Ucrania, entre la negociación o el caos

Olga Pellicer

Al momento de escribir estas líneas hay enorme optimismo entre los ucranianos por el éxito de sus acciones militares, que han permitido recuperar importantes ciudades del noreste del país que habían sido tomadas por los rusos. El hecho rompe el estancamiento en que se encontraban los enfrentamientos en el campo de batalla desde mayo. Representa un giro significativo que lleva a una etapa nueva la guerra en Ucrania, cuyos resultados finales son todavía inciertos.

De una parte, se confirma la debilidad del ejército ruso que se ha retirado incluso sin destruir armamento que dejó sin utilizar. Cada vez más se desmorona la imagen de sus fuerzas armadas que se creían invencibles, capaces de conquistar la capital de Ucrania sin mayores problemas. Lo que se advierte, a cambio, es una artillería anticuada, un ejército poco motivado, una conducción errática que no permite adivinar cuál es la estrategia que se está siguiendo.

Por otra parte, no hay duda sobre la fuerza del liderazgo ucraniano encabezado por Volodímir Zelenski. La rapidez con que construyó la narrativa nacionalista y defensiva ante la agresión rusa ha sido enormemente exitosa. El ánimo patriótico se ha encendido a lo largo del país, al mismo tiempo que cunde la ira por el alto número de civiles que han muerto, la destrucción de edificios de viviendas, puentes, caminos y vías férreas.

Sin embargo, la recuperación de ciudades importantes no significa que la batalla ha terminado. Rusia controla aproximadamente una quinta parte del territorio de Ucrania. La posibilidad de mantener la contraofensiva depende en gran medida del armamento enviado por los aliados de la OTAN, en particular Estados Unidos.

Como bien lo señala un reportaje del Washington Post (11/09/22), “el tamaño del apoyo militar de Estados Unidos, consistente en armamento y equipo militar por varios billones de dólares, ha permitido que los militares ucranianos, en menor número y sin preparación, hayan podido enfrentar y superar al pesado aparato militar ruso”. Puede asegurarse que semejante apoyo, aunado a la cooperación en materia de inteligencia, va a continuar. 

Hasta ahora Zelenski está decidido a mantener el espíritu de combate, a pesar del alto número de muertes que propicia. Sus llamados a alcanzar la victoria despiertan interrogantes respecto a qué se entendería por ello. ¿Sacar hasta el último ruso de territorio ucraniano? ¿Asegurar compensaciones? ¿Llegar incluso más allá de la frontera con Rusia? En el discurso existente tales preguntas aún no tienen respuesta.

Para algunos observadores, sería el momento de detener las hostilidades y comenzar una negociación. Sin embargo, las circunstancias son ambivalentes y llevan a consideraciones muy variadas sobre cuáles son los motivos que descartan una negociación y cuáles los que invitan a no detenerla mucho tiempo.

Desafortunadamente para aquellos que, como yo, pensamos que debe terminar cuanto antes esta guerra que causa tantos daños a los combatientes y al mundo entero, es poco probable que la negociación para la paz esté cerca.

En primer lugar, no ha habido señales de Ucrania ni de Rusia de que estén dispuestos a comenzar una negociación, condición sine qua non para pensar en ella. En segundo lugar, Estados Unidos no ha expresado intenciones de suspender el envío de armamento.

En efecto, una vez que se pone en marcha el aparato militar industrial es difícil detenerlo. Los billones de dólares que el Ejecutivo estadunidense, con el apoyo de congresistas demócratas y republicanos, destina a proporcionar armamento a Ucrania supone importantes desarrollos de nuevos y sofisticados armamentos. Éstos, como se hizo en el caso de Irak, se pondrán a prueba en los combates que se llevarán a cabo en territorio ucraniano, por personal capacitado por ellos, con el objetivo de proseguir una guerra y con ello profundizar el conocimiento en el ámbito de la industria bélica. Una vez tomada la decisión de emprender ese camino, es difícil dar marcha atrás.

En tercer lugar, es cierto que el ejército ruso está lejos de ser la fuerza bélica poderosa que se creía. Sin embargo, es imposible ignorar que Rusia tiene armas nucleares e igualmente imposible pensar que no las usaría si Putin se siente acorralado. Es conocida la postura estratégica de Rusia en materia nuclear que considera el uso de las llamadas armas nucleares tácticas para contrarrestar derrotas en el campo de batalla.

Ahora bien, motivos más allá del ámbito militar conducen a otras reflexiones. Las más evidentes se relacionan con el papel de Rusia como uno de los principales abastecedores de energía para Europa, el invierno que se aproxima y el cansancio de los aliados de la OTAN cuando imaginan una guerra sin fin cuyo costo es muy alto económica y políticamente. No es fácil para los ciudadanos ingleses o alemanes conformarse con reducir su calefacción y recibir a miles de migrantes ucranianos sin tener una perspectiva más clara de cuándo se acaba esta guerra.

Esos sentimientos se manifiestan también en Estados Unidos. La posibilidad de que Putin cumpla su amenaza de suspender todo envío de gas o petróleo a Europa es muy perturbadora. Antes del comienzo de la guerra, 40% del gas que se consumía en Europa provenía de Rusia. Se han llevado a cabo esfuerzos para contrarrestar esa dependencia que llevarán varios años para tener éxito. Por lo pronto, un invierno sin reservas de energía en Europa elevaría brutalmente el precio de los combustibles en el mundo, incluyendo desde luego a Estados Unidos. El problema lastima seriamente las buenas noticias en materia económica que Biden enarbola para ganar las elecciones intermedias que se avecinan en noviembre próximo. 

En resumen, negociación incierta, efectos negativos de la guerra a través del mundo, peligro de utilización de arma nucleares y desestabilización económica. Tal es el panorama caótico que se vislumbra asociado a la incertidumbre sobre el fin de la guerra en Ucrania.  

Proceso

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