¿Hay vida después de la 4T?
Agustín Basave
La contramarcha del domingo pasado tuvo varios propósitos: restañar el ego presidencial –lastimado por la marcha a favor del INE–, movilizar a una base social aletargada –el presidente teme perder en 2024– y mandar un mensaje de advertencia a quienes piensen revertir el legado de la 4T. Esto último es clave: quien suceda a Andrés Manuel López Obrador, venga de la oposición o de la misma Morena, tendría que pensar dos veces antes de intentarlo. Ahí estaría “el pueblo”, presto a manifestarse contra cualquiera que osara contrariar al líder. Si bien no habría tantos manifestantes en la calle sin el aparato del gobierno federal, no faltarían recursos de gobernadores afines para llenar el Zócalo y, en coyuntura extrema, para provocar ingobernabilidad.
Ni siquiera tendría que salir AMLO de su prometido autoexilio en Palenque. Podría ser un miembro de su círculo íntimo quien se hiciera cargo de las medidas correctivas, siempre con la mira en la revocación de mandato. Es decir, un sucesión desafiante, decidida a enmendarle la plana, sólo tendría asegurado medio sexenio. El culto al “humanismo mexicano” –¿peronismo sin Perón?– podría tener heredero y derecho de veto. Aunque el próximo gobierno lograra abrir la caja fuerte de las Fuerzas Armadas para sacar de ahí el tren o los aeropuertos, aunque consiguiera romper los candados constitucionales y modificar la política social, tendría que enfrentar una potente protesta pública.
En este sentido la movilización del 27 de noviembre sería una admonición dirigida primordialmente a extraños, sí, pero también a propios. Te lo digo Adán para que me entiendas Claudia. La “Transformación” está respaldada por gente, por bastante gente, así que mídanle antes de tocarla. Creo que a los opositores les llegó el recado. Y tengo la impresión de que, a posteriori, los “hermanos” de AMLO también lo recibieron y quizá trocaron sus sonrisas en muecas de preocupación. Y es que aun si desearan mantener las cosas como están, incluso si no quisieran hacer modificaciones sustanciales al proyecto de nación de su jefe, tendrían que hacer malabares financieros para subsistir. Y esos malabares podrían implicar la supresión de algunos programas o la suspensión de obras inconclusas.
AMLO adecuó el país a su imagen y semejanza, y para cualquier otra persona será muy difícil manejarlo a partir de 2024. No es cuestión de ideologías sino de personalidades. ¿Quién podrá lidiar con un Ejército omnipresente, con una CNTE empoderada en la SEP o con un crimen organizado arraigado y engallado a punta de abrazos? Y en lo internacional, ¿quién levantará el tiradero de un gobierno que en ese terreno no ha dado una? Detengámonos un momento a analizar la relación bilateral con Estados Unidos. Si repiten los demócratas en la Casa Blanca, ¿cómo hará el (la) siguiente presidente de México, sin el escudo del arrastre popular de AMLO, para resarcir la relación con ellos? Fueron tantos los escupitajos a Joe Biden –desde hacerle un acto de campaña a su rival y regatearle la felicitación por su triunfo electoral hasta sabotear la Cumbre de las Américas– que Biden mismo o quien lo sustituya no va a buscar a quien los lanzó sino a quien los pague.
Pero supongamos que se cumple el deseo de AMLO de que gane su inefable amigo Donald Trump. El nuevo inquilino de Palacio Nacional –¿o alguien se atreverá a volver a Los Pinos?– sufriría para encarar las agresiones del rey del antimexicanismo estadunidense. No tendría ni amistad ni margen de maniobra para hacer más acuerdos inconfesables, toda vez que México ya aceptó hacerle el trabajo sucio de detener migrantes con la Guardia Nacional. Por lo demás, Trump no se tragaría el cuento del Mexican mad man (woman) al que no hay que importunar porque es capaz de cometer alguna locura, por la sencilla razón de que fue él quien le enseñó a AMLO ese truco. Y si quien llegara al poder del otro lado de la frontera fuera Ron DeSantis o cualquier otro radical de estirpe MAGA el asunto sería peor, porque en tal caso sí entraría en juego la ideología y el choque sería frontal. No se diga si el Congreso estuviera dominado por los republicanos. Entonces AMLO, desde su finca chiapaneca, vería que los demócratas no son tan malos como creía. Y conste que estoy asumiendo –ojalá no sea wishful thinking– que las consultas sobre el T-MEC se resolverán sin llegar al panel. Porque si la administración de AMLO sólo está ganando tiempo, que Dios nos agarre confesados…
Pergeño aquí un escenario pesimista, pero en cualquier otro se mantendría la espada de Damocles de la movilización. Si bien es cierto que la Presidencia de la República tiene instrumentos de poder para ir desmantelando poco a poco el cacicazgo de un expresidente –Cárdenas pudo romper el Maximato de Calles– no lo es menos que no será fácil hacerlo con la figura de culto de AMLO. Creo que la marcha sirvió para dejar esa advertencia: habrá vida después de la 4T en la medida en que la dejen prevalecer. O sea: no.
PD: Que el debate nacional no nos impida mirar a los estados. En Chihuahua, tras librar desde la gubernatura una valiente lucha contra la corrupción, Javier Corral está bajo asedio de los intereses que afectó. Ha sido detenido Francisco González, quien fuera su limpio y eficaz fiscal anticorrupción, falsamente acusado de “tortura psicológica”. Atención: si se da marcha atrás a la Operación Justicia para Chihuahua y los corruptos se salen con la suya, el mensaje será la restauración del pacto de impunidad.