183 mil muertos y contando

Octavio Campos Ortiz

La seguridad no será el legado de este sexenio, sino la asignatura pendiente de un gobierno que nunca contó con una política pública y cuya estrategia fallida fue omisa o de franca connivencia con el crimen organizado. La utilización sesgada de las estadísticas contrasta con la terca realidad que marca a esta administración como la más sangrienta en la historia reciente del país.

En el debate que nunca fue, privaron los ataques y descalificaciones, además de la soberbia de la candidata oficial que con gran cinismo evadió responder con argumentos al tema de la violencia y de los feminicidios, sabedora de que si se enganchaba podría exhibir a un régimen fracasado que mantiene en la impunidad los once asesinatos diarios de mujeres y los más de 183 mil homicidios dolosos que se han registrado en lo que va del sexenio, además del incremento de las desapariciones forzadas que hoy rondan los cien mil casos.

Este ha sido un gobierno fallido en materia de seguridad, antifeminista e indiferente ante las causas de las madres buscadoras. A pesar de la manipulación de los números, nadie puede negar que una procuración de justicia usada discrecionalmente como brazo ejecutor de venganza, represión e intimidación políticas fue omisa para esclarecer la muerte de más de 183 mil mexicanos, el feminicidio de once mexicanas todos los días o resolver la desaparición de ciudadanos. Quienes reclamaron justicia se encontraron con un Palacio Nacional amurallado, insensible ante las demandas de las mujeres que exigen frenar la violencia contra ellas o el apoyo para encontrar a sus familiares; no hubo otra acción de gobierno que desaparecer a los desaparecidos de las listas, pero nunca la intención de encontrarlos.

Pasará este régimen a la historia, no como quisiera ser recordado, ni siquiera en los nuevos libros de texto de la Nueva Escuela Mexicana -lo que quiera que esto signifique-, sino como el más violento, donde no se esclarecieron 96 homicidios dolosos de cada 100 casos y donde se empoderó el crimen organizado.

Será recordado porque se perdió la gobernabilidad, porque las mafias deciden cómo vivir en las comunidades e imponen candidatos . Será recordado porque no supo frenar el asesinato de políticos de todos los partidos, de aspirantes a puestos de elección popular o exfuncionarios. Será recordado por la muerte de policías, militares, ministerios públicos y jueces. La historia los juzgará por el grado de impunidad que permitieron, porque lejos de hacer que se respetara la ley, la violaron, porque erosionaron el Estado de Derecho, por el uso político de la justicia y la ineficiencia de las fiscalías que no procuran justicia pronta ni expedita.

El uso faccioso de las estadísticas no les ha valido para ocultar la realidad. Falso que otros sexenios hayan sido más violentos, el dato duro es que casi 200 mil mexicanos habrán muerto al terminar esta administración. El problema de la violencia que genera el crimen organizado no se heredó, nunca se quiso controlar.

La fallida estrategia de abrazos y no balazos solo permitió el incremento de las muertes y de la impunidad. Jamás hubo una política pública de seguridad que ponderara la prevención del delito ni se pretendió desarticular a las bandas delictivas, mucho menos desmantelar sus redes para el lavado de dinero, la Unidad de Investigación Financiera está para amedrentar a políticos opositores o a descarriados funcionarios. Se perdió la gobernanza y fueron omisos con los criminales.

En el seudo debate no hubo nada para nadie. Falso que haya un ganador, simple y sencillamente porque no hubo debate, solo un espectáculo vodevilesco donde exhibieron sus miserias, pero nadie presentó propuestas o programas para solucionar los problemas nacionales, cómo y con qué lo harían, entre ellos el de la seguridad. Nadie puede llamarse ganador a pesar de los sesudos análisis de los opinadores. Condición sine qua non de un debate es la confrontación de ideas o propuestas.

Apostilla: Todos demostraron ignorancia supina. Periodistas, opinadores, cartonistas, analistas, creadores de contenido y mucha de la audiencia supusieron que Xóchitl se equivocó al poner de cabeza el escudo nacional, no la bandera. Le faltó una explícita explicación de que en términos militares cuando una fortaleza está en peligro iza el lábaro patrio de cabeza para solicitar auxilio. La analogía es que sabe del riesgo que corre el país y la urgencia de que cambien las cosas.

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