Elecciones a la mexicana

Caleb Ordóñez

Las elecciones van mucho más allá de las campañas políticas. Las elecciones abren debates ciudadanos para reflexionar sobre temas que realmente nos importan; nos enfocan a realidades crueles que vivimos diariamente, situaciones lacerantes que ningún gobierno ha podido responder en el pasado.

Las elecciones mexicanas son el “deporte” nacional por excelencia. Nos involucra a todos para opinar y discutir un futuro que cada persona vislumbra distinto por los siguientes años. Ese ensueño nos apasiona y lo promovemos.

Cada día, son tantas las promesas en los infinitos discursos de cada candidato, que sinceramente olvidamos casi la totalidad de ellas.

Pero insisto. Las elecciones van más allá de debates acalorados o mítines multitudinarios. Trascienden los colores y las fronteras entre izquierdas y derechas, del espectro político de un tablero que ya no existe; pareciera que a nadie le interesa ya.

Hace mucho que ya no existen las diferencias notables, de ideologías y causas, entre candidatos. Eso es parte también de la nueva forma de hacer campañas políticas en nuestro país.

Cada quien lo analizará y criticará a su manera. Pero ni Morena es de izquierda como tampoco el PRIAN defiende a la sociedad civil.

Están tan revueltos que no sabemos ni siquiera qué pretenden; bueno, sí, el famoso “hueso”, como coloquialmente le llamamos los mexicanos a encontrar trabajo fácil, gracias al proselitismo. Al apostarle a un candidato que, de ganar, les dará “algo” para poder seguir subsistiendo; una “chambita”.

Y ahí están quienes férreamente antes se peleaban a gritos, y hasta golpes, para defender un partido. Alineados con sus adversarios. Imposible olvidar los incontables argumentos de panistas y priistas como Javier Corral o Alejandro Murat, que hoy no sólo trabajan en la campaña de Claudia Sheinbaum, sino que son líderes de primer nivel, al grado de que serán senadores plurinominales. Sin duda, Sheinbaum sacrificó a morenistas fundadores y “lopezordadoristas” extremos, para darle lugar a los cientos de opositores que ahora se disfrazan de morenistas.

Pero en la dinámica dividida también se encuentra Xóchitl Gálvez, quien ante los perredistas promete apoyar el aborto y frente a los panistas se declara “pro-Vida”, entre otras muchas incongruencias que debe enfrentar, pues debe dar la cara por el monstruo creado entre tres fuerzas con ideologías totalmente opuestas.

Así de única y excéntrica es nuestra etapa democrática. Tan diversa, convenenciera, tergiversada, decadente y sobretodo violenta; la más violenta de la historia.

¿Autocensura o temor?

Uno de los detalles que quizá olvidaremos pronto -por nuestra nula retención social- será la defensa que hizo el presidente López Obrador de una playera con la santa muerte y la leyenda: “Un verdadero hombre nunca habla mal de López Obrador”.

Un tema que debe ser analizado profundamente.

Para AMLO la veneración y culto a la “santa muerte” es parte de las libertades que tienen los ciudadanos: “no nos metamos en eso, ya tiene tiempo que se resolvió ese asunto en México y se llama libertad religiosa”, señaló en su rueda de prensa del pasado lunes, apresurado e incómodo, queriendo cambiar el tema lo más pronto posible. Sabe perfectamente que el tema va más allá de un meme o una situación electorera.

Para quienes no están familiarizados con el tema, la adoración a la “santa muerte” en México se explica como una práctica religiosa que venera a una figura esquelética, personificación de la muerte. No es parte de la Iglesia católica oficial en muchas regiones del país están alineadas.

Millones de personas la veneran por protección, amor, justicia y otros favores. Es un fenómeno cultural complejo.

Lo que hace atractiva a la santa muerte, es que se dice que cumple las peticiones que le hacen sin juzgarlas, según el máximo sacerdote del culto, David Romo. Se estima que su congregación suma unos 5 millones de fieles, que él mismo señaló que incluye desde policías y políticos hasta secuestradores y sicarios.

Desde que se desató la guerra del narco -y en su continuación diaria- hemos conocido más a fondo la narcocultura en la que vivimos todos los mexicanos.

Los relatos de las cruentas batallas y los actores principales autonombrados “patrones”, “capos”, “jefes”, etc., son retratarnos por canciones, series de televisión, libros enfocados a esos temas, entre otras estrategias para monetizar el mundo del narco, que a tantas millones de personas apasiona.

El tema del crecimiento a la devoción a la santa muerte está intrínsecamente pegado a este negocio multimillonario, uniendo la fe y el narcotráfico, creando una religión única, disfrazada de catolicismo. Pero con la que lucran, pensando en los miles de millones de dólares que genera esa tóxica manera de creer en el éxito, la fama y la fortuna. Todo por la maldita droga y esa enfermiza hambre de poder.

“No nos metamos con eso”, dice el presidente, y no, claro que nunca le convendría ahondar en un tema tan espinoso y peligroso.

Como no hay que meternos en muchos otros temas, porque sería “patear el avispero”, la frase que tanto repetía López Obrador siendo candidato. Hoy, como flamante presidente enarbola la fracasada estrategia de “abrazos y no balazos”.

Y nadie, ningún izquierdista, ningún progresista, se atrevió a criticar la indefendible. Nadie levantó la voz. Es que la narcocultura trasciende los partidos y los nulifica.

Por eso quizá los verdaderos temas que le dañan a la gente siguen sin propuestas. Por eso, quizá por eso, se sigue creyendo que con mercadotecnia, estrategias digitales o canciones insípidas -como “Máynez presidente”- el electorado puede ser burlado.

“Mejor no nos metamos con eso”. Que siga el silencio, el eterno silencio político en el país “en el que no pasa nada”.

Con información de Expansión

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