Hacia una política post-representativa
Isidro H. Cisneros
Cuando se habla de democracias modernas la referencia es sustancialmente a sistemas de tipo representativo y liberal. Se trata de un modelo de organización de la vida política que es diferente del esquema clásico referido a la democracia directa. Son procedimientos de naturaleza representativa donde las elecciones libres, competitivas, correctas y recurrentes se han configurado como la práctica central de este tipo de democracia. Además, tienen como característica relevante el mandato de los gobernados para que los gobernantes los representen en la toma de las decisiones socialmente significativas. Por el contrario, cuando se habla de desintermediación política la referencia es al proceso que busca eliminar a los intermediarios que se han establecido entre el ciudadano y las instituciones del Estado. Gracias a la desintermediación los ciudadanos pueden participar directamente en los asuntos que les competen alejándose de los esquemas de la representación. La tecnología ha facilitado la desintermediación ya que ayuda a que los ciudadanos conecten entre sí de manera horizontal, continua y directa.
El objetivo de la desintermediación es abandonar las rígidas estructuras del partido burocrático tradicional. A través de la tecnología digital los ciudadanos pueden “autorepresentarse”, sin necesidad de las organizaciones que se desempeñan como intermediarias de los contenidos hacia la esfera pública. La añeja crisis de la representación política que existe en México, se ha manifestado principalmente en la formación de una clase política incompetente y parasitaria. Este grupo se encuentra sometido a presiones de diversa naturaleza mientras que el apoyo ciudadano a las instituciones ha disminuido. Con ello, se debilita aquel recurso fundamental para un sistema político que es la legitimación por parte de la sociedad. En otras palabras, la democracia realmente existente no ha logrado satisfacer las expectativas de los ciudadanos que progresivamente se transforman en críticos de las élites que dicen representarlos. En este escenario, la colectividad ha perdido sus referencias tradicionales, sus pertenencias e identidades clásicas. El sistema democrático suscita entre los ciudadanos sentimientos de profunda insatisfacción en relación con su funcionamiento concreto y la calidad de sus procesos de representación.
Por ello es que en las democracias de nuestro tiempo se ha venido creando progresivamente un vacío entre el “demos” y la política de los partidos. Recordemos que en sus remotos orígenes la política era concebida como un arte, pero sobre todo, como una virtud. Un arte que hacía posible la convivencia social y una virtud que facilita la justicia. Hace siglos, Platón recordaba que Sócrates sostenía que la política permite al ciudadano vivir de mejor manera su dimensión colectiva, proyectando “la cosa común, la cosa de todos”. Pero en algún momento se perdió el rumbo, ya que actualmente la política se ha degradado, convirtiéndose en sinónimo de corrupción, ineficacia,
transfuguismo y lucha sin cuartel por posiciones de poder. A nivel sistémico se observa en los partidos una progresiva descomposición política, mientras que en el plano institucional existe un déficit, una carencia de Estado y una abdicación de su principal función legitimadora que es garantizar los derechos de las personas.
En estas condiciones se puede afirmar que el gobierno representativo constituye una nueva forma de oligarquía, donde los ciudadanos se encuentran excluidos de la vida pública. La sociedad civil identifica en las inoperantes instituciones políticas al principal enemigo de la democracia, y confirma que los partidos solo son reflejo de grupos cerrados sin principios, ni valores. Frente a la gravedad de estos problemas observamos una política sin referentes éticos, con el cálculo oportunista como única estrategia y con una embarazosa confusión respecto al futuro de nuestra democracia. El resultado es que hoy cuando se pronuncia la palabra política, no se sabe bien a qué cosa se está haciendo referencia. La sociedad ha cambiado, pero la política permanece anclada al pasado.
Con información de La Crónica