Ayotzinapa, la infamia

Francisco Ortiz Pinchetti

Lo peor del caso Ayotzinapa dejó de ser ya el atroz asesinato de 43 estudiantes normalistas el 26 de septiembre de 2014 y la desaparición de sus cadáveres. Hoy, es el uso político de esa tragedia y los engaños y las promesas falsas e irresponsables de Andrés Manuel López Obrador.

Al dolor de los padres por el hecho monstruoso del crimen múltiple, se suma el dolor de la esperanza –reiteradamente alentada primero por el candidato y luego por el Presidente de la República– finalmente frustrada.

Esos mexicanos, en su mayoría de origen campesino, han sido sometidos a un doble duelo. Y eso es una infamia que no tiene nombre, sobre todo en tratándose de un uso político y electorero del drama.

Por eso, el emblemático caso Ayotzinapa a final de cuentas marcará el mandato del tabasqueño que prometió una y otra vez encontrar a los muchachos y que aun ahora persiste en manejar esa falsedad. “Lo que me importa es encontrar a los jóvenes”, repitió apenas este jueves.

El tema, sin embargo, se le revierte ya: “El presidente López Obrador traicionó el movimiento de Ayotzinapa y ha claudicado en su deber con la indagatoria, la cual se detuvo cuando se relacionó al Ejército, además de que frenó el diálogo con padres”, acusaron los padres de esos muchachos y sus abogados.

Ese es el sentido, la ruptura, que tiene el derribo de la puerta lateral de Palacio Nacional, hecho que ocurrió ante la negativa reiterada del Presidente a recibirlos.

El problema de fondo es que se partió de una mentira irresponsable –como ocurrió también con la promesa igualmente incumplida de rescatar los cuerpos de los mineros de Pasta de Conchos–, para utilizar el dolor de los padres, naturalmente ávidos de una esperanza de la cual asirse, la de encontrar con vida a sus hijos.

Como lo recordó con toda precisión este jueves mi admirado colega y tocayo Francisco Garfias en Excélsior, el 25 de mayo de 2018 el entonces candidato presidencial opositor Andrés Manuel López Obrador dijo ante padres de los 43 normalistas desaparecidos que, tan pronto triunfara en la elección, habría justicia para los jóvenes de Ayotzinapa. “Hasta presumió: Iguala será ejemplo de cómo se hace justicia en un gobierno democrático”, escribió Pancho.

A final de cuentas, los verdaderos criminales fueron liberados mientras se encarcelaba a inocentes, como el ex procurador general Jesús Murillo Karam y ocho militares con acusaciones más que endebles y absurdas, también infames.

La “investigación” encomendada al ahora ex subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, no llegó a ninguna parte ni desmintió en un ápice a la llamada “verdad histórica”: los normalistas fueron secuestrados por policías municipales de Iguala que los entregaron a integrantes del cártel Guerreros Unidos, quienes a su vez los asesinaron para luego incinerar sus cuerpos.

Y nada más.

El resto fueron conjeturas u ocurrencias sin ningún sustento, utilizadas dolosamente para inculpar a funcionarios del gobierno anterior y militares de bajo rango ya no del crimen en sí, sino de una supuesta conjura para ocultar la verdad de los hechos. El supuesto “crimen de Estado” que se manejó inicialmente se desvaneció simplemente por falta de evidencias y acabó por ser negado por el propio Mandatario, que contradijo inclusive las afirmaciones de su subsecretario de Gobernación. “No fue un crimen de Estado”, dijo con todo desparpajo muchos meses después de asegurar con insistencia lo contrario.

No obstante la evidencia, López Obrador mantuvo en el engaño a los padres de los normalistas. Les ofreció, mentira, que el Ejército entregaría toda la información que posee sobre el caso, lo que alentaba la hipótesis falsa de que los jóvenes estuvieran vivos, presos en instalaciones militares.

Ante la insistencia de los deudos en la entrega de cuando menos 800 folios militares del Centro Regional de Fusión de Inteligencia (CRFI) que operaba en Iguala, en 2014,  supuestamente guardados en instalaciones secretas de la Secretaría de la Defensa Nacional,  Andrés Manuel les cerró literalmente la puerta y no volvió a reunirse con ellos. Esto minó evidentemente la relación entre los demandantes y la autoridad, hasta el grado de la ruptura.

La manta que algunos de los jóvenes sin duda audaces colocaron en la fachada de Palacio Nacional el viernes pasado, justo antes de que Claudia Sheinbaum Pardo encabezara el mitin de su arranque de campaña, es elocuente: “Exigimos diálogo con el Presidente. + 43 Ayotzinapa”, es evidencia de lo anterior.

Por cierto, la candidata presidencial de Morena y partidos asociados, no hizo mención alguna al tema en su larga perorata de 70 minutos, ni lo incluyó en el listado de los 100 puntos que componen su plan de gobierno. Y eso que el templete desde el que habló tuvo que ser removido de su aplazamiento original,  frente a Palacio, a la parte frontal de la Catedral Metropolitana, debido justamente al plantón de los normalistas, a quienes ignoró sin más.

El desdén presidencial fue precisamente el motivo que llevó a los normalistas a la instalación del  plantón permanente en pleno zócalo de la capital y de la serie de protestas que protagonizaron durante las últimas dos semanas y que culminaron con el derribo de la puerta de Palacio Nacional en la calle de Moneda, para lo cual se usó como ariete una camioneta de la CFE.

Tras esa acción, cuyas imágenes literalmente dieron la vuelta al Mundo, en lugar de enfrentar los hechos como son, López Obrador evade nuevamente el fondo y recurre otra vez a la retórica y a la mentira: que es un vulgar acto de provocación, en la que su administración no va a caer porque buscan mostrarlo como represor. “Están nuestros adversarios desesperados y están recurriendo a la guerra sucia y a actos como el de ayer”. Después sugirió que primero harán un análisis para saber si en efecto fueron infiltrados o fue una reacción por la demanda de justicia de los estudiantes normalistas. “Lo que me importa es encontrar a los jóvenes”, reiteró. Válgame.

DE LA LIBRE-TA

EN EL 8M. Ojalá la oleada de promesas a favor de las mujeres por parte de candidatos y partidos participantes en la contienda presidencial se cumplan al menos en parte y no se queden otra vez en buenos –e interesados—deseos, más electoreros que sinceros. Por lo pronto, esperemos que al menos sea un realidad el respeto irrestricto a su dignidad en las propias campañas proselitistas, en cuyo arranque se dieron ya los muy lamentables y reprobables primeros agravios. Digo.

Con información de Sinembargo

También te podría gustar...