México, país a posteriori

Silke Grasreiner

Primero crear hechos, violando las leyes existentes, según el lema “más vale pedir perdón que pedir permiso”, luego cambiar las leyes a posteriori y ya ni siquiera pedir perdón, pues porque ya pasó: éste es el modus operandi que utilizó el gobierno mexicano para construir uno de los seis hoteles del Tren Maya dentro de la zona restringida de la Reserva de Calakmul y al lado de la zona arqueológica del mismo nombre. Un acto descarado y sin escrúpulos.

Resulta que no se independizó tanto de los españoles como cree, porque este mismo modus operandi utilizaban los conquistadores cuando desembarcaban en las costas de esta tierra que hoy se llama México hace 500 años. Legitimaban su permanencia y hasta su superioridad por el mero hecho que ya habían llegado. Si bien hoy día ya no hay genocidio directo, a los indígenas mayas, que se sienten uno con la naturaleza que les rodea, les duelen el engaño en Calakmul y el corte de este filete de su selva intacta como si les cortaran un pedazo de carne de su propia pierna.

Pero el problema es aún más profundo. “El renacimiento del Sureste”, llamaba Andrés Manuel López Obrador su proyecto Tren Maya. En realidad, lo que renace en los mayas de la Península de Yucatán es el recuerdo de la Conquista, de la invasión de la misma actitud de adueñarse de sus tierras, de su cultura y hasta de su nombre, para un concepto de nación que ellos nunca escogieron libremente y el cual elementos dentro de las instituciones de esta nación ni se lo creen ellos mismos, ya que para obtener dinero y poder les vale que están saqueando y abusando de sus propios compatriotas. 

El presidente López Obrador cree que con su gobierno ya todo ha cambiado, que México ya no es el de antes. Sí, ha cambiado. Pero lo que no ha cambiado es la falta de legitimación, intrínseca a este sistema cuyo fundamento son las matanzas, los engaños y robos a los indígenas. Tanto como el permiso para la construcción del hotel de la Sedena en la Reserva de Calakmul, los españoles y después México se han dado su legitimación a posteriori. Nunca pidieron permiso, nunca pidieron perdón, y mucho menos vieron a los indígenas como iguales o hasta primeros para poder decidir qué debe pasar en sus tierras. También a posteriori se declaró en la constitución que México sería “uno e indivisible”, para que no se le ocurra a nadie poner en cuestión los hechos indebidamente consumados.

Hotel en Calakmul / Foto: Fonatur

Sin embargo, el instrumento legal para pulverizar los estados nacionales modernos que se establecieron en la tierra maya ya existe: se llama “preexistencia”. Fue desarrollado y utilizado por el abogado indígena norteamericano James Anaya para defender los derechos a sus tierras de dos pueblos mayas en Belice, Conejo y Santa Cruz, contra el gobierno que ya había otorgado concesiones para la tala de árboles en estas tierras. Los mayas ganaron su juicio porque el juez de la Suprema Corte consideró que ellos tienen más derecho a decidir sobre sus tierras que el Estado porque ellos estaban primero y el Estado se creó después.

Ahora, imagínese que todos los mayas y pueblos mayas harían lo mismo con sus terrenos y tierras, y decidirían unirlos en un nuevo país maya. De hecho, para ejercer tal autodeterminación ni siquiera se necesita un instrumento legal ya que es un derecho autoexistente. Yo, en lo personal, no conozco a ningún maya que no escogería la nacionalidad maya en lugar de la mexicana. Sin embargo, conozco muchos que ni siquiera se permiten pensarlo, gracias a 500 años de opresión.

Una de las muchas falsas creencias en México es que el pasado ya no importaría. Pero ningún ser humano puede sanar sin reparar los traumas de su pasado. Lo mismo vale para una sociedad. De hecho, es la negación de los mexicanos de mirar, aceptar y reparar su pasado que les encierra en una sociedad “donde no pasa nada”, donde la corrupción y el crimen organizado mantienen un régimen de terror. Si alguien les hubiera explicado antes que es por su propia negación que estos dos flagelos siguen y hasta se expanden, desde hace mucho tiempo ya hubieran cambiado su orgullo de ser mexicano por una vida en paz. Al final, el orgullo no sirve de nada, sólo es un pecado mortal.

Es más: solamente la enseñanza, integración y preponderancia de la cosmovisión maya en la vida pública pueden resolver los dos enormes problemas de la corrupción y del crimen organizado. Ambos se cometen bajo la influencia de los fantasmas del pasado, los cuales se ubican en la cuarta dimensión. Es obvio que cualquier estrategia de combatirlos únicamente en la tercera dimensión debe fallar, resulta una lucha contra la Hidra.

¿Cómo se puede convencer a un político corrupto o a un narcotraficante que su actitud es falsa si al parecer le trae puras ventajas materiales y ninguna sanción, si logra escapar de la justicia humana? Por transmitirle la información indudable que él existe más allá de la tercera dimensión, que seguirá existiendo después de su muerte y que tendrá que pagar por cada daño que causó. No porque es una creencia de alguna religión, que queda abstracta y pospuesta hasta después de la muerte física, sino porque lo experimenta en vida con todos sus sentidos en la presencia de una conciencia más alta, como la sociedad maya la había logrado y en parte preservado hasta el día de hoy. Una conciencia que posee este conocimiento ancestral sobre las dimensiones y cómo navegar en ellas, lo que solamente es posible siendo un ser humano verdadero. Así se revoca cualquier legitimación falsa a posteriori, y así tiene que pasar con el hotel de la Sedena en Calakmul y con toda la tierra maya.

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