Las escaleras se barren de abajo para arriba
Elisur Arteaga Nava
AMLO, el 1 de diciembre de 2018, en su afán docente, en su discurso de toma de posesión del cargo, nos dijo una novedad: que las escaleras se barren de arriba para abajo. La afirmación vino con motivo de su supuesta lucha contra la corrupción. Nos prometió un cambio radical y que su acción comenzaría con los de arriba: los grandes, tanto del pasado, como los de su propia administración.
Como es su costumbre: abrió la boca sin saber de lo que estaba hablando y sin tomar en cuenta la naturaleza de las instituciones. No supo lo que prometió y no previó que, finalmente, su promesa afectaría principalmente a dos: uno a quien él le debe mucho: Ignacio Ovalle Fernández; y a otro, a quien adora hasta lo indecible: a él mismo.
No había necesidad de que AMLO hiciera el ofrecimiento. La campaña política había concluido meses antes, él ya se había alzado con la victoria y sus adversarios se hallaban en desbandada. Su lengua sigue dándole problemas. Al parecer nunca va a poder controlarla.
Por lo que toca a los actos del pasado, ofreció algo que no estaba a su alcance cumplir: él no es el titular de la acción penal. Pasó por alto que, por mandamiento constitucional, es decir, en teoría, el fiscal general de la República es autónomo. Respecto del pasado, conforme fuera detectando irregularidades, la acción presidencial sólo podía estar encaminada a hacerlas saber a ese servidor público. No puede ir más allá. Ignoró ese detalle.
Por lo que toca al futuro, lo que más podía prometer era controlar los posibles actos de corrupción que se dieran durante su sexenio, es decir en lo que sería su administración y, llegado el caso, poner en conocimiento del Ministerio Público los actos contrarios a la ley.
Por lo que toca a Genaro García Luna, durante su juicio y una vez concluido, afirmó que el expresidente de la República Felipe Calderón Hinojosa, a quien odia hasta en lo más íntimo, debió haber sabido de sus malos manejos y que, por ello, él es igualmente responsable. Hizo una afirmación adicional: Calderón, por virtud del cargo, sabía todo lo relacionado con su secretario; nada le era ignorado o pasaba desapercibido.
Ahora resulta que en el caso de Segalmex, que será uno de los escándalos que acompañen a AMLO todo lo que le resta de vida, comenzó a barrer las escaleras de abajo para arriba. Las denuncias se han enderezado contra funcionarios medios e inferiores. A Ignacio Ovalle Fernández, cabeza de la institución, su querido amigo y padrino, le extendió su manto protector. Para ponerlo a salvo del fiscal, que es autónomo, por lo mismo no puede aceptar instrucciones ni recibir insinuaciones, se limitó a afirmar que lo “chamaqueron”; lo engañaron priistas mañosos, se confió.
Afirmar que “chamaqueron” a alguien de 78 años de edad es absurdo; sostener que un dinosaurio de su tamaño se confió, inadmisible; y que fue engañado por priistas mañosos, inconcebible. Suponer que ante la dimensión de lo sustraído ilegalmente no haya estado enterado, nadie lo cree.
Pero, llevadas las afirmaciones presidenciales hasta sus últimas consecuencias, que el presidente de la República está enterado de todo lo que pasa en el país y que, por lo mismo Felipe Calderón, como presidente de la República, sabía de los malos pasos en los que anda su secretario Genaro García Luna, podemos concluir que en el caso de Segalmex, tanto AMLO como Ignacio Ovalle sabían de los malos manejos de algunos de los funcionarios que prestaban sus servicios a esa empresa.
No pueden considerarse a sí mismos inocentes y quedar a salvo de la acción de la justicia al amparo de un expediente tan complaciente, como lo es el de “lo chamaqueron”. Piezas tan “lampareadas”, como lo son AMLO y Ovalle no nos pueden salir con que, por “primerizos”, los engañaron.
Con la lógica de AMLO resulta evidente que tanto él como Ovalle, por encubrimiento y omisión, son responsables del inmenso desfalco de Segalmex. Ahora, al conocerse la dimensión de lo defraudado y el número crecido de funcionarios coludidos, no nos pueden salir con que no sabían nada.
Como se presentan las cosas, a AMLO, a Ovalle y demás miembros de su gabinete más les vale ganar las elecciones a celebrar en 2024. Dada la generalizada corrupción que se observa, de ganar la oposición la Presidencia de la República, es de esperarse que no pocos de quienes son parte de la 4T tengan que enfrentar procesos penales o de extradición. Yo, en su caso, ya estaría poniendo mis barbas a remojar y buscando la manera de congraciarme con mi sucesor.
Esos y otros ilícitos pudieran ser la explicación de que en forma tan desesperada, AMLO y sus cómplices estén buscando opciones: A, B, C y todo el abecedario, con tal de no entregar el poder a sus adversarios políticos. A como dé lugar no quieren rendir cuenta de su mala gestión política. Esperemos.
Esta semana hubo una mala noticia para AMLO: la defensa de Genaro García Luna en los Estados Unidos de América logró que el juez que preside el jurado que conoció de los cargos penales contra su cliente, difiera dictar su sentencia; entre tanto, se analizan pruebas supervinientes. AMLO, en violación del principio de presunción de inocencia, ha partido del supuesto de que es culpable y, junto con él, quien fue su jefe. De resultar inocente por virtud de las nuevas pruebas, podemos tener la seguridad de que el inquilino de Palacio Nacional, como se dice ahora: “No se la va a acabar”.
En ese supuesto, lo que debiera hacer es presentar una amplia disculpa tanto al directamente acusado como a Felipe Calderón Hinojosa. No podría esperarse menos. Estoy seguro de que no lo hará. No va con su naturaleza reconocer sus errores y, mucho menos lo haría estando en curso el proceso electoral del que resultará su sucesor. Al tiempo.