Los sexenios terminan y el feminicidio prevalece

Armando Vargas y Verónica Baz / Integralia

Las estrategias de seguridad pública en México han excluido a las mujeres al poner el foco de atención en el homicidio doloso, un delito protagonizado por hombres. El sistema político, bajo la influencia del patriarcado, ha invisibilizado las desventajas que enfrentan cotidianamente las mujeres en todos sus ámbitos y que derivan en múltiples formas de violencia. El feminicidio, que hoy es una epidemia, es la manifestación más extrema.

Los esfuerzos de los gobiernos contra las violencias han sido insuficientes y el sexenio que termina no es la excepción. La tasa de feminicidios por cada 100,000 mujeres incrementó en 17 estados. En algunos casos, los registros incrementaron arriba del 100%, como Campeche, Querétaro y Quintana Roo, incluso, el problema aumentó en las entidades “más seguras” del país, como CDMX o Yucatán. Asimismo, López Obrador no sólo dejó fuera el problema de su agenda, sino que fue particularmente indolente con la situación, al negarle el diálogo a las madres de las víctimas que lo han buscado fuera del Palacio Nacional o ignorar este problema insistentemente.

El próximo año iniciarán nuevas administraciones y probablemente tendremos al mayor número de mujeres al frente de los poderes públicos, incluido el Ejecutivo federal. Aunque mujeres en posiciones de poder no es sinónimo de agendas feministas, lo cierto es que quizás haya más voluntad que en sexenios anteriores.

Los feminicidios son el resultado final de cadenas interconectadas, compuestas por condiciones y eventos que pueden interrumpirse si los reconocemos e intervenimos. A continuación, propongo tres enfoques que pueden ayudar a comprender lo que tenemos que atender.

Marginalidad letal

La violencia feminicida afecta a todos los sectores de la sociedad pero las frecuencias e impactos perjudican más a los sectores desfavorecidos. El caso más representativo continúa siendo Ciudad Juárez. La marginalidad coloca a las mujeres en una situación de vulnerabilidad por varios motivos, pero quizá el más importante es que las expone a entornos domésticos y comunitarios con menores habilidades para abordar conflictos por medios no violentos. Lo anterior en combinación con la prevalencia del machismo y la impunidad derriba todas las barreras para que los hombres puedan ejercer violencia física en contra de las mujeres.

Vida machista

El machismo es una forma de pensamiento en la que los hombres se perciben como superiores a las mujeres en todos los sentidos y actúan en consecuencia. El machismo se reproduce socialmente porque las estructuras patriarcales están tan arraigadas que facilitan que sus conductas, modos de operación y prejuicios se aprendan y naturalicen desde la infancia; de este modo, incluso las mujeres participan en el proceso. En sociedades como la mexicana, el machismo sirve para justificar la violencia en contra de las mujeres. Detrás de los feminicidios existen millones de historias de machismo.

Impunidad del Estado

Existe un engranaje entre la marginalidad y el machismo que hace posible el feminicidio: la impunidad, un factor transversal a todas las formas de violencia, pero que en este caso opera de forma particularmente indolente desde el Estado. En otros casos, la impunidad responde a la falta de competencias técnicas de policías y ministerios públicos, pero aquí las instituciones revictimizan a partir del prejuicio: “se fue con el novio” o “fue su culpa por vestirse de ese modo” son relatos comunes a los que se enfrentan las madres y los padres de las víctimas del feminicidio. Además, estas narrativas facilitan el feminicidio cuando las mujeres denuncian violencia previa.

Por tanto, al proteger a los hombres agresores, de algún modo, los feminicidios también son crímenes de Estado. Asimismo, puesto que la impunidad es un factor clave, no sorprende que las mujeres también sean víctimas en entornos donde el crimen organizado tiene el control de territorios e instituciones.

Cuando de feminicidios se trata, los diagnósticos ya existen y también los feminismos que levantan la voz contra la violencia machista. Sin embargo, porque este es un problema sistémico, estructural, complejo y multicausal, se requiere que hombres, mujeres e instituciones realicen acciones tanto diferenciadas como en conjunto. Aunque existen avances relevantes en los últimos años, como la creación de instrumentos legales e institucionales, los cambios culturales o las medidas de igualdad de oportunidades, en la práctica persiste la descoordinación interinstitucional, el acceso a la justicia es bastante limitado, prevalece la normalización de la violencia, no existen evaluaciones de las políticas para prevenir y sancionar la violencia de género, y queda mucho camino por recorrer en materia de capacitación de los funcionarios encargados de implementarlas.

Así pues, Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez tienen frente a sí la oportunidad de convertir el combate al feminicidio en una auténtica prioridad de gobierno. Sin embargo, para hacerlo, tendrán que superar a las estructuras políticas patriarcales con las que se han visto obligadas a trabajar durante toda su carrera política.

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