Acapulco, ¿me canso ganso?

Gerardo Flores Ramírez

El presidente López Obrador se quejó ayer 30 de octubre, que los principales medios del país no hayan hecho un reportaje haciendo ver que “nos fue bien, por lo que sea, por las razones que sea (sic), o no nos fue tan mal, este, porque cuando entró el huracán Katrina a Nueva Orleáns fueron dos mil muertos, un huracán categoría cinco, ¿ustedes creen que eso lo dicen? ¿lo han escuchado en la radio quienes me están escuchando a mi? ¿lo sabían?”.

Por principio de cuentas, un medio que, como dice el presidente, por las razones que sean, produzca y difunda un reportaje sobre un hecho catastrófico como el que resultó del paso de Otis por Acapulco, señalando que “nos fue bien”, estaría faltando a su responsabilidad, pues lejos de difundir información o una nota periodística, estaría faltando el respeto a su audiencia pues estaría difundiendo propaganda disfrazada como información periodística.

Por otro lado, hacer comparativos sobre fenómenos naturales con características muy distintas, en cuanto a la fuerza, extensión y sus efectos evidentemente carece de seriedad. En el caso del comparativo que hace el presidente sobre el número de fallecidos en la zona de Nueva Orleáns, en el estado de Louisiana, Estados Unidos, que según él fueron “dos mil”, hay que precisar que los reportes oficiales más actualizados del gobierno de aquel país indican que fueron 1,392 fallecidos en total, no dos mil como falsamente afirma el presidente López Obrador.

Luego, cuando el huracán Katrina tocó tierra en las costas de Louisiana, en agosto de 2005, estaba clasificado como categoría tres, sin embargo, la extensión de los vientos huracanados era de hasta 165 kilómetros, medidos desde el centro del huracán, mientras que, en el caso de Otis, el alcance de los vientos huracanados fue de hasta 65 kilómetros medidos desde el centro. Es decir, por su mayor extensión pudo ocasionar también mucho daño.

De acuerdo con los múltiples recuentos y análisis de lo ocurrido en el caso del huracán Katrina, todos coinciden en señalar los efectos devastadores del huracán en sí mismo, por la fuerza de sus vientos y la intensidad de las lluvias, y por otro lado, las inundaciones catastróficas que provocó, por el hecho de que el huracán destruyó 272 kilómetros del sistema de diques construido para proteger a Nuevo Orleáns de inundaciones, de un total de 563 kilómetros que conformaban dicho sistema.

Los daños causados por aquel huracán y los daños subsecuentes por las devastadoras inundaciones provocaron que 520 personas fallecieran por ahogamiento principalmente. Pero no hay que perder de vista que otras 565 personas fallecieron por problemas de salud que las autoridades de Estados Unidos no tienen empacho en reconocer que se trató de personas con algún tipo de padecimiento que se exacerbó a causa de la situación de emergencia provocada por el huracán en sí mismo. Por ejemplo, se contabilizan 318 personas fallecidas por afecciones cardíacas, en algunos casos infartos fulminantes o en otros, afecciones que no pudieron ser atendidas oportunamente por la catástrofe que también padecía el sistema de salud de la región.

Así que, aprovechando que el presidente López Obrador decidió abrir la puerta para hacer comparativos, como sociedad debemos insistir en conocer los datos precisos sobre el número de personas fallecidas como consecuencia directa del paso de Otis por Acapulco, pero también del número de personas que fallecieron o han fallecido en los primeros días después de la emergencia, debido a problemas de salud que se exacerbaron en determinados grupos poblacionales y que no pudieron ser atendidos de manera oportuna. En ese caso podríamos hablar de una estadística seria, no los arranques irresponsables de las apariciones en la pantalla, donde ya vimos que hasta se hacen bolas en el manejo del número de fallecidos.

Es temporada de zopilotes, no cabe duda, pero los zopilotes que emprenden el vuelo desde el núcleo del gobierno son los que más daño hacen a una sociedad. Porque sienten que la fuerza que les da el estado les permite actuar de manera irresponsable, tratando de aplastar a los demás, porque al final, de lo que se trata, desde su muy chata visión que les provoca su pequeña estatura, es de no perder votos o mejor aún, de no perder la siguiente elección.

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