En momentos de transición, las difíciles tareas de la nueva canciller

Olga Pellicer

El nombramiento de Alicia Bárcena despertó entusiasmo entre todos los que desde el sector público o la academia se dedican a analizar las relaciones internacionales. Su contribución al estudio de los problemas de América Latina a través de los estupendos informes preparados por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) que presidió  durante más de 14 años, hacen de ella una de las personas mejor calificadas para encabezar la Secretaría de Relaciones Exteriores. 

De particular importancia para el gobierno del presidente Lopez Obrador en sus primeros meses fue el Plan de  Desarrollo Integral para Centroamérica en el que se dan lineamientos para lograr, entre otras cosas, la migración segura y ordenada que atraviesa México para llegar a Estados Unidos. Fue desafortunado que las circunstancias políticas no permitieran aplicar las recomendaciones de dicho informe; lejos de acercarse a la migración ordenada, el tema de los migrantes se ha convertido en uno de los problemas más dramáticos de la realidad nacional. 

La manera caótica y poco institucional en que ha operado López Obrador en materia de política exterior no es un antecedente promisorio para la nueva canciller. Los tiempos políticos en que asume el cargo, cuando el grueso de la atención está volcado hacia la selección de candidatos para  la elección presidencial el próximo año, no dan  mucho espacio para despertar interés en lo que ocurra en la Secretaría de Relaciones Exteriores. ¿Podrá Alicia Bárcena, con su impecable trayectoria, dejar una huella positiva en el quehacer internacional de México?.

La respuesta a la pregunta anterior dependerá de su capacidad para contener los impulsos presidenciales de tomar decisiones sin consultar a su gabinete durante sus famosas mañaneras –así se han decidido nombramientos de embajadores o posiciones de confrontación con Estados Unido– y avanzar, al mismo tiempo, hacia una reconstrucción del andamiaje institucional que permita cerrar el sexenio de López Obrador con una imagen menos deteriorada de la otrora prestigiada política exterior mexicana.

Por lo pronto, antes de salir de Chile, Bárcena logró solucionar el enredo un tanto barroco que se había creado con motivo de la decisión de AMLO de no  traspasar  la presidencia rotativa de la Alianza del Pacífico a Perú, dado el no reconocimiento de la legitimidad de su actual presidenta. La solución encontrada fue traspasar la presidencia a Chile que, a su vez, la traspasará  a Perú para retomarla en pocos meses, cuando le corresponde a Chile, de acuerdo con el orden de transición establecido. La experiencia diplomática se hizo sentir.

Otras acciones sugeridas por Bárcena aparecen en el horizonte, como una posible gira de AMLO por América latina que, sin duda, contribuiría a no cerrar su sexenio sin prestar atención alguna a la región a la que pertenece México, por profundos motivos de historia y cultura. Aunque los rumores circulan, no se tiene todavía información oficial sobre fechas y agenda de dicha gira. La parte más atractiva de la misma sería un encuentro con el presidente Lula, largamente esperado por quienes creen en el significado positivo para toda la región de un buen entendimiento entre los dos grandes de América Latina. Es posible, sin embargo, que esa gira se reduzca a una corta visita a Chile. 

Otros eventos internacionales como la Cumbre entre la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) a celebrarse en Bruselas el 17 y 18 de  julio darían oportunidad para una apertura del gobierno de AMLO al mundo. Al momento de escribir este artículo no se tiene información sobre la ida de la canciller y se puede afirmar que AMLO mantendrá su resistencia a llevar a cabo ese tipo de viajes. 

Más allá de especulaciones sobre lo que se relaciona con Latinoamérica, interesa preguntarse sobre los problemas pendientes a los que debe hacer frente la nueva secretaria. Algunos de carácter político-administrativo, como son los nombramientos en sedes tan importantes como la Delegación de México ante la ONU en Nueva York o, ni más ni menos, la Subsecretaría de América del Norte. 

Si asumimos que la relación más importante para México es Estados Unidos y advertimos que ésta atraviesa momentos de tensión dada, entre otras  circunstancias, la manera en que los periodos electorales en ese país afectan   la relación con México, podemos prever situaciones difíciles durante los próximos meses.  

No es extraño entonces, que al informar sobre el primer acuerdo de Alicia Bárcena con el presidente, la prensa señale que dentro los temas a tratar se habló de la relación con el país del norte. Los problemas existentes son muy variados y pueden tratarse desde diversas perspectivas. Desde el punto de vista político, el más serio es la posición de los grupos republicanos que colocan al centro de su narrativa electoral las amenazas a la seguridad nacional estadunidense provenientes de México. 

Subrayan las actividades de los cárteles del narcotráfico que introducen fentanilo a Estados Unidos y proponen llevar a cabo acciones para perseguirlos al interior del territorio mexicano. Igualmente perturbadoras son las acciones tomadas en estados gobernados por republicanos, como Florida y Texas, dirigidas a perseguir a los trabajadores mexicanos sin documentos,  algunos con largo tiempo de residencia en Estados Unidos.  

En contrapartida, desde la perspectiva económica hay situaciones prometedoras, como la de relocalizar en México a empresas estadunidenses que se encontraban en China. El llamado nearshoringentusiasma por su contribución a la creación de empleo y al desarrollo de nuevas tecnologías en la industria mexicana. 

Los problemas anteriores son sólo un botón de muestra de los problemas tan variados que se deben manejar en el ámbito de  la relación con Estados Unidos. Fortalecer ese flanco requiere coordinarse con las diversas dependencias que participan en la relación con ese país, como son las secretarias de Gobernación, Economía y Defensa Nacional, entre otras. Lograr tal coordinación y fortalecer las dependencias pertenecientes a la Secretaría que se ocupan de la relación con Estados Unidos –los consulados constituyen una de las líneas de defensa más valiosas– es un campo en el que la nueva canciller, con su enorme experiencia en la creación de equipos de trabajo, puede sembrar importantes iniciativas.

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