Las rebeliones de los pueblos originarios en la Colonia

Pablo Moctezuma Barragán 

Cuando España impuso su dominio total, estallaron las rebeliones. La organización política aquí durante la civilización del Anáhuac era muy distinta, basada en alianzas de pueblos. La hegemonía la formaban alianzas de tres pueblos que se unían en Confederaciones. En el momento de la invasión dominaba la Confederación de México, Texcoco y Tacuba, que había sustituido a una anterior conformada por Azcapotzalco, Texcoco y Culhuacan. Entre los mayas existió la de Uxmal, Chichén Itzá y Mayapán. En Puebla, la de Huexotzingo, Tlaxcala y Cholula. También se dio la triple alianza entre Tula, Otompan y Culhuacan, que gobernó el mal llamado imperio tolteca. Luego, tras la caída de Tula, primero se aliaron Culhuacan, Tenayuca y Xaltocan y posteriormente Azcapotzalco, Coatlichan y Xaltocan. La confederación de pueblos era, pues, la forma de lograr unión y hegemonía frente a los otros.

Hernán Cortés captó esto y se hizo de gran número de aliados indígenas, como los tlaxcaltecas, los chalcas y los huejotzincas, quienes en su lógica propia buscaban una nueva alianza que dominara el Anáhuac. Nunca pensaron que, una vez ganadores, Cortés los traicionaría, se adueñaría del triunfo colectivo y destruiría completamente la civilización en el Anáhuac, para imponer el colonialismo, el dominio español y el saqueo.

Ahora han salido con el cuento de que los mexicas fueron derrotados en una guerra intestina entre pueblos indígenas. Esto debido al hecho de que los invasores españoles contaron con esos aliados indígenas. En primer lugar, hay que decir que aquí no había una sola nación, sino decenas de naciones originarias y que cada quién podía hacer las alianzas que le conviniesen. Cortés engañó, amenazó y traicionó a sus aliados que actuaban según sus costumbres ancestrales, de aliarse varios pueblos en equidad para lograr hegemonía en conjunto.

Pero hay que remarcar que muchos fueron los que resistieron en el Anáhuac,  y apoyaron a la Triple Alianza contra el invasor. Entre otros, matlaltzincas, malinalcas, cohuixcas, tlatelolcas, tepanecas y pueblos de Tlalnepantla, Cuautitlán, Tenayuca, Otumba y Cuauhtlalpan.

Tras 500 años, hay que abandonar la versión hispanista de que no hubo Conquista sino insurrección contra los mexicas, o que fue un asunto interno entre los pueblos originarios. La realidad es que España invadió todo el territorio del Anáhuac y estableció “La Nueva España”, impuso su gobierno, la lengua española, su religión, su arquitectura, su medicina, su cultura y se llevó las riquezas a España. No fue una guerra intestina sino una invasión.

En toda invasión hay aliados locales. Recordemos que incluso cuando México se hallaba ya constituido como nación, hubo aliados de los extranjeros durante la Independencia, la Invasión estadunidense y la Francesa. El que el ocupante tenga aliados no implica que no sea una invasión. No hubo tal sublevación de todos contra los mexicas, sino un invasor que se aprovechó de aliados coyunturales a los que engañó, amenazó y luego también sometió al dominio de la Corona española y de su lejano rey que mandaba a un español: el virrey para gobernar con funcionarios y eclesiásticos españoles.

Cortés fue el gran articulador de la alianza con tlaxcaltecas, chalcas, huejotzincas, que en ese momento entendieron de otra manera. Pues entonces desconocían por completo que desembocaría en el poder hispano en América. No se sumaron los españoles a una pretendida “guerra interna” preexistente de la que hablan los modernos hispanistas.

Los aliados indígenas de los españoles lo eran siguiendo las costumbres del Anáhuac en la que varios pueblos se coligaban para establecer una nueva alianza, que predominara. Creían que Cortés iba a usar esa alianza para establecer en conjunto otro poder local y regional incluyendo por supuesto con total equidad a sus aliados, y ni se imaginaban que sólo los engañaba y utilizaba para entregar el control del gobierno y toda la tierra a un Imperio lejano allende el mar que se iba a apoderar de sus riquezas, de las mujeres y de su gente como esclavos.

