Mario Vargas Llosa está regresando a Sartre (2/2)

Carlos Ramírez

Mario Vargas Llosa tiene razón al decir que en sí misma la polémica Sartre-Camus de 1952 en la revista Les Temps Modernes no permeó de manera masiva en sectores intelectuales latinoamericanos, pero sí fue conocida por algunos escritores y referida en textos muy marginales. Inclusive, y ante la oportunidad de la realidad para recuperar posicionamientos y enfoques, el debate en París no tuvo influencia recuperable en una de las polémicas más importantes en el ámbito sudamericano: la literatura y la revolución en el contexto de la revolución cubana.

En otoño de 1969, la revista uruguaya Marcha de Carlos Quijano, con enorme influencia en el sector progresista latinoamericano, abrió un debate a partir de un ensayo del escritor colombiano Oscar Collazos sobre el lenguaje, los temas y la realidad latinoamericana en el contexto de la revolución cubana y su tesis central fue muy sencilla: los escritores deberían tomar los discursos de Fidel Castro y de Ernesto Che Guevara como eje de su temática, lenguaje y realidad a describir en sus obras. Cuba necesitaba, decía la argumentación, del apoyo solidario de sus intelectuales y no de planteamientos críticos.

En ese año el pivote cultural cubano de 1969 a través de Casa de las Américas se había encontrado un contexto creativo de lo que sería, al comenzar los años setenta, el famoso boom editorial impulsado desde España y potenciado por obras seminales de una nueva corriente literaria en Iberoamérica: las diferentes formas de realismo desde la literatura, con Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, entre los más sobresalientes. El dato que se interpretó del primer texto de Collazos era que ninguno de esos autores, colocados en la cresta de la ola de la popularidad, reflejaba a la revolución cubana.

La polémica Sartre-Camus estalló en 1952 con un texto crítico de François Jensen, miembro del consejo editorial de la revista de Sartre, ante la negativa de éste de confrontarse con su amigo. La tesis del ensayo El hombre rebelde (1951) mostraba a un Camus con una distancia crítica de las revoluciones de la posguerra y, en el contexto, se deslindaba de la tesis sartreana del compromiso del escritor con la realidad que se había difundido en 1948. El debate, que merece aún muchos ensayos a la distancia, fue entre el intelectual comprometido y el intelectual en modelo Vigny en su torre de marfil. Al reclamo de Camus en una carta-ensayo dirigida al “señor director” de Les Temps, Sartre contestó con otro ensayo a su “querido Camus” que reconocía desde el principio que por las ideas la amistad entre los dos estaba destinada a romperse.

Los posicionamientos que ilustraron la ruptura de Vargas Llosa con Sartre en los setenta partían de una comprensión sesgada de las posiciones reales de Camus, luego perfiladas en su texto  central “Camus y la moral de los límites”. Pero el autor de El hombre rebelde iba más allá del sólo posicionamiento crítico de las ideologías radicales prioritarias y señalaba que el debate de las ideas había caído una trampa de la polarización, “cada una se apoya, para justificarse en el crimen del otro. Hay ahí una casuística de la sangre en la cual un intelectual, me parece, no puede participar, como no tomé el mismo las armas”, como lo recogió en Crónicas Argelinas (1958).

Agobiado por la crisis violenta en Argelia, Camus escribió el prólogo a ese libro, después de la polémica sobre El hombre rebelde, y dejó muy clara su posición: “el papel del intelectual consiste en discernir, en cada campo según sus medios, los límites respectivos de la fuerza y de la justicia. Es necesario, pues, iluminar las definiciones para desintoxicar los espíritus y apaciguar los fanatismos, incluso aunque sea a contracorriente”.

En su ensayo de 1948 Qué es la literatura, Sartre definió su tesis de que los escritores deben de comprometerse con su realidad, aunque la llevó al extremo que hizo decepcionar a Vargas Llosa, de que” frente a la miseria de la realidad, nada importa La náusea (1938)”, el primer libro de cuentos con el cual Sartre desperezó a los intelectuales que después de la Segunda Guerra trataban de recuperar sus espacios de autonomía moral.

Los textos de Vargas Llosa después de su ruptura con Sartre con el ensayo “Albert Camus y la moral de los límites” en realidad no fueron distantes del enfoque sartreano del compromiso y la literatura de la realidad, aunque tampoco quisieron ser propuestas de crítica ideológica a realidades dictatoriales. En este espacio literario destacan sus novelas históricas: La guerra del fin del mundo (1981) sobre la guerra en el Brasil de finales del XIX, La fiesta del chivo (2000) sobre la dictadura de Trujillo a finales de los años 50 del siglo XX, El paraíso en la otra esquina (2003) sobre el pintor Gauguin en Tahití, El sueño del Celta (2010) sobre el inglés Casement que denunció la dictadura colonial inglesa del Congo de entre siglos, y Tiempos recios (2019) sobre el golpe de Estado en Guatemala en 1964.

Quedan para las revisiones de especialistas las referencias al aire sartreano de sus tres primeras novelas seminales: La ciudad y los perros (1964), La casa verde (1967) y Conversación en La Catedral (1969). De toda la novelística del peruano-español, sin duda que Conversación en La Catedral sería la más política en aires sartreanos, pero al mismo tiempo la más propositiva en términos de estructura literaria con referentes de Faulkner.

A los 87 años, Vargas Llosa ha adelantado una próxima novela sobre el vals peruano ¿Un champancito, hermanito? que el periodista peruano Fernando Lozano ha detectado que viene de un artículo de Vargas Llosa de agosto de 1983 (Piedra de Toque I, Obras Completas IX, Galaxia Gutenberg, págs. 1367-1371): la referencia a la huachafería, una caracterización especial peruana en el comportamiento social muy compleja de entender, una especie de subclase cultural, pero bien pudiera ser algo parecido a la búsqueda de lo mexicano de Octavio Paz (El laberinto de la soledad, 1950) en el pachuco o clase social autónoma colocada entre la clase pobre y la clase rica, siempre en actitud de rebeldía.

En este contexto de una vida intelectual muy viva en el rumbo a los 90 años, Vargas Llosa podría estar encontrando, en la madurez, una explicación a su referente intelectual, literario, de personaje polémico y debatiente. Lo escribió en el contexto de la muerte de Sartre: “por Sartre nos tapamos los oídos para no escuchar, en su debido momento, la elección política de Camus, pero en cambio, gracias y a Sartre y Les Temps Modernes nos abrimos camino a través de la complejidad del caso palestino-israelí que no resultaba desgarrador”.

Como Mao en el retiro político regresando a Confucio, Mario Vargas Llosa podría estar regresando a Sartre y ojalá no nos quede debiendo una relectura del personaje que lo forjó, para bien y para mal, como intelectual.

El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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