La UE nunca se ha preocupado por Iberoamérica
Carlos Ramírez
El saldo previsible de la reunión de la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) fue diplomático: mucha preocupación, bastante interés, algunos mensajes de que la crisis política en algunos países iberoamericanos y del Caribe tendrían que atenderse inmediato y el mensaje final de que la democracia debiera ser el elemento de definición sistémica en la pluralidad de países con orígenes históricos y culturales con la península Ibérica.
Las argumentaciones de la UE son fáciles de entender: en efecto, colapsos estatales como el de Haití, una revolución cubana que ya deshizo el concepto de sociedad y bienestar, una revolución sandinista pervertida por la ambición de la familia Ortega-Murillo como hace más de medio siglo funcionaba la dictadura de los Somoza, una crisis de desarrollo que ha provocado un colapso humanitario de despoblamiento social y millones de ciudadanos saliendo de sus países en busca de otras sociedades que les compartan en bienestar y el gravísimo problema del narcotráfico por la existencia de cárteles criminales que están multiplicando los Estados fallidos.
La UE arribó a la reunión de la CELAC –un organismo con mayor preocupación por el desarrollo y las políticas económica– sin una agenda coherente, sin una iniciativa política formal, ni proyectos de desarrollo para potenciar el crecimiento económico. Los gobernantes de la zona americana estaban preparados para resistir cualquier tipo de imposición de políticas públicas, a partir en la realidad de que la zona iberoamericana nunca preocupó Europa y dejó de ser interés prioritario para Estados Unidos después de la derrota de la Unión Soviética en su colapso 1989-1991, además de que China tiene más intereses económicos que militares en la región y no quiere arriesgar apoyos económicos a gobiernos iberoamericanos dominados por la corrupción.
La primera mitad del siglo XX fue una larga, sangrienta y conflictiva lucha por la independencia política respecto del dominio de Estados Unidos, cuya doctrina Monroe de 1824 se puede resumir de manera sencilla: “América para los americanos”, tomando en cuenta que el concepto de América es asumido por Estados Unidos como dominante y avasallante. Washington creó en 1948 –en el escenario de la guerra fría— la Organización de Estados Americanos para construir un mecanismo de control político y sobre todo militar sobre los gobiernos de la región, pero la revolución cubana de Fidel Castro (1959-1962) la desprestigió con su caracterización de “Departamento de Colonias de la Casa Blanca”.
En 1962, en una reunión especial en Punta del Este, Uruguay, Estados Unidos ordenó a todos los países de la OEA a romper relaciones diplomáticas con Cuba porque su definición de república marxista-leninista rompía con la definición de democracia liberal que por obligación tenían que consolidar todos los países para satisfacer las exigencias de la Casa Blanca. México fue el único país que se negó a romper relaciones diplomáticas, un poco por los últimos vestigios revolucionarios, pero tampoco hizo nada para evitar, dentro de lo posible, el desvío autoritario y dictatorial de los gobiernos represivos de los hermanos Castro.
Primero con visión romántica y luego con un enfoque realista, Fidel Castro supo desde el principio que existía una imposibilidad sistémica para reproducir la guerrilla revolucionaria cubana en otros países latinoamericanos, y a pesar de ello, apoyó a grupos radicales y entrenó a jóvenes de guerrilleros para cubanizar la lucha política. Como símbolo del fracaso de ese modelo, en 1967 fue detenido, torturado y asesinado Ernesto Che Guevara, quien se convirtió en una leyenda de la lucha revolucionaria, a pesar de una parte criminal de su biografía política.
El único intento estadounidense de contribuir a cambiar las expectativas del desarrollo en América latina fue la iniciativa de la Alianza para el Progreso del presidente John F. Kennedy en 1961, tratando de reproducir el modelo del Plan Marshall de apoyo económico estadunidense a Europa después de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de la prioridad económica y de desarrollo, Estados Unidos le dio más importancia a su estrategia de seguridad nacional y fundó la Escuela de las Américas en la zona estadounidense del Canal de Panamá para entrenar con enfoques represivos y contrainsurgentes a las fuerzas militares y policiacas de los gobiernos latinoamericanos.
Los gobiernos de Nixon (1969-1974) y de Ronald Reagan (1981-1988) destacaron por enfoques de seguridad nacional y contrainsurgencia que sólo aumentaron los niveles de resistencia política y popular, a pesar de medidas radicales y brutales como el golpe de Estado en Chile estimulado por la Casa Blanca en 1973 y luego todo el apoyo conservador para provocar la derrota de la revolución sandinista en 1990, aunque con un regreso espectacular y violento en 2007 con el gobierno dictatorial y represivo del comandante sandinista Daniel Ortega.
La situación política de la zona iberoamericana es tan compleja como las dificultades de sus sociedades y no habrá ni siquiera un acercamiento con reuniones como la reciente de la UE con la CELAC, una organización de mayor fuerza política que económica que atraviesa por enormes dificultades siquiera para una cohesión interna, sobre todo porque las élites populistas han tomado el control de gobiernos de la región.
La visita de la UE a la CELAC careció de una preparación política y hasta mediática para evitar la mala interpretación de una nueva conquista del continente americano por parte de países desarrollados de Europa. España, Portugal y quizá Francia tendrían algunas posibilidades de construir nuevos puentes de integración que atraviesen el Atlántico, comenzando quizá con la urgencia de ministerios iberoamericanos en los gobiernos, porque el espacio de las cancillerías es insuficiente para una alianza estratégica.
Si no hay iniciativas de fondo, entonces la reunión UE-CELAC fue sólo turismo de verano.
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