Oposición mexicana, un cero a la izquierda

Ricardo Peralta

La oposición mexicana parece vivir en una realidad política alterna o paralela, donde las encuestas no existen, la historia no pesa, el reloj avanza sin ellos. Sus “liderazgos” están envejecidos en todos los sentidos, las estructuras anquilosadas y extraviadas, su narrativa navega en la difamación, la calumnia y las fantasías de “fuentes” de la ilusión.

La oposición se convirtió en un actor marginal que vive del escándalo y no de una propuesta convincente. Un cero a la izquierda. No porque carezcan de recursos o de espacios mediáticos, sino porque su discurso se nutre únicamente de la prensa carroñera sin escrúpulos ni rigor periodístico. En esa dinámica el pueblo no existe.

Hasta la siguiente vida, por razones cronológicas, cerca de 80 por ciento de sus principales cuadros ya no tendrán oportunidad real de acceder al poder público del que han vivido la totalidad de sus vidas, no tienen antecedentes de actividad profesional y mucho menos empresarial que sustente sus altos niveles de vida económica que han tentado hace décadas, se muerden la lengua.

Además, no permitirá el tiempo biológico ni la dinámica social de un país donde la nueva generación electoral está conformada mayoritariamente por jóvenes que crecieron escuchando discursos de transformación, no de añoranza del panismo o priismo.

Mientras el mundo avanza hacia liderazgos frescos, la oposición mexicana sigue esperando al tranvía llamado deseo, como en la célebre obra A Streetcar Named Desiresin aceptar que ya les pasó la hora, aún con su proceso de creación de nuevos partidos políticos que tendrán un debut y despedida.

Los mismos rostros que dominaron el tablero político en los años noventa y dos mil siguen apareciendo en la escena como si no hubieran pasado décadas de hartazgo popular. La mayoría de los líderes opositores actuales pertenecen a una generación que perdió no solo el poder, sino la confianza de millones. No han formado cuadros nuevos con peso real, ni han permitido un relevo generacional auténtico. Lo poco que emerge entre sus filas jóvenes se ve atrapado en estructuras cerradas que privilegian el apellido y el conflicto de interés, sobre el talento y la operación política. El resultado es una oposición que envejece a ojos de todos mientras el electorado rejuvenece.

La oposición ha elegido una estrategia equivocada: destruir la legitimidad de quien gobierna sin ofrecer una alternativa creíble. En lugar de articular propuestas, repite mensajes de hace 30 años, ignorando que la sociedad mexicana cambió profundamente. Los jóvenes no quieren regresar al pasado neoliberal, ni a gobiernos caracterizados por la corrupción, la desigualdad y la represión, sus apellidos agobian a propios y extraños.

Su narrativa es reactiva y derrotista. Hablan más de lo que odian que de lo que sueñan. Y en política, quien no emociona, desaparece.

Los partidos opositores —especialmente el PRI, el PAN y el PRD— arrastran heridas internas que no sanan. Se aliaron por supervivencia y hoy subsisten por el periodo legislativo. Su agenda común no es un proyecto de nación, sino la simple meta de frenar a la Cuarta Transformación. No hay propuesta económica sólida, ni visión de seguridad nacional moderna, ni plan social que entusiasme. Y sin narrativa de futuro, sólo queda la nostalgia, un activo inútil en política.

En contraste con la dispersión y debilidad opositora, el liderazgo de Claudia Sheinbaum Pardo se ha consolidado como un referente nacional e internacional. Su estilo de gobierno combina capacidad técnica, firmeza política y sensibilidad social. No improvisa: construye con método, con claridad de objetivos y con una visión de Estado que ha logrado cohesionar a millones de personas en torno a un proyecto de transformación profunda. Hoy encarna no solo la continuidad de un movimiento histórico, sino su modernización con perspectiva de futuro. Esa fuerza política y social es precisamente lo que la oposición no ha podido ni podrá contrarrestar con discursos vacíos.

En las próximas dos elecciones federales, el reloj será implacable. La mayoría de las figuras que hoy encabezan la oposición tendrán más de 70 años o estarán fuera de la arena política activa. Su intento por frenar un proyecto transformador desde tribunas, medios y tribunales no les ha dado resultado alguno. Las urnas no se llenan con conferencias de prensa ni con denuncias huecas. Se llenan con esperanza.

México está viviendo un cambio de época. La oposición mexicana, si no se reinventa desde las entrañas, quedará como nota al pie de página en la historia política contemporánea. Y muchos de sus actores, por simple ley de la vida, ya no estarán para verlo.

Dedicada principalmente a los inservibles y anquilosados Acosta Naranjo y sus flacos Chuchos, Federico Döring, Lilly Téllez, y a todos aquellos que han construido sus plataformas con vilezas y mentiras.