La crisis ambiental es una crisis ética

Mario Luis Fuentes

El Programa Universitario de la Cuestión Social y el Seminario UNAM de la Cuestión Social (SUCS), organizaron la conferencia titulada Cambio Ambiental Global: retos y oportunidades, impartida por el Dr. José Sarukhán Kermes. Fue un evento en el que no solo tuvimos la oportunidad de escuchar la perspectiva de quien es uno de los científicos mexicanos más reconocidos en su área, en el mundo, sino también rendirle un homenaje a su trayectoria y enormes aportaciones al conocimiento de la biodiversidad mexicana.

Los datos que mostró en su conferencia son inquietantes. De continuar las tendencias actuales, estaremos en dos décadas al borde de una crisis ecológica irreversible en varias de sus dimensiones y consecuencias: incremento del CO2 en la atmósfera, contaminación marina por plásticos, fertilizantes y otros deshechos orgánicos e inorgánicos de origen humano; pérdida de la superficie boscosa y, en general, de las superficies arbóreas en todo el mundo; y con todo ello, una peligrosa, pero también una triste pérdida de biodiversidad, como nunca se ha registrado en los últimos 250 millones de años.

Una de las reflexiones que presentó Sarukhán, es la relativa a la necesidad de contar con una mayor reflexión sociológica, filosófica, pero también política en todo el mundo, a fin de logra una movilización de voluntades y recursos de la magnitud suficiente para detener la catástrofe que ya está en marcha y que amenaza con modificar la vida, tal como la conocemos, en la tierra.

En su exposición, puso como ejemplo el planteamiento hecho por uno de los principales líderes político-religiosos del mundo, el Papa Francisco, citando la Encíclica Laudato Si, un documento de enorme valor, porque no sólo tiene un poderoso sustento científico, sino también un llamado ético a la acción planetaria para hacernos cargo del cuidado de nuestra casa común.

Por la evidencia disponible, no hay lugar para el optimismo. Y mucho menos para una complaciente inacción de los gobiernos, de la industria, pero también de la academia y las organizaciones sociales. Hay una urgencia mayúscula y es que la humanidad en su conjunto no puede simplemente detenerse a mirar cómo siguen desapareciendo especies de todo tipo debido a la irresponsable actividad humana.

Y en ello es importante hacer un alto; pues cuando se habla de la irresponsable intervención de nuestra especie en los ecosistemas, debe dejarse en claro que de ello la responsabilidad es inmensamente desigual, pues no puede atribuirse en el mismo nivel a quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones en el ámbito productivo e industrial a escala planetaria o regional; que a aquellas personas que viven al margen incluso de acceso a condiciones de bienestar mínimo.

Ocurre que justamente uno de los peores efectos del calentamiento global y la pérdida de la biodiversidad está en la perpetuación de las condiciones de pobreza en que viven cientos de millones de seres humanos; pero también procesos de empobrecimiento de cantidades incalculables más en la medida en que nos acercamos al límite de extracción y explotación de los recursos del planeta.

Lo anterior habrá de agudizarse también en la medida en que se acelere la elevación del nivel de los océanos, con la consecuente pérdida de los estados insulares, pero también aceleradamente de la desaparición o inviabilidad de miles de ciudades costeras en todo el mundo, muchas de las cuales son hoy consideradas como emblemas “del progreso” moderno.

Hay otra gran diferencia respecto de los otros procesos de extinción global: el actual es el más acelerado y no tiene precedentes, pues mientras que los antecedentes conocidos se desarrollaron a lo largo, literalmente de miles de años, en esta ocasión está ocurriendo en unas cuántas décadas, y lo peor es que se está acelerando cada vez más, lo que provoca una incapacidad real de generar modelos capaces de procesar y comprender la multiplicidad de factores y su acción conjunta.

Por ello urge que en todas partes se asuma con mayor responsabilidad y con la seriedad del caso, la generación de acciones que permitan mitigar los efectos de la intervención humana; porque en los límites planetarios que conocemos, es simplemente inviable que todos los seres humanos accedan a los niveles de “bienestar” hoy existentes en Europa, Japón y los Estados Unidos de América.

Urge llevar a cabo una auténtica revolución que permita modificar la dieta humana: reducir el consumo de carne animal, al menos bajo los esquemas y estándares de producción vigentes; eso permitiría reducir drásticamente la emisión de gases como el Metano, que es uno de los más peligrosos y de peores efectos en el calentamiento global.

Urge hacer mucho más y más rápido, no sólo para detener la tasa de deforestación planetaria, sino revertirla y recuperar la mayor cantidad de superficies verdes para restaurar los ecosistemas y recuperar su capacidad de captura y almacenamiento del dióxido de carbono.

Hace falta actuar de manera mucho más decidida para lograr que no sólo a nivel doméstico, sino en todos los sectores de la industria, la generación de energía pueda reconvertirse hacia el uso intensivo de tecnologías limpias, que detengan la emisión de gases de efecto invernadero, y que al mismo tiempo hagan mucho más eficiente la disponibilidad de lo requerido para satisfacer las necesidades energéticas de una población mundial que no deja de crecer.

Hay que avanzar pues, hacia lo que la filósofa Adela Cortina llama una nueva “ética del consumo”, en la que sin renunciar al cumplimiento integral de los derechos humanos, podamos dejar del lado la producción absurda de bienes y artículos que son innecesarios para la vida humana, y que antes bien, resultan alienantes de la existencia y su complejidad.

La humanidad debe apostar por una nueva relación convivencial con la naturaleza, en la que dejemos de asumir que somos sus propietarios, y que antes bien somos uno más de sus habitantes. Actuar así nos puede ayudar a resignificarnos y a actuar con mayor respeto y dignidad frente al resto de las especies, muchas de las cuales, llevan decenas de millones de años más que nosotros sobre la superficie terrestre.

*Investigador del PUED-UNAM.

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