Voto oculto, ¿el factor decisivo?

José Antonio Sosa Plata

Las encuestas publicadas en días recientes confirman la enorme ventaja que tiene Claudia Sheinbaum en la intención de voto efectiva. Sin embargo, también dan cuenta de un crecimiento en el voto oculto, que no puede pasar desapercibido para las estrategias de comunicación de quienes aspiran a la presidencia.

El voto oculto de la ciudadanía se identifica de distintas maneras. Por un lado, con la “no respuesta” o el engaño a los encuestadores. Por el otro, con la indecisión o la manifestación clara y abierta de las y los entrevistados en el sentido de que “el voto es secreto”. También por quienes aseguran que no van a votar y sí lo harán, o por quienes sí acudirán a las urnas pero anularán su voto.

Los rangos de variación que tienen las encuestas en estos rubros están creciendo en forma significativa. La desconfianza o hartazgo en todo lo relacionado con la política, la inseguridad, el temor a cualquier tipo de represalia y el manejo operativo y propagandístico de los programas sociales son algunos factores que explican su crecimiento.

Si bien es cierto que existen técnicas muy avanzadas para descubrir el voto oculto, también lo es que los porcentajes de las encuestas están rebasando, por mucho, los márgenes de error que se estimaban hace varios años. En consecuencia, los rangos de ventaja no son similares entre unas empresas y otras, eso sin contar los fines propagandísticos que sin duda tienen algunos estudios.

El fenómeno del voto oculto y sus consecuencias negativas en la credibilidad de los estudios de opinión no es nuevo. Se ha presentado desde hace más de dos décadas. Varias elecciones y consultas en todo el mundo han sido motivo de estudio para explicarlo. Sobresalen el “No” al Brexit en Reino Unido y el que se dio a los acuerdos de Paz en Colombia, ambos en 2016. También a la elección de Trump en Estados Unidos de 2017, entre muchas otras.

México no ha sido la excepción. Lo sucedido el año pasado en las elecciones del Estado de México, por ejemplo, volvió a encender las señales de alerta sobre las “fallas” en los márgenes de error de las encuestas, ocasionadas principalmente por el voto oculto de la ciudadanía. En el mismo sentido, también han influido los diversos cambios que nuestra sociedad ha experimentado desde el inicio de la globalización.

Si a lo anterior agregamos el porcentaje elevado del electorado que toma su decisión final el día de la elección, el problema termina siendo mucho más complicado. Estudios recientes lo estiman en un promedio de 20% a nivel mundial. Por otra parte, tampoco se ha medido con la eficacia que se requiere el impacto de las fake news y la guerra sucia.

Con base en lo anterior, cabe preguntarse por qué las encuestas mantienen su centralidad en la agenda informativa de los medios y las redes sociales si los porcentajes de error y variación entre unas y otras son tan pronunciados. La respuesta es simple. Porque no se ha encontrado un método mejor para conocer las tendencias de opinión de la ciudadanía y fortalecer los procesos de toma de decisiones de las y los candidatos.

Por otra parte, la polarización ha favorecido su difusión cuando a las y los ganadores de las tendencias así les conviene. Y para los medios se ha convertido no sólo en una herramienta que le permite consolidarse como uno de los poderes fácticos más influyentes, sino como un rentable negocio por el interés que siguen despertando en las diversas audiencias.

Vistas como un “espectáculo” de la modernidad política, las encuestas llaman también la atención de la población porque se han convertido en una especie de juego de azar, en el que su carácter predictivo se torna más atractivo cuando los escándalos mediáticos, las noticias de alto impacto o los errores de los contendientes tienen el potencial de mover los números de las tendencias.

La intención de desaforar al candidato Andrés Manuel López Obrador en 2004 y 2005, la tragedia ocurrida en la Guardería ABC en 2009 o el colapso de un tren de la línea 12 en 2021 son tres ejemplos de cómo ciertos sucesos graves o sensibles influyen en la decisión final del electorado. También reflejan su derecho a ocultar la información de por quién van a votar las y los ciudadanos indecisos, enojados o con miedo.

La multiplicidad de factores mencionados líneas arriba han influido en los resultados de las encuestas. Es imposible negar que existen empresas irresponsables o que manipulan la información de sus resultados en beneficio de quiénes les representan un negocio. Atribuir el problema a la irresponsabilidad de las empresas o de los medios es, por tanto, injusto para quienes sí actúan con profesionalismo y cumplen un código de ética. 

Sin embargo, el proceso de deslegitimación que están experimentando las encuestas no ha restado fuerza al valor que tienen las estadísticas para intimidar, presionar, debilitar o distraer al adversario. Mucho menos su utilización en el marco de los debates formales e informales, ya que estos eventos contribuyen a generar percepciones de realidad “favorables” para quienes van arriba en las intenciones de voto.

En las elecciones presidenciales de 2006 fue posible un punto de quiebre por la forma en que se cerró la distancia que había entre los candidatos punteros, Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón. Como se recordará, el resultado final fue una sorpresa agradable para muchos y un fraude para otros.

12 años después, la elección de 2018 dejó bien claro —desde antes que iniciaran las campañas— el amplio margen de ventaja que llevaría a Andrés Manuel López Obrador a ganar la presidencia.  A pesar de los grandes errores de varias encuestas, las críticas a las empresas y medios fueron menores porque simplemente mostraron consistencia en anticipar al ganador. 

En esta elección estamos viviendo algo similar. La diferencia es que el voto oculto ha crecido y esto se aprecia en las grandes distancias que hay entre el primero y segundo lugar de las preferencias. Derivado de esta consideración, la situación nos lleva a plantear dos hipótesis. 

La primera es considerar, desde ahora, como irreversible el triunfo de Claudia Sheinbaum. Pero sin un margen tan amplio, como sucedió el año pasado en la elección del Estado de México. La segunda, que el voto oculto se convierta en el factor decisivo y sorpresivo de la campaña de Xóchitl Gálvez, a pesar de la cómoda ventaja de su contrincante principal. 

Por los números que estamos viendo, esta segunda hipótesis todavía es probable, pero poco factible. Lo que no podemos ni debemos dejar fuera del análisis en cualquiera de los dos escenarios, es que se atravesará la decisión final de Jorge Álvarez Maynez, el candidato de Movimiento Ciudadano, para cargar los dados en contra de dicho “factor sorpresa”.

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