Tusi: la “coca cola” de las drogas color rosa se expande por Latinoamérica

Alessandro Ford 

Una serie de decomisos a lo largo de Latinoamérica revela cómo el “tusi”, una droga sintética en forma de polvo rosa, considerada la “coca cola” de se está expandiendo a nuevos países y aumentando su participación en el boyante mercado regional de drogas sintéticas. 

En junio, el consumo de tusi estaba, según informes, en su apogeo en los clubes nocturnos de Barquisimeto, ciudad al oeste de Venezuela, a la par que se descubrían laboratorios de refinación en Perú y Panamá. El gobierno de Uruguay y la prensa en Costa Rica se descargaban contra la popularización de la droga al tiempo que la policía en Paraguay hacía una de sus primeras interdicciones en territorio nacional. 

Sin embargo, para ser una sustancia tan difundida no había mucho consenso sobre sus componentes reales. En Panamá, un vocero de la policía señaló que el tusi era ketamina cortada con el opioide farmacéutico tramadol. En Venezuela, los medios afirmaban que era LSD con un toque de MDMA. En Uruguay, el ministro del interior aventuró que era una mezcla de cocaína, metanfetaminas y LSD. 

En cierta forma, todos estaban equivocados. El tusi, también conocido como “tusibí” o “cocaína rosa”, no es una sola sustancia; ni siquiera es un cóctel de drogas: el tusi es una marca de droga, como señaló un experto. Es la “Coca Cola” de las drogas, un producto de comercialización masiva reconocible al instante. 

MEDELLIN, CUNA DEL TUSI 

Todo comenzó como una traducción fonética. El 2C-B fue sintetizado inicialmente por un químico estadounidense en los setenta, como parte de un grupo más amplio de fenetilaminas alucinógenas conocida como la familia 2C, que incluye 2C-C y 2C-D. 

Estas drogas de diseño inducían tanto la euforia de las MDMA como las distorsiones visuales del LSD. La mayoría de estas fueron prohibidas en los noventa y por esa razón cayeron en la oscuridad, pero el 2C-B sobrevivió y se hizo un nicho en las discos europeas. 

A finales de los 2000, llegó a los clubes nocturnos en Colombia, por cortesía de jóvenes de buena familia de Medellín, quienes introdujeron pequeñas cantidades desde Europa por correo, según un artículo del periódico El Colombiano. Lo vendieron en sus círculos sociales de clase alta, en su mayoría en forma de polvo blancuzco o como la pequeña píldora en la que se sigue presentando el 2C-B hoy en día. 

Pronto comenzó a llamar la atención como “droga de élites”, un importado sintético europeo mucho más costoso que la cocaína que se producía a nivel local, cuyo consumo era creciente entre las clases medias y obreras en Colombia. 

Este viraje se aceleró gracias a un ingenio de mercadeo. El polvo 2C-B puede parecer desagradable y es notable el dolor que produce esnifarlo, por lo que algún expendedor en esos primeros días comenzó a mezclar el polvo con un colorante rosa para alimentos de buen olor. 

Eso no solo hacía el consumo mucho más agradable, sino que el color rosa brillante creaba una nueva estética visual llamativa, según explica Julián Andrés Quintero, sociólogo investigador de Acción Social Técnica, oenegé colombiana que estudia la política de drogas. 

“El colorante de alimentos [era importante]: es lo que le da su olor y color. [Se convirtió en] una sustancia atractiva”, comentó. 

La apariencia rosa pegó rápidamente, produciendo un incremento de la demanda. Según Quintero, la policía y los medios no hicieron más que facilitar este crecimiento cuando un agente de policía declaró a un periodista poco crítico sobre un decomiso de “cocaína rosa”, lo que llevó al nombre inapropiado pero sensacionalista, que le sumó atractivo a la sustancia. 

Pero, aunque la demanda era alta, la oferta seguía siendo muy baja: incluso en Europa, el 2C-B era una droga de nicho y solo una mínima parte llegaba a Suramérica. 

