas de apreciación, como su opinión sobre la UNAM, sobre cómo proceder en la reforma electoral y su firme convicción de respetar el estado de derecho. Y ciertamente los servicios de Monreal a la 4T no son pocos; antes bien, son vastos y complejos. Que se hayan aprobado en el Senado de la República, donde Morena y sus aliados no tienen proporcionalmente los mismos integrantes que en la Cámara de Diputados, las iniciativas de ley y de reformas constitucionales del presidente de la República ha reclamado toda una labor de negociación y de conciliación de intereses diversos.
Esos son los datos duros, la materia sobre la que deberían examinarse sus lealtades, porque son elementos objetivables. No se ha hecho. Tienen más peso los rumores y los mensajes sin soporte para sostener que hay algún tipo de infidencia o deslealtad. Se trata de un grave problema de ponderación de criterios con los que se mide la coincidencia. A pesar de lo anterior, Monreal ha seguido dirigiendo la fracción de Morena en el Senado porque se trata de un político que goza del respeto y reconocimiento no sólo de quienes integran su fracción, sino de quienes conforman ese cuerpo legislativo, credenciales personales necesarias para la aprobación de leyes y distintos actos para los que tiene atribuciones. Nada le hubiera costado a Monreal guardar, al menos, oportuno e interesado silencio para no generar inquietud o molestia alguna dentro de su formación política. En un ejercicio pragmático carente de toda convicción personal que, dicho sea de paso, es la regla, lo que hubiera sucedido es que se siguiera la ruta de esperar para mejores tiempos el momento para mostrar sus valoraciones en aquellos rubros donde lo que piensa transita por un sendero distinto al marcado como línea por la propia 4T.
Y no es que Monreal desconozca esta circunstancia, lo sabe muy bien. Su experiencia y habilidades políticas son de larga data y de gran calado. Lo hace para que propios y extraños sepan que hay una razonable coincidencia entre lo que piensa y lo que dice con las ventajas, me imagino, de sentirse bien consigo mismo y marcar distancia de los usos y costumbres de la política mexicana en aras de que, aunque pueda considerarse por casi todos como una utopía, la ética política mínima pueda tener cabida en el país. Y vaya que, con candidatura presidencial o no, esa persistente actitud de Monreal hay que rescatarla como un aporte del deber ser en esa profesión a la que ha dedicado su vida donde la dignidad y la ética son valores escasos, por no decir casi inexistentes.
Tercero. Y en esa misma línea, el propio Monreal está prestando grandes servicios a su partido a pesar de éste. Ya le pide a una senadora de su fracción que arregle sus adeudos de arrendamiento. Lo mismo hace con otra legisladora para que explique por qué fue grabada recibiendo recursos económicos en efectivo de una oficina de gobierno en Campeche, y así se podrían citar varios casos más que tienen como común denominador la rendición de cuentas, el apego a la ley y el cierre de los flancos abiertos que estas conductas generan en el ánimo de la opinión pública. Sea como fuere lo que arroje el futuro, ya ahora Monreal merece mi reconocimiento porque es una prueba de que el ejercicio de la política puede ser diferente.