Las palabras y los hechos
Olga Pellicer
Ya pasaron varios días desde que la Cumbre de los tres amigos acaparó la atención de los medios de comunicación en México. No puede decirse otro tanto de los medios en Estados Unidos. Allá pasó casi desapercibida; si algo, fue un referente para comentar sobre los problemas con México, en particular los relativos a seguridad (tráfico de fentanilo) y migración (crisis en la frontera). No se especuló sobre la posibilidad de resultados positivos del encuentro.
Para los altos círculos oficiales en México, la Cumbre fue un gran éxito. Se logró promover al aeropuerto Felipe Ángeles, proyecto favorito del presidente López Obrador; se afianzó la amistad con el presidente Biden; los discursos y fotos del recuerdo transmitieron un sentimiento de cordialidad; las esposas construyeron amistad y entendimiento. En resumen, fue una fiesta de la que todos salieron contentos.
En realidad, los hechos dicen otra cosa. Más allá de las palabras, los resultados del encuentro fueron ambivalentes. Los problemas pendientes son graves y el adelanto logrado para su tratamiento fue muy limitado.
Cierto que el hecho mismo de tener una Cumbre fue buena noticia. Permitió mantener viva una idea de América del Norte que sin duda es benéfica desde el punto de vista de las relaciones económicas. Sin embargo, es muy dudoso que se vuelvan a encontrar “los tres amigos”. Los próximos dos años habrá elecciones en sus países. Es probable que Biden sea reelegido, pero Trudeau y López Obrador serán sustituidos por nuevos dirigentes. La química personal pronto será olvidada. Por eso hubo buen cuidado de no hacer referencia a la fecha y lugar en que se celebrará la próxima Cumbre.
Es posible que tal Cumbre tenga lugar hasta 2026, cuando está prevista una revisión del T-MEC. Punto central para prever lo que ocurra entonces es el resultado de las pláticas que se están llevando a cabo para resolver divergencias sobre la violación a normas del acuerdo relacionadas con la discriminación a compañías privadas nacionales y extranjeras en el sector eléctrico en México.
El tema fue eludido en la Cumbre, a pesar de ser un verdadero elefante en el cuarto. Se decidió que era conveniente ponerlo de lado, dado que se encuentra en consideración en las instancias previstas para negociar.
Es difícil prever el curso que seguirán las negociaciones. Para algunos, tomando en cuenta que no es el momento de crear tensiones mayores entre México y Estados Unido, el objetivo sería prolongarlas para que las consecuencias de las mismas corresponda enfrentarlas al próximo presidente. Para otros, las presiones internas que se ejercen sobre Biden obligarán a que entre en funciones el panel de controversias, cuyos resultados serán negativos para México. Sea como fuere, la Cumbre no contribuyó a disipar dudas sobre la fortaleza o debilidad del T-MEC en los próximos años.
El otro gran tema que coloca nubarrones sobre las relaciones entre los tres países de América del Norte es la migración. El problema tiene múltiples facetas por la manera en que ha evolucionado el fenómeno en los últimos tiempos, por el grado en que se cruza con problemas de política interna en Estados Unidos, por las aproximaciones tan erráticas en que se viene tratando un problema de oferta y demanda de mano de obra que, sobre todo a partir de Trump, se trata como uno de seguridad nacional para Estados Unidos.
Lo cierto es que la migración no fue tema de la Cumbre; fue tratado unilateralmente por Biden antes del comienzo de la misma. En efecto, en su camino hacia México se detuvo en El Paso, Texas, donde dio a conocer un extenso documento que contiene una serie importante de nuevas políticas en materia migratoria.
Algunas de dichas políticas tienen repercusiones importantes para México, como la de recibir 30 mil migrantes deportados al mes. Semejante decisión no fue negociada con México para decidir, por ejemplo, cuál sería la contribución estadunidense para hacer frente a las responsabilidades que se adquieren. Mantener la narrativa de cordialidad fue más importante que avanzar hacia un posible entendimiento sobre la mejor manera de tratar el tema de la migración. Ello requeriría, entre otras cosas, de un grupo de estudio binacional como el que se creó a finales del siglo pasado, con resultados interesantes para mejorar las situaciones imposibles que ahora existen en la zona fronteriza.
Los documentos finales incorporaron, acertadamente, señalamientos para mejorar la competitividad en América del Norte, objetivo en el que desempeña un papel fundamental la instalación de cadenas de abastecimiento especializadas en la producción de semiconductores.
Como parte de las medidas para alcanzar ese objetivo, el presidente López Obrador propuso un grupo de trabajo de alto nivel en el que participarían, entre otros, los ministros de Hacienda o su equivalente. Aunque es difícil que la propuesta aterrice en encuentros programados y agendas con mecanismos de seguimiento adecuados, llama la atención que uno de sus propósitos sea hacer recomendaciones para la “sustitución de importaciones”, un tema del siglo pasado que quizá se puede equiparar, aunque es algo bien distinto, a la instalación de cadenas de abastecimiento.
Una pregunta pendiente es qué ocurrió con la propuesta de López Obrador –principal tema de su discurso en la inauguración de la reunión bilateral con Biden– para incorporar en los proyectos de América del Norte al conjunto de países del continente, es decir a toda América Latina y el Caribe. La petición de que se les prestara mayor atención y apoyo económico dio lugar a uno de los momentos ríspidos de la reunión. La respuesta cortante de Biden fue que los compromisos de su país con prácticamente todo el mundo no permitían mayor atención de la que ya se estaba dando a esa región. Después no ocurrió nada.
Si algo queda claro, pasados algunos días de la Cumbre, es que los nubarrones que se ciernen sobre los países de América del Norte no se han disipado. Quizás ensombrezcan todavía más un ambiente en el que se acrecienta la distancia entre las palabras y los hechos.