Contaminación electoral
Karolina Gilas
A medida que avanzan las campañas electorales aumenta el desorden de los anuncios que inundan nuestras calles, parques y plazas públicas. Nuestras ciudades se han transformado nuevamente en un espectáculo estridente de propaganda electoral. A dondequiera que mires, las calles están llenas de innumerables exhibiciones, cada una compitiendo por la atención de los posibles votantes.
Cada ciclo electoral, los partidos políticos y las candidaturas inundan nuestras ciudades con esas exhibiciones masivas. Sus caras, sus lemas, sus logos, se asoman en cada poste, puente, árbol. Encimados, rotos, chuecos, de cabeza. Nuestras ciudades están tapizadas por una cacofonía de colores y lemas, cada uno más estridente que el anterior. La contaminación visual está omnipresente, asaltando nuestros sentidos en cada calle, en cada esquina.
Estos carteles y pancartas reflejan un problema más profundo que aqueja nuestro paisaje político: las prácticas electorales ineficaces y una cultura política que valora la imagen sobre la sustancia. Las candidaturas se centran en eslóganes pegadizos y promesas vagas en lugar de propuestas políticas concretas y debates significativos. Esto contribuye a una ciudadanía cada vez más desilusionada y desconectada del proceso democrático. Es importante que cuestionemos, entonces, su pertinencia, utilidad y afectaciones a la esfera pública. ¿Cuál es el impacto real que estos anuncios tienen sobre el proceso electoral? En una era donde la información está al alcance de nuestra mano, ¿realmente estas estrategias anticuadas de campaña logran persuadir a las y los electores?
Durante décadas, los partidos políticos han confiado en los anuncios impresos y la pinta de bardas como herramientas fundamentales para llegar a sus votantes. Sin embargo, las investigaciones indican que, aunque los anuncios pueden mejorar la visibilidad, a menudo no se traducen en decisiones de voto informadas o en un compromiso político significativo, pues se trata de mensajes impersonales. La falta de conexión más directa y un mensaje de relevancia para la ciudadanía no genera una adhesión o simpatía con la opción política en cuestión.
Estudios recientes han demostrado que la exposición a la propaganda electoral física tiene un impacto mínimo en las decisiones de voto reales, al igual que los anuncios televisivos. Las investigaciones han demostrado que las y los votantes dependen cada vez más de plataformas digitales e investigaciones personales para informar sus decisiones, que se basan en fuentes de información más sustanciales, como debates, cobertura mediática y discusiones con amistades y familiares. Los tiempos han cambiado, la ciudadanía y su proceso de adquirir la información ha cambiado, a pesar de la insistencia de nuestros partidos de vivir en el pasado.
Además, la saturación visual creada por la proliferación de propaganda electoral puede tener el efecto contrario al deseado. En lugar de atraer a la ciudadanía, el exceso de anuncios puede generar apatía y desinterés en el proceso político. Las y los votantes se sienten abrumados y desconectados de los mensajes, lo que puede llevar a una disminución en la participación electoral en general.
El impacto de los anuncios se extiende más allá de la estética y de su utilidad. La producción y disposición de estos materiales tienen una huella ecológica significativa que no podemos seguir ignorando.
Si bien la ley obliga a los partidos a usar materiales “reciclables, fabricadas con materiales biodegradables que no contengan sustancias tóxicas o nocivas para la salud o el medio ambiente”, no queda claro el cumplimiento de este mandato. Y aunque éste se cumpliera a cabalidad, estos materiales también tardan en desintegrarse. Este proceso puede tardar entre unos seis meses a dos años y depende del tratamiento que reciban, pues en condiciones que no sean de compostaje, pueden tardar mucho más en desintegrarse.
La gestión medioambiental de los anuncios es extremadamente complicada tan sólo por el volumen de la basura electoral que se genera. Por poner un ejemplo, en la Ciudad de México, la Fundación por el Rescate y Recuperación del Paisaje Urbano (FRRPU) estima que en este proceso electoral se generarán unas ¡30 mil toneladas de basura!
Ante todo ello, surge la pregunta: si estas exhibiciones no impactan decisivamente en los resultados electorales y principalmente sirven como molestias urbanas y peligros ambientales, ¿por qué continuamos tolerándolas? ¿Por qué los partidos siguen invirtiendo sus recursos en mecanismos de comunicación obsoletos e ineficientes?
La respuesta parece estar en la inercia de los métodos de campaña tradicionales y la falta de regulaciones más estrictas respecto a la publicidad política en espacios públicos; quizá también a mal entendida “presencia en el territorio” de los partidos y sus candidaturas o por la percepción engañosa de su eficacia. Lo que hoy es claro es que los anuncios en la vía pública no ganan las elecciones, no incentivan el voto y no son bien vistos por la ciudadanía. En cambio, contribuyen a una sobrecarga sensorial que muchas personas encuentran abrumadora y desorientadora.
Cuando camino por la Ciudad de México en estos días, tengo que confesar que envidio a las ciudades y los países que encontraron mejores soluciones a este problema. Ése es el caso de Francia, donde los materiales de propaganda deben colocarse en ubicaciones específicamente designadas, como los paneles oficiales de anuncios proporcionados por las municipalidades, asegurando una distribución equitativa entre todos los partidos y candidaturas. Además, la ley francesa impone restricciones en cuanto al tamaño y tipo de material de los carteles, que deben adherirse a dimensiones estándar y deben incluir la identificación del impresor y la cantidad de copias producidas. También alienta a los partidos y candidaturas a usar materiales reciclables o biodegradables para minimizar la huella ecológica de sus campañas. En México, el estado de Jalisco ha regulado la propaganda en la vía pública de manera mucho más eficiente, prohibiendo su colocación en los espacios públicos, salvo aquellos destinados para ello por las autoridades. Gracias a ello, Guadalajara muestra su belleza incluso durante las campañas…
Es tiempo de reconsiderar el papel de la propaganda electoral tradicional en nuestras campañas políticas, especialmente de la expuesta en los espacios públicos. No podemos seguir utilizando los anuncios, los espectaculares y las bardas pintadas como principal forma de interactuar entre partidos y votantes. Debemos explorar métodos más innovadores y interactivos que fomenten un compromiso real y un diálogo significativo y que alienten el involucramiento ciudadano en los procesos electorales.
Y, de paso, ojalá logremos cuidar a nuestras ciudades y a la ciudadanía de la exposición a la basura electoral.
Con información de Proceso