SAT y ABM, del brazo y por la calle

Rafael Cardona
La reciente convención bancaria –como habría dicho ese gran filósofo–, sirvió para lo que sirvió y no para otra cosa.
Su mayor utilidad, desde mi punto de vista ha sido la confirmación de un sistema económico en el cual la banca privada aprovecha a ultranza las condiciones mercantiles del capital y el gobierno usa el dinero para comprar votos a través de los programas sociales.
Un gobierno de extrema voracidad recaudadora (“…si caminas por las calles voy a gravarte los pies”, cantaba Lennon en “Taxman”) y una banca cuyo sueño es controlar todo el dinero circulante de la nación.
La banca –con esa finalidad poco altruista–, es cómplice del terrorismo fiscal y su papel de correveidile le aporta al gobierno información detalladísima de los capitales personales o congela cuentas, lo cual le permite –en compensación– algunas operaciones cercanas a la usura.
El sistema bancario, consecuencia natural del “rechazado” Fobaproa (cuyos pagos se mantienen), hoy saca las castañas del fuego. El gobierno convierte las ventanillas de todos los bancos en puntos de recaudación del SAT y recibe aviso de los movimientos financieros grandes o chicos. Big Brother.
Por eso Emilio Romano, presidente de la Asociación de Bancos de México, expresa su ambición:
“… limitar la emisión de billetes de alta denominación, establecer sistemas certificados para el cumplimiento de obligaciones fiscales y de seguridad social (más burocracia bancario-hacendaria) y digitalizar las transacciones del gobierno federal y local…”
El dinero en efectivo (es decir, aquel cuya circulación no se convierte en activo bancario), “nos limita la innovación –dice –, incrementa los costos, favorece la informalidad, facilita actividades ilícitas y frena la movilidad social…”
Estos dos últimos puntos son puras patrañas del señor Romano, pero de eso se podrá hablar en otra ocasión. La movilidad social no depende de una cuenta bancaria sino de mejor educación, más salud pública, buenos servicios urbanos, etc.
A cambio de todo esto, el gobierno les presume a los banqueros condiciones paradisíacas. Ni Dinamarca tiene todo esto:
“…Hoy por hoy, al año, este año se van a destinar cerca de 40 mil millones de dólares, 800 mil millones de pesos, en Programas del Bienestar. Eso significa no solamente el bienestar de millones de familias en México, sino significa (además de votos prepagados) una entrada permanente al mercado interno de nuestro país.
“Hay Programas de Bienestar que son derechos sociales ya y hay tres nuevos programas que hemos impulsado: la pensión para mujeres de 60 a 64 años, las becas en la educación básica y el programa de salud Casa por Casa.
“El objetivo, quizá debería haberlo dejado al final: nosotros no podemos hablar de prosperidad en el país si la prosperidad no es compartida; si la prosperidad llega para un sector de la población y no llega al que menos tiene, entonces no se puede hablar de un país próspero…”
Pero los banqueros prósperos son buenas personas. Sobre todo cuando tienen frente a sí a un gobierno izquierdista y humanista cuya sombra todo purifica. Por eso la señora presidenta (con A), les dice:
“…frente a la situación internacional que hemos vivido en los últimos meses, la economía mexicana, el sector financiero ha reaccionado de una manera extraordinaria”.
Eso equivale a darles una palmadita en la espalda. Te portas requetebien.Y para rematar:
“…Hoy la economía se está regando (no la están regando), desde abajo con el aumento al salario mínimo, con los Programas de Bienestar, y eso ha permitido que la economía florezca. No solamente le llamamos “Prosperidad Compartida”, sino que se ha demostrado que, en efecto: “Por el bien de todos, primero los pobres”.
Y los banqueros la aplaudieron a ella y a los pobres.
Hace algunos años otro presidente les dijo:
“…ya nos saquearon; no nos volverán a saquear”. Y los expropió.
Hoy todo es diferente. La izquierda y la banca, del brazo y por la calle.
Con información de La Crónica