Lo que sí aconteció a partir del Siglo XVI fue el combate tenaz en contra de los españoles.  En 300 años de coloniaje hubo resistencia continua, nunca reinó la tranquilidad y la paz. Agustín Cue Cánovas, en su Historia social y económica de México, informa de por lo menos 100 rebeliones. Desde el inicio, en 1523, se sublevaron los indígenas del Pánuco, indignados contra los españoles por sus robos y violaciones de mujeres. Esta insurrección se extendió, sitiaron Santi Esteban del Puesto, y sólo lograron derrotarlos recurriendo a Hernán Cortés, quien mandó una expedición al mando de Gonzalo de Sandoval.

FOTO: CUARTOSCURO.COM

Ese año los mixes de Oaxaca se sublevaron, armados de lanzas, arcos y flechas, hondas y macanas rehusándose a pagar tributos Los españoles, no pudieron aplacarlos y recurrieron a las fuerzas del centro. Con ventaja, por la superioridad de sus armas, cañones y fusiles, dominaron.

Los chamulas se insurreccionaron después, cuando su jefe fue encarcelado para exigirle más oro. Antes se habían rebelado los chiapanecos. Diego Mazariegos encontró increíble resistencia, pues luchaban hasta que ya no podían mover los brazos. Si se veían derrotados, preferían la muerte. Hombres, mujeres y niños se arrojaban al Cañón del Sumidero.

Los zapotecas y los mixes, desde sus escabrosas montañas, evitaban ser sometidos. Contra ellos se usó la tortura, las ejecuciones y la prisión. Los cazaban los españoles con sus perros feroces adiestrados para matar y devorar indios que no distinguían a los guerreros del resto de la población.

En 1528, los indígenas se sublevaron contra las fuerzas de Nuño de Guzmán, que recorría la “Nueva Galicia” buscando oro, incendiando pueblos y asesinando con el pretexto de la cristianización y la “pacificación”.

Siendo presidente de la audiencia de México Nuño de Guzmán mandó ahorcar a seis principales por el “delito” de no mandar barrer las calles por donde él iba a pasar. Antes de llegar Nuño a Tzintzontzan capital de los purépechas, mandó llamar al tlahtoani Caltzontzin, y lo hizo prisionero a traición; lo encadenó, amenazando con torturarle y quemarle los pies exigiéndole gran cantidad de oro y de víveres y 10 mil tamemes para que llevaran a cuestas la carga de su ejército.

Los 10 mil fueron encadenados por el cuello. A los intérpretes de Caltzontzin los atormentó para que dijeran dónde escondían a las mujeres de la familia y en qué lugar estaban sus tesoros; les dieron el “tormento del potro”, “del agua” y les quemaron los pies hasta los tobillos. Los españoles querían más oro y a las mujeres que se escondían.

Caltzontzin les dio el oro que pudo. A pesar de todo, lo ataron por los pies a la cola de un caballo que lo arrastró, dejándolo moribundo. Luego, lo sujetaron a un madero, y rodeado de leña, se le prendió fuego hasta convertirlo en cenizas.

Los mexicas organizaron una insurrección en 1531, que repercutió en toda la zona del centro. Al sur se insurreccionaron los opilingos en Chiapas, los indios de la Villa de San Jerónimo de los Corazones, en Sinaloa. Y en 1538, se extendió por toda la zona, encabezada por el gran Ayopín.

Muchos se enfrentaban a todos los sacrificios y hasta la muerte de ellos y de sus familias con tal de no ser sometidos. Otros pueblos optaron por la resistencia pasiva; para sobrevivir, se adaptaron a los usos y costumbres de los invasores, Un ejemplo de esta actitud se ve en el acta de la fundación de Santo Tomás Axochko (hoy Santo Tomás Ajusco), de 1531, que dice:

“Mis amados hijos, ahora cuenta cuatro el mes segundo febrero, en mil quinientos treinta y un años del único y verdadero Dios, único que está allá en el cielo, aquí en la tierra y en todas partes del Universo. Nosotros amados hijos, conviene sepáis que en todas partes se entristecen todos cuantos gobernantes que guardan los pueblos, sólo porque, sabido es lo que hicieron y aún todavía lo están haciendo los blancos gente de Castilla. Sabido es como son castigados los superiores gobernantes, patrones de los pueblos, que empuñan cetro para el mando. Sabido es de cómo castigan, porque les piden sus riquezas y también porque no dan todo el metal amarillo y los relumbrosos vidrios, los castigan. Sabido es de cómo les quitan sus mujeres hermosas y también sus mujeres niñas doncellas.

