La agenda 2023
Sara Lovera
En 2023 que acaba de nacer, el horizonte para las mujeres y feministas en activo se plantea la disyuntiva de continuar empujando solo la participación femenina en espacios de poder, o aprovechar las coyunturas políticas, sociales y electorales para ahondar la tarea de fondo que es la lucha diaria para erradicar la discriminación, la violencia y obtener sus libertades fundamentales.
Sí. ¡Es como un galimatías! En décadas hemos reivindicado el derecho de las mujeres a ocupar puestos de poder como vía para promover los derechos humanos fundamentales de las mujeres y su acceso a una vida feliz con desarrollo integral.
Reivindicamos durante años la frase histórica de tener poder para poder hacer; es decir, pensamos que si las mujeres logran intervenir en la vida pública podría garantizarse avance y su reconocimiento para la mitad de la población. Se tomarían en cuenta cada una de las reivindicaciones históricas y, ellas con poder, podrían dar valor a las experiencias contributivas de las mujeres para crear otro mundo posible, democrático y en paz.
Sin embargo, ahora mismo los hierros de mujeres que podrían hacer la diferencia, obliga a hacernos muchas preguntas. Las mujeres, no solo por haber nacido mujeres, automáticamente se convierten en promotoras de esas reivindicaciones. Las cercanas al poder, con frecuencia, son socias de los hombres y cómplices de esos hombres y, por tanto, no garantizan avances en este mundo machista que día a día pone en riesgo la agenda feminista en México.
¿Qué quiero decir? Que la simple llegada de las mujeres —por ejemplo, a una gubernatura— no garantiza el establecimiento de políticas reivindicativas para la mitad de la población, en sus libertades, a vivir con seguridad o sin violencia o reconocer sus diferencias de fondo, respecto de los hombres en la vida social y política.
En estos años, nada indica un avance y buenas políticas públicas ni se propicia la igualdad sustantiva de la familia a los espacios laborales, educativos, económicos y sociales, sin violencia.
Es claro que no obstante tener nueve gobernadoras, la mayoría del partido oficial, donde gobiernan no ha disminuido ningún pesar. Ha crecido la violencia de género, la pobreza lisa y llana, la muerte materna o los cánceres femeninos, el desempleo y la falta de oportunidades; crece la violencia política en espacios ganados, como las presidencias municipales. Es decir, esas mujeres con poder no han sido capaces de frenar ni la discriminación ni la injusticia. Están sumadas, acríticamente a una política federal que ha echado por tierra la política de igualdad de género, con el componente de militarismo y un discurso de confrontación y violento.
En 2023, la agenda feminista tendrá que reanimarse, no bajar la guardia con activismo, diálogo y negociación con el aparato del Estado, la sociedad civil y las mujeres en territorio.
El reto es mayúsculo. Por ejemplo, en 2022 se abrieron 153 mil carpetas de investigación por violencia en el hogar, sin disminuir al atemperarse la pandemia. Y ni hablar de otras cifras de violencia y el ascenso de la trata que afecta a mujeres y niñas. Vigente está la discriminación y la violencia en los ambientes laborales o la doble carga al estar en papel mojado la promesa de un sistema nacional de cuidados.
Nada de ello parece prioritario en las estrategias de campaña, de las corcholatas o de otros partidos ni en planes de gobiernos federal ni locales. En 2023 no podemos pensar que una candidata presidencial garantice nada, si en su cabeza no cabe la emoción, el compromiso y la decisión de Estado para escuchar a las mujeres. Veremos…