¿Qué tanta autonomía tendrá Claudia Sheinbaum?

Jacques Coste

Hace unos días sostuve una conversación con mi compañera de páginas, Lidia Arista , en la que discutimos sobre los alcances y los límites del poder de Claudia Sheinbaum dentro de Morena, ahora que fue nombrada candidata presidencial y recibió el “bastón de mando” del movimiento por parte del presidente López Obrador.

¿Cuál será el poder real de Sheinbaum sobre la estructura de Morena? ¿Qué tanto se entrometerá el presidente en su campaña? ¿Qué tanto la respetarán y le responderán los cuadros más importantes del partido? ¿Qué tanto arrastre logrará entre los militantes? Y en caso de ganar las elecciones, ¿realmente gobernará ella o López Obrador será el poder detrás de la silla presidencial? ¿Sería posible que se instale en México un nuevo Maximato? Preguntas que circulan en las columnas de opinión y las mesas de debate.

Aquí va mi interpretación sobre el grado de autonomía de Sheinbaum. En primer lugar, pienso que el presidente López Obrador seguirá fungiendo como jefe y principal vocero de campaña, no sólo de la antigua Jefa de Gobierno, sino también de todos los candidatos oficialistas.

Por un lado, el presidente es un operador electoral muy eficiente. Así lo demostró desde que lideró al PRD a finales de los años 90 y así lo ha demostrado durante su presidencia, puesto que su partido ha obtenido el triunfo en la gran mayoría de elecciones disputadas.

Por otro lado, si bien se exagera la importancia del grado de popularidad de López Obrador (que no es muy diferente al nivel de aprobación de Calderón al terminar su sexenio), no deja de ser cierto que se trata de un mandatario popular y talentoso para conectar con la gente, por lo que los candidatos morenistas —Sheinbaum incluida— serían tontos si no aprovechan esta ventaja.

Más allá de su nivel de aprobación, el presidente es el líder indiscutible del obradorismo, que es un movimiento altamente personalista. Transmitir el liderazgo de un movimiento así no es tan sencillo como pasarle un bastón de mando (de juguete) a otra persona.

No obstante, sería un error pensar que el presidente seguirá decidiéndolo todo. López Obrador es distinto a otros presidentes, pero ni siquiera él —con todo y su carisma— puede huir de la dinámica sexenal de erosión del poder presidencial. Ya se está viendo cómo los antiguos rivales de Sheinbaum dentro del partido (y sus seguidores) se están uniendo a la candidata.

No sólo eso, sino que fieles al estilo cursi, grandilocuente y sobreactuado del obradorismo, los propagandistas y aspirantes a candidaturas del oficialismo han bañado de loas y elogios a la antigua Jefa de Gobierno. Si nos guiamos por sus palabras, Sheinbaum es la estadista más grande que México ha visto jamás: la más eficiente, la más humana, la más leal, la que mejor representa los principios del obradorismo.

Por tanto, todo parece indicar que el presidente mantendrá su papel de promotor de Sheinbaum, pero los actores políticos y los poderes fácticos ya están buscando acomodo con la candidata. Y eso es normal: así ha ocurrido con todos los candidatos presidenciales oficialistas de la historia.

Sin embargo, un buen parámetro para medir qué tanto pesa el liderazgo de Sheinbaum en Morena y qué tanto el del presidente será la selección de candidatos a las gubernaturas, el Senado y las presidencias municipales codiciadas. Ahí se verá, creo yo, qué tanto puede colocar a sus cuadros Sheinbaum o qué tanto los sigue posicionando López Obrador.

Queda por ver qué tanto gobernará de manera autónoma Sheinbaum y qué tanta influencia tendrá López Obrador, en caso de que Morena obtenga la victoria electoral. Pese a las especulaciones en torno a un nuevo Maximato, mi impresión es que el presidente le colocó a Claudia varios diques de contención y varias líneas políticas que seguir: como la agenda legislativa del primer periodo de sesiones, algunos cargos partidistas y legislativos o el proyecto de nación de Morena. No obstante, el presidente no tendrá demasiados mecanismos para influir en Sheinbaum conforme pasen los meses de su gobierno.

Algunos especulan sobre posibles movilizaciones populares u operaciones con aliados políticos lideradas por López Obrador, pero Sheinbaum tendrá el control de los presupuestos y las estructuras de gobierno. Los simpatizantes, propagandistas y aliados políticos de López Obrador serán muy obradoristas, pero no creo que renuncien tan fácilmente a vivir del presupuesto.

Por lo demás, Sheinbaum promete continuidad y veo complicado que esto cambie durante su gobierno, al menos en asuntos prioritarios para López Obrador, como los programas sociales, el debilitamiento de los órganos autónomos, la conclusión de sus obras de infraestructura, la militarización y la retórica antineoliberal y antielitista. Fuera de eso, el obradorismo no representa una agenda política tan profunda como lo imaginan sus seguidores, por lo que Claudia tendría margen amplio de maniobra para manejar a su antojo otras áreas de gobierno.

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