El huracán sacó a relucir lo peor del obradorismo

Jacques Coste

La respuesta gubernamental frente a la tragedia y la devastación ocasionadas por el huracán Otis en el estado de Guerrero desnudó al obradorismo como proyecto político y como movimiento construido en torno al liderazgo de un hombre fuerte y carismático, pues mostró sus carencias y sus contradicciones.

Por principio de cuentas, la deficiente respuesta gubernamental frente a la emergencia puso de manifiesto el enorme debilitamiento que ha sufrido el Estado durante esta administración. El gobierno todavía tiene tiempo de recomponer el rumbo y mejorar las tareas de auxilio a la población, reposición de los servicios públicos y reconstrucción de las zonas afectadas. Sin embargo, es innegable que la respuesta inmediata a la emergencia fue ineficiente.

El huracán no fue culpa del gobierno y el que haya aumentado tan rápidamente de intensidad lo convirtió en un desastre natural especialmente complicado de gestionar. No obstante, es claro que la administración de López Obrador no se tomó en serio las advertencias de las autoridades estadounidenses, por lo que perdió valiosas horas para informar de la llegada del ciclón y evacuar a la población.

Asimismo, las labores de asistencia a los damnificados han dejado mucho que desear. Los oficiales del gobierno llegaron tarde; el presidente ha preferido estar en su mañanera que encabezar las labores de asistencia y reconstrucción; el apoyo gubernamental se ha quedado corto; y el aviso inicial del presidente de que no permitiría la asistencia de la sociedad civil disuadió a personas y organizaciones de prestar ayuda en las primeras horas de la tragedia. Si bien el gobierno rectificó esta posición, su cerrazón inicial ha ocasionado desconfianza en la ciudadanía.

En segundo lugar, la torpe respuesta gubernamental tiene que ver con la militarización del gobierno civil. Antes, las Fuerzas Armadas mexicanas se distinguían por su capacidad de respuesta a desastres naturales. Hoy, su respuesta fue tardía. No es descabellado pensar que la concentración de los militares en decenas de responsabilidades ajenas a la seguridad nacional contribuyó a desviar recursos que antes se destinaban a la preparación para responder a desastres naturales y a la planeación de gestión de emergencias.

Algunos militares en retiro con los que he hablado sobre el proceso de militarización me han comentado que temen por la “desnaturalización” de las Fuerzas Armadas. Con este término, argumentan que los cuerpos militares están tan enfocados en tareas ajenas a su campo tradicional de acción que están perdiendo capacidades para atender sus responsabilidades relacionadas con la seguridad nacional, entre ellas, la respuesta a desastres naturales.

Así pues, el debilitamiento del Estado debido a la “austeridad republicana”, la división de tareas gubernamentales “por encargos y no por cargos”, la concentración de decisiones gubernamentales en el presidente, el desprecio por la planeación y por los funcionarios con conocimientos técnicos, junto con la “desnaturalización” de las Fuerzas Armadas son factores que contribuyeron a la deficiente respuesta inicial del gobierno.

Otro aspecto del obradorismo que el huracán puso al descubierto es la desinformación incentivada desde el gobierno. Si bien ha habido desinformación en cuentas de redes sociales opositoras y oficialistas por igual, el gobierno ha contribuido notablemente a la desinformación y a que cada quien crea lo que quiere creer por dos razones principales.

Primero, durante este sexenio, muchas instituciones gubernamentales han dejado de ser una fuente de información confiable e imparcial (recuérdese el maquillaje de cifras durante la pandemia). Segundo, lejos de informar sobre la tragedia en tono de jefe de Estado, el presidente asumió la posición de líder partidista e informó denostando a las oposiciones, lo que ha contribuido a que la emergencia no sea un hecho unificador, sino una cuestión polarizante.

Finalmente, Otis sacó a relucir el rasgo más oscuro del obradorismo: el culto a la personalidad a prueba de todo. Por un lado, el presidente lo fomenta, siempre priorizando su imagen y popularidad por encima de todo. Por otro lado, la base dura del obradorismo responde respaldando al presidente pase lo que pase, a cualquier costo y sin importar si sus acciones entran en contradicción con su agenda inicial de un gobierno a favor de las clases populares y las personas desfavorecidas.

El huracán es el ejemplo perfecto de ello. Hay tres hechos incontrovertibles, tres verdades que no se pueden refutar: 1) la respuesta inicial del gobierno pudo haber sido mejor, 2) Acapulco y sus alrededores quedaron destrozados, y 3) la gente está pasando por un sufrimiento indescriptible, está desolada, desesperada y de luto.

Pues bien, ante estas verdades, el presidente y su base dura reaccionaron: 1) defendiendo e inclusive aplaudiendo el actuar gubernamental, llegando al ridículo de celebrar que López Obrador se haya quedado varado en el lodo a media carretera, en vez de llegar al lugar de la tragedia; 2) fingiendo que de un segundo a otro el puerto ya estaba limpio y poniéndose en pie gracias a la acción del gobierno; y 3) desacreditando las voces de los damnificados, llegando al extremo de poner en duda reportajes que dan cuenta de la tragedia humana y, en los casos más ruines, insinuando que la oposición le pagó a las personas damnificadas para criticar al gobierno.

Ahora, ¿quiénes están moralmente derrotados?

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