Así que los expendedores colombianos comenzaron a cortarla mucho, engrosando el polvo con cafeína y drogas sintéticas como MDMA y ketamina, que aunque también se importaban de Europa, eran menos costosas y más fáciles de conseguir. 

Las combinaciones químicas diferían, pero el formato era normalmente el mismo: un polvo rosa de olor agradable que contenía al menos un estimulante y un depresor. En todo el mundo, el término general para este es un “speedball” o pelotazo. 

Pronto, el “tusibí” o “tusi” que animaba la vida nocturna en Medellín pasó a contener poco o nada de 2C-B. Hasta el día de hoy, no se ha recuperado la pureza y el 2C-B genuino es extremadamente raro en Latinoamérica, según un informe publicado en 2021 por la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito (ONUDD). 

EXPANSIÓN COLOMBIA 

En 2010, llegó a Bogotá un delincuente de poca monta, conocido con el alias de “Alejo”. Este fue uno de los primeros “refinadores” de tusi, los narcomenudistas que teñían 2C-B de rosa y lo combinaban con otros sintéticos en cocinas artesanales de droga. 

Según un artículo publicado en 2012 por la revista Semana, Alejo comenzó a refinar y vender tusi en Medellín, pero tuvo problemas con la organización criminal hegemónica en la ciudad, la Oficina de Envigado. Obligado a evadirse para salvar la vida, se trasladó a Cali, pero allí también los hampones locales lo despacharon. 

Aprendió la lección la tercera vez, al establecerse en Bogotá con la protección de un capo, alias “Máquina”. Para entonces, la reputación del tusi ya había llegado a la capital colombiana y Alejo no tardó en estar vendiendo de cinco a ocho kilos por semana. Ajustado para clientes de altos ingresos, se vendía al por mayor hasta en US$43.000 el kilo, casi 33 veces más que los US$1.300 por un ladrillo de cocaína equivalente. 

Para 2012, los medios colombianos informaban que el tusi se había convertido en la droga que marcaba el estatus entre la élite bogotana, lo que le daba una sana publicidad. La revista Semana, el semanario más grande de Colombia para ese entonces, afirmó que era el favorito de “modelos, reinas de belleza, actores y políticos”. 

“Se convirtió en un objeto de deseo, en una aspiración”, comentó Julián Quintero. “La gente creía que consumir esta sustancia los llevaría a pertenecer o parecer que pertenecían a círculos de élite”. 

Para Alejo, el negocio iba sobre ruedas, hasta la captura de Máquina en marzo de 2012, y, tras perder a su protector criminal, Alejo fue secuestrado por la familia Urdinola, un conocido clan criminal de Cali. Se dice que lo obligaron a revelar su fórmula y lo sacaron del negocio para siempre. 

Esto no le hizo ni cosquillas a la producción local de tusi. Por el contrario, era tal su crecimiento que en 2013, el director de la Policía Nacional de Colombia respondió al decomiso de varios miles de presuntas cápsulas de 2C-B alegando que esa droga estaba reemplazando a la cocaína. 

Al año siguiente, las autoridades de la ciudad de Pereira detuvieron a un importante miembro de la banda Los Machos, aliados de Los Urabeños, hoy conocidos como Clan del Golfo o Autodefensas Gaitanistas. Tras arrebatarle el creciente negocio del tusi en el país a uno de los capos Urdinola capturado, los investigadores pensaron que esta célula se convirtió en el mayor distribuidor de drogas sintéticas en Colombia. El tusi refinado por Los Machos ahora se vendía en Bogotá, Medellín y Cali, y también en Barranquilla y Cartagena. 

Pero la competencia violenta nunca estuvo lejos. En octubre de 2014, una pelea por el control de las ventas de tusi en Cali llevó a una purga interna dentro de Los Urabeños en la que resultaron ocho muertos. Al parecer una facción intentó separarse y montar una red independiente de tráfico de tusi, y sacar a la otra facción. 

DE COLOMBIA PARA EL MUNDO 

Para 2015, el genio se había liberado de la botella. En abril de ese año, las autoridades colombianas y estadounidenses detuvieron a 18 miembros de un grupo traficante de drogas sintéticas, llamado “Los Pri”, que usaba cargamentos aéreos para traficar tusi a cinco países: Estados Unidos, Panamá, Ecuador, Perú y Chile. 