“Nunca se contentan: sólo con excremento divino y relumbrosos vidrios. Se burlan de las mujeres de los que mandan. Su corazón se apacigua hasta que los queman como quemaron al Gran Superior Señor de Michoacan al muy grande Caltzontzin. Así como a él hicieron con otros señores patrones allá en Xalapa, Tlaxcala, Tehuantepec, Oaxaca y también a otros patrones por donde se desparramaron los envidiosos y hambrientos que se nombran cristianos. Nosotros ya vimos lo que son los hechos de los atemorizadores castellanos. Nuestros ojos ya vieron lo que hicieron sobre el muy Grande y Superior Señor de “junto al agua”. Ya vimos todas cuantas burlas le hicieron, y también la sangre que derramaron los cristianos, cuando mataron a los muchos señores que estaban en compañía del Grande y Superior Señor Motecuzoma. ¡Cuánta sangre se derramó! ¡Sangre de nuestros padres! ¿Y por qué? ¿Porque sobre ellos así se hizo?

“Sépanlo: porque sólo ellos quieren mandar. Porque son hambrientos del metal ajeno y ajena riqueza. Y porque quieren, debajo de sus carcañales, tenernos. Y porque quieren hacer burla de nuestras mujeres y también de nuestras doncellas: y porque quieren hacerse dueños de nuestras tierras y de toda cuanta es nuestra riqueza. Nuestros abuelos, que vieron primero la luz, allá atrás dijeron que vendrán otros de lejanas tierras a entristecernos.

“Que nos vendrían a quitar y hacerse dueños de la muy superior y grande tierra nuestra. Que así se hará. Y que la causa es, porque los señores de Azcapotzalco, México, Texcoco y Chalco se veían con envidia. Y también porque se mataban y vertían sangre de la misma manera. Ya vimos cumplirse la antigua palabra, ya vimos que pagaron otros señores la culpa que cometió la gente antigua. Ya ahora a nosotros ha llegado el día, el momento en que nos afligiremos, en el que nos lamentaremos hambrientos. Allá “junto al agua”, México, ya es sabido que el hombre Cortés de Castilla; allá en Castilla fue autorizado para venir a la repartición de tierras. Y es él, recién nombrado marqués del Valle. Así se dice, se habla que este señor marqués vendrá a quitamos tierras; y también nos señalará tierras que formarán nuevos pueblos. Ahora a nosotros, ¿en dónde nos arrojarán? ¿En dónde nos pondrán? Demasiado a nosotros se arrima la tristeza. ¿Qué hemos de hacer hijos míos? Pero a pesar de todo mi corazón se anima, y acuerdo formar aquí un pueblo; al pie del cerro de Axochko Xalticpak sólo porque desde allá abajo hasta aquí, es el asiento de los hombres Axochpanekos. Desde allá abajo, la tierra es nuestra, nos la pasaron a dejar nuestros abuelos. Fueron suyas desde allá abajo desde los tiempos antiguos. Y acuerdo formar un templo de adoración donde hemos de colocar el nuevo Dios que nos traen los castellanos. Ellos quieren que lo adoremos. ¿Que hemos de hacer hijos míos? Conviene que nos bauticemos, conviene que nos entreguemos a los hombres de Castilla a ver si así no nos matan. Conviene que aquí nada más quedemos, que ya en nada nos metamos para que así no nos maten. Que los sigamos a ver si así les causamos compasión. Que en todo nos entreguemos a ellos, que el que es verdadero Dios que corre sobre los cielos, él nos favorecerá de las manos de los de Castilla. Y para que no nos maten conviene que ya no conozcamos todas nuestras tierras. Conviene que acortemos nuestros linderos y lo que quede conviene que lo defiendan nuestros padres que mandan en Tlalpan, Topilco, Totoltepec, Azicpac, Tepeticpac y los de Xalatlaco. Yo ahora les hago presente que para que no nos maten, mi voluntad es que todos nos bauticemos y adoremos al nuevo Dios, porque yo lo he calificado que es el mismo que el nuestro. Luego ahora, corro y reduzco nuestras tierras que han de ser… Para que no nos maten…”

Los pueblos del Anáhuac buscaban sobrevivir. Algunos de forma pasiva, adaptándose, pero decenas de pueblos se rebelaron constantemente con las armas en la mano. Desde el siglo XVI hasta el XIX continuó tenazmente la lucha hasta la independencia de España. (Continuará)

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