Azucena Uresti y las circunstancias actuales

Antonio Salgado Borge*

Para mi primo Ricardo, con la confianza de que en su viaje encontrará la tranquilidad y la perfección que otros disfrutaban en los que él organizaba.

Parte de la comunidad intelectual mexicana está intoxicada con la polarización que tanto ha negado o denunciado. La salida de Azucena Uresti de Milenio evidencia, con claridad fuera de serie, las características de este fenómeno. Y también avisa de sus posibles consecuencias.

Para entender estas características y sus implicaciones es necesario empezar reconociendo un hecho destacable: al redactar su despedida ambiguamente y basarla en “las circunstancias actuales”, Azucena Uresti partió la arena en dos secciones bien demarcadas, aunque no necesariamente simétricas.

En una partición quedaron quienes han interpretado el lenguaje elegido por esta periodista como un medio para transmitir, de manera implícita pero indudable, que fue víctima de un arrebato autoritario surgido directamente desde la Presidencia. Este grupo grita “censura”, al tiempo que presenta a la conductora como un referente de periodismo crítico e independiente.

Epigmenio Ibarra. Foto: Germán Canseco.

En la otra partición se encuentran quienes han visto en la vaguedad del comunicado una estrategia para fortalecer su posición frente al sector de la población que reprueba a AMLO o, más directamente, para lastimar la imagen del presidente. Quienes integran este grupo aseguran que posiciones de esta especie son consistentes con la trayectoria de Azucena Uresti.

Desde luego, la existencia de particiones en la comunidad intelectual mexicana no es nueva ni necesariamente perniciosa. Existen muchas formas de agrupar a la misma colección de individuos, incluyendo sus posiciones ideológicas, sus intereses o sus motivos. Es aquí donde cobran relevancia tres características, estrechamente interconectadas, que a mi juicio distinguen a nuestras circunstancias actuales.

La primera consiste en un ajuste de equilibrio. Durante mucho tiempo la mayoría de los megáfonos estuvieron controlados por unos pocos medios, que los distribuían entre intelectuales generalmente favorables al libre mercado y contrarios al papel protagónico del Estado. Sin este contexto sería difícil explicar el éxito de la guerra sucia de la que fue víctima AMLO en 2006 o de las campañas mediáticas contra Cuauhtémoc Cárdenas.

Lorenzo Meyer. Foto: Alejandro Saldívar.

Esta sinfonía nunca estuvo completamente sola: aunque a algunos se les haya olvidado, excepciones valientes y notables podían encontrarse en un puñado de espacios como Proceso, el programa de Carmen Aristegui o Primer Plano. Sin embargo, la asimetría era evidente e incontestable. En contraste, el escenario actual ofrece en términos ideológicos una distribución más balanceada. La situación se ha equilibrado a partir de la mayor penetración del internet, del protagonismo asumido por AMLO y del apoyo a algunos medios, desde la actual Presidencia, en forma de publicidad oficial o patrocinios velados.

La segunda característica es la cada vez más compartida idea de que todas las personas que opinamos en público estamos obligadas a elegir una de las dos particiones anteriores.

El presidente y muchos de quienes lo apoyan han sido explícitos en este sentido. Bajo el mantra de “en realidad no existen la objetividad y la independencia”, desde el gobierno se ha apoyado al periodismo o a la academia militantes. Para efectos prácticos, estamos ante la constitución gradual de un amplio grupo de medios, periodistas e intelectuales que considera parte integral de su misión fungir como dique de contención para los ataques de los críticos de AMLO.  

En este ecosistema hay cabida para un primer nivel conformado por las personas más inteligentes y críticas identificadas con la izquierda –como Viridiana Ríos o Jorge Zepeda Patterson–. Un segundo nivel está poblado por intelectuales venidos en clérigos del cuatroteísmo –por ejemplo, Fabrizio Mejía o Lorenzo Meyer–. Y en un tercer nivel recalan los defensores más intransigentes o combativos –como El Fisgón o Epigmenio Ibarra–. Lo importante para este análisis es que, dado que cualquier crítica seria cuartearía el dique, las partes más rústicas de este ecosistema suelen apoyar la idea de que es un traidor cualquiera que no demuestre total lealtad hacia el presidente.

Aunque tarde, quienes se oponen a la 4T han reaccionado a través de su propio ecosistema. Su primer nivel incluye a elocuentes defensores de los valores del liberalismo que han asumido, implícita o explícitamente, que “es tiempo de definiciones” –como León Krauze o Alfredo Figueroa–. En su segundo nivel recalan quienes, desde hace tiempo, han optado por asumirse como fieles animadores de todo lo que se oponga a AMLO –por ejemplo, Héctor Aguilar Camín, María Amparo Casar o Leo Zuckerman–. Finalmente, su tercer nivel está constituido por quienes se dedican de tiempo completo a inflamar las pasiones anti-AMLO –como Joaquín López-Dóriga o Carlos Loret de Mola–.

Joaquín López-Dóriga. Foto: https://lopezdoriga.com.

La tercera y última característica de las circunstancias actuales que me interesa poner sobre la mesa es el hecho de que, para buena parte de quienes se encuentran debajo del primer nivel en los ecosistemas mencionados arriba, la verdad parece haber pasado a segundo plano. Por ponerlo en otros términos, en estos niveles lo relevante ya no es si una expresión corresponde a un hecho, sino quién la dijo y si favorece o no al proyecto.

Un claro ejemplo es la forma en que el caso de Azucena Uresti generó principalmente, y sin evidencia, una disputa centrada en la supuesta censura o falta de ella. En medio de este fuego cruzado, poco espacio quedó para asuntos tan relevantes como por qué la periodista recurrió a la ambigüedad para transmitir un mensaje tan obvio, en lugar de hacer una denuncia directa (como la valientemente hecha por Carmen Aristegui al ser despedida por presiones, bien documentadas, del gobierno de Felipe Calderón). Tampoco hubo mucha reflexión sobre la razón por la que esta comunicadora decidió dejar rodar la creciente bola de especulaciones que le llevó a atraer todos los reflectores. Aún menos se consideró la posibilidad de que ni el presidente ni la oposición estén detrás de la decisión de desencadenar esta tormenta. Lo que sucedió es que cada grupo procesó el comunicado de Uresti de acuerdo con su propia agenda.

Es importante notar que no estamos ante un hecho aislado. Lo mismo da si se trata de la inauguración del Tren Maya o de resultados en materias de salud o de alianzas político-electorales; cada evento es digerido por cada ecosistema y regurgitado al público en forma de expresiones incompatibles o contradictorias.

León Krauze. Foto: @LeonKrauze.

Esta lógica refuerza exponencialmente la polarización, nulificando la posibilidad de conocer los matices, cualidades o explicaciones necesarios para entender hechos relevantes. Y echa por la borda la idea de razón pública que, cuando menos desde la Ilustración, justifica la existencia de las y los intelectuales.

Los incentivos perversos que de lo anterior se derivan están a la vista. Cuando dominan las posiciones osificadas, las militancias paniqueadas o la fidelidad a personas o proyectos por encima de ideas o razones, la independencia y la crítica pueden resultar aislantes. Y cuando lo que se dice es recompensado en función de su concordancia con los sonidos que rebotan dentro de una cámara de eco, lo más seguro será siempre jugar para una de las tribunas. Éstas son las circunstancias actuales.

*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham, Reino Unido

Con información de Proceso

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