Los retos de pertenecer al Norte
Olga Pellicer
La transformación del orden internacional, que se acelera notablemente durante los últimos años, nos obliga a preguntarnos sobre los desafíos que dicha transformación presenta para la política exterior de México.
La pregunta es particularmente pertinente si atendemos al nuevo tipo de acuerdos, demandas y tomas de posición que se están manifestando desde el llamado Sur Global.
Una primera reflexión lleva a preguntarnos el grado en que México pertenece al Sur. La respuesta no es fácil porque México tiene una doble pertenencia. Para algunos (pregúntenle a Brasil, por ejemplo) México pertenece al Norte. Geográficamente es cierto. Pero desde el punto de vista cultural, de idioma y costumbres, pertenecemos a la región de América Latina.
Al interior de la ONU, donde la asignación de puestos para sus diversos órganos toma en cuenta la pertenencia regional, somos miembros del Grupo de América latina y el Caribe (Grulac).
Visto de otra manera, a la pregunta ¿te sientes norteamericano o latinoamericano? La mayoría de los mexicanos respondería latinoamericano.
Sin embargo, aunque México pertenece al Sur Global (África, Asia y América Latina) su liderazgo, sus iniciativas y presencia en dicho grupo se ha ido desvaneciendo. No es un vocero importante a la manera que los son Brasil, Sudáfrica o la India. No puede serlo porque desde el punto de vista económico es uno de los países más integrados a Estados Unidos. A partir de la firma del TLCAN y la salida de grupo de los 77 en 1994, México ingreso, desde la perspectiva económica, a la región de América del Norte.
Somos, junto a China y Canadá, uno de los principales socios comerciales de los Estados Unidos. El tráfico por la frontera entre los dos países es el más intenso del mundo. En ninguna otra parte se ve la cantidad de cruces que ocurren cotidianamente entre Tijuana y San Diego, por sólo dar un ejemplo.
Ahora bien, lo anterior no significa que México sea un socio y aliado de los Estados Unidos de la manera que lo es Canadá. Somos socios comerciales, no somos aliados. Los aliados cooperan desde el punto de vista militar y tienen objetivos comunes respecto a lo que representa amenazas a su seguridad nacional.
México no es un aliado militar, no pertenece a la OTAN y se ha resistido siempre a la instalación de bases militares en su territorio, su oposición a la fuerza militar interamericana es conocida; la desconfianza a las agencias de cooperación estadounidenses en materia de seguridad, como la DEA, ha sido origen de frecuentes desencuentros. Uno de los más recientes relacionado con la detención por parte de Estados Unidos del general Cienfuegos, su posterior liberación por parte de México y recientemente el reconocimiento por parte del presidente López Obrador.
Relaciones económicas robustas, relaciones políticas distantes. Es una frase que resume bien la compleja relación que, con altibajos de cordialidad, frialdad, acercamiento y distanciamiento ha caracterizado las relaciones México-Estados Unidos desde finales del siglo pasado.
Al adentrarnos en la tercera década a del siglo XXI, diversas circunstancias confluyen para profundizar la complejidad, oportunidades y peligros de la relación entre los dos vecinos. De una parte, la disputa entre Estados Unidos y China por la hegemonía mundial, aunado a problemas de abastecimientos de semiconductores como resultado de la pandemia, precipitó la decisión de inversionistas estadunidenses de relocalizar sus inversiones en China hacia territorios más cercanos. El famoso nearshoring que, en opinión de muchos, representa un verdadero punto de transición para el desarrollo industrial de México que, sin duda, profundizará su pertenencia económica al norte.
No obstante, desde el punto de vista político se viven momentos de alta tensión. Dos temas en particular ensombrecen en estos momentos las relaciones entre México y Estados Unidos: el tráfico de drogas y el crecimiento, cuantitativo y cualitativo, del número de personas que desean llegar a Estados Unidos desde su frontera sur. No se trata de problemas nuevos, se trata de problemas que adquieren dimensione políticas distintas al ser utilizadas para fines electorales por el Partido Republicano. Como se advierte claramente en las elecciones primarias de dicho partido, se han colocado al centro de su propaganda electoral los problemas con el vecino del sur.
Utilizar a México como motivo de movilización electoral no es nuevo. Se hizo con éxito en la campaña de Trump en 2015 cuando el eslogan de mayor éxito fue corear en los mítines convocados por él la construcción de un muro “que sería pagado por México”.
Esta vez no se trata de construir un muro. Ahora se va mucho más lejos. Se trata de calificar como terroristas a los cárteles de la droga mexicanos para, a partir de ahí, presionar a favor de una intervención militar en territorio mexicano para perseguirlos.
Los escenarios del futuro son inciertos y plenos de riesgos. Mucha influencia tendrá sobre los acontecimientos el resultado de las elecciones en Estados Unidos. Prever esos escenarios y reflexionar sobre cómo enfrentarlos es una tarea indispensable. Le queda poco tiempo al presente gobierno para preparar la respuesta a los problemas que se avecinan.
El hecho que mayormente contribuye a dificultar el manejo de tales problemas es la debilidad del andamiaje institucional para dialogar con los estadounidenses. El desorden burocrático existente, caracterizado por la indefinición de tareas que corresponden a las diversas secretarías y las posiciones improvisadas y mal informadas tomadas por el jefe del Ejecutivo en las famosas mañaneras, dificulta delinear una estrategia bien estructurada para enfrentar los problemas con Estados Unidos.
La larga lista de problemas pendientes –que van de la migración y el tráfico de drogas a los paneles de controversias sobre la interpretación de las normas establecidas en el T-MEC– requiere de un equipo muy profesional que pueda equilibrar la defensa de la soberanía y la necesidad de conciliar con un socio fundamental para la marcha de la economía mexicana.
Ese flanco es uno de los retos más grandes que definirá la herencia de la 4T y la naturaleza de los problemas que enfrentará el próximo gobierno.