Al comienzo, el tusi fue una nueva droga de exportación colombiana. Luego, los refinadores colombianos se convirtieron en el producto de exportación, para enseñar a los distribuidores de toda Latinoamérica a crear sus mezclas, relató Quintero. 

Estos primeros innovadores capacitaron a otros, hasta que cayeron en cuenta de algo que lo cambió todo: que mientras fuera rosa y se presentara en polvo, cualquier combinación aleatoria de drogas disponibles en el mercado local podía convertirse en “tusi”. Después de todo, lo que se vendía era tanto una idea como una experiencia, como señaló Julián Quintero. 

“Cuando comenzó a revelarse que la sustancia no contenía en realidad 2C-B, muchos empezaron a prepararla, a ‘cocinarla’ como dicen”, comentó el investigador. 

En 2016, España detuvo a nueve personas, entre ellas varios colombianos, por operar dos laboratorios de refinación en el área metropolitana de Madrid. Parecía que la droga estaba compuesta de ketamina, cocaína y metanfetaminas. 

Un comunicado del proyecto colombiano de pruebas con drogas Échele Cabeza advirtió que hasta ahora el tusi contenía en gran medida ketamina, MDMA y anfetaminas. Hacia 2017, sin embargo, comenzó a aparecer en las recetas de tusi una lista de nuevas sustancias sicoactivas (NPS, por sus siglas en inglés) cada vez más peligrosas. 

Estos sintéticos ahora aparecen con regularidad: catinonas, opioides, benzodiazepinas y varias sustancias más de alto riesgo, señaló Julián Quintero. En 2021, se desarticuló una banda que añadía fentanilo al tusi que vendían. 

Según Échele Cabeza, los expendedores convencían a los consumidores de que todo eso era normal, que esta droga “2C-B” de la que cada vez se hablaba más en el ambiente musical del reggaeton y la guaracha y en los medios masivos “no era una sola molécula, sino una mezcla de diferentes sustancias”. 

De hecho, llegó a aceptarse que los refinadores de tusi añadían un “toque personal” a su producto, entre ellos diferentes opioides y la sicodélica mezcalina, según informó France24 en mayo de 2022. 

A su vez, los consumidores comenzaron a pedir a los expendedores un tusi ajustado a sus preferencias particulares, relata Quintero. “[Hoy] la misma gente encarga la sustancia. Llaman al proveedor y le dicen: ‘mira, quiero un tusi que me baje más’, o uno que sea más estimulante o incluso uno sicodélico”, explicó. 

LA DROGA POSMILENIAL 

Desde 2017, por lo tanto, se ha democratizado el tusi, al pasar desde los clubes más exclusivos hasta las calles más sórdidas. En 2012, el tusi se vendía al por menor a US$71 el gramo; a mediados de 2022, se vende en Colombia por menos de US$10 el gramo, como lo anota Julián Quintero. 

Esta pérdida de exclusividad ha alejado a algunos de los consumidores de la droga de mayor poder adquisitivo, pero se han compensado con el crecimiento de consumidores de clases media y baja, como observó el sociólogo de Échele Cabeza. 

A mediados de 2022, aparte de Colombia, el tusi se ha popularizado en los países del Cono Sur, como Chile, Argentina y Uruguay, así como en España y Panamá. La investigación en fuentes de acceso público también identificó notas creíbles sobre tusi en México, Costa Rica, Venezuela, Perú, Bolivia y Paraguay. 

En cierto modo, la marca ha evolucionado con la aparición de tusi de otros colores, como verde y amarillo. Pero se cree que su consumo en Colombia —y posiblemente en el resto de la región— sigue en aumento. 

“Es una droga muy milenial, y también muy posmilenial”, comentó Quintero. “La considero el gran producto de ‘mercadeo’ de drogas en Colombia y [quizás incluso] en Latinoamérica y el mundo”. 

INSIGHT CRIME